/ jueves 18 de abril de 2024

¿Injusticias?... ¡Cuáles!

El especialista Bantú Ashanti, afirma que América es el continente de las injusticias para los desposeídos, los afroamericanos, los pueblos originarios y los migrantes. Que estos llenan las cárceles y son víctimas de la violencia policial. Que se practica en una impunidad casi total. ¿esta será aplicable para Tlaxcala? No solo para ella, sino para el país entero. Es como el aire, se encuentran en todos lados. Se trata de un sistema para preservarla.

Con los siglos, el sistema de justicia de los jueces se ha degradado y pervertido, es para la gente de dinero, pero no para los desposeídos. Decir esto, es pronunciar el viejo discurso social que por sabido se calla y por inderrotable se ignora.

Tantos candidatos ahora en campaña, lo ignoran. Y la sociedad se ha acostumbrado, como el que siempre convive con la tristeza, termina por creer que el mundo es triste y no quiere cambiarlo. Se habla en el mundo electoral y jurisdiccional de la paridad de géneros entre hombres y mujeres, de buscar, incorporar a cargos representativos a migrantes, discapacitados, a la comunidad lésbico gay, a los jóvenes y a los indígenas, pero nada se dice de los viejos y los pobres.

Un sistema electoral predominante y enriquecido, prepotente y dominante, pretende ahora negar el derecho al voto a unos cuarenta mil mexicanos que viven “de aquel lado” —entre ellos unos cinco mil tlaxcaltecas— porque los señoritingos “Ines” encuentran anomalías en su registro —que en todo caso sería culpa del sistema que los registra—, quien vive “de aquel lado”, debió irse a buscar el porvenir que aquí no encontró. Allá se le discrimina y acá también. “Mejor no votes”, no sea que lo hagas “contra nosotros”.

Esa sería de la injusticia electoral solo una muestra. Pero la diaria “injusticia de los jueces” —la que por mandato constitucional debiera ser “pronta, expedita y gratuita”—, y tu nieve de qué sabor la quieres; esa, está lejana para todos, pero muchísimo más para los económicamente débiles—que son los históricamente despojados.

La mal llamada “guerra de conquista”, los postergó a la montaña, a los espacios áridos, pedregosos y resecos y como su piel sigue siendo morena, hasta el amor de mujer los discrimina… ¡“ay no, cómo crees si esta reprieto!… ¡sí, pero tiene dinero!, ¡ah caray mirándolo bien está guapo!...”. Resulta caro acceder a la justicia de los jueces ya que al ser víctima de un delito o despojo, se necesita de un abogado que cuesta dinero, y ¡quizás resulte estafador!, pero supongamos que no. Entonces vendrá costosa demanda de miles, —porque si un abogado del estado defiende, o será deficiente o pedirá un disimulado pago—. A cuenta gotas caen los “acuerdos” judiciales, “tenemos mucho trabajo”, “en el orden que le que toca”, “faltó la dádiva”, “no se le puso el veinte al piano”.

Es posible que una diligenciaria malandrín venda la información y actúe con cinismo porque tiene un padrino poderoso. Quien puede, hasta reparte generosos “sobrecitos sobornadores” al personal judicial. Pero una sentencia para dictarse tiene caminos de interpretación —los vericuetos jurisprudenciaes lo permiten— alguna vez, un juez que creí “amigo” me dijo: si no estas conforme con mi sentencia “apela”. Y si esto se hace, el calvario se reinicia.

Hay quienes se jactan de haber alcanzado una sentencia justa transitando por la primera instancia, la apelación, amparo y revisión, pero en “ejecución de sentencia” la “pierden” porque un malandrín ya ocupó su inmueble y habrá que volver a iniciar acciones. ¡Tortuoso el camino!, ¡costoso!, ¡la justicia no es gratuita, es para los ricos! Una sentencia valdrá “según el sapo es la pedrada”; más viejo es el juez, mayores sus mañas, ¡présteme por favor diez mil pesos!, un juez le reclama a otra jueza que es parienta suya: “te vine a ver porque supe que estas malbaratando la justicia, no seas pendeja una sentencia no debe de bajar de diez mil pesos”.

Rogelio Flores dice bien cuando llama “ciudad perjudicial” a ese moderno inmueble escenario de tantos trinquetes. Disimulado tianguis en donde el personal “cada uno a lo suyo”, ahí no existen amigos solo intereses; “allá fuera son tratables”, pero “adentro” se trasmutan en callados mercaderes, costales de artimañas para lograr lo suyo y que le pongan el “veinte al piano”. Si de ruedas de prensa se tratan, quien preside los tribunales dirá que “no hay corrupción”, “que todo es justicia”, es la complicidad de unos con otros. ¡Señor Juez me urge este acuerdo!, ¡ponte de acuerdo con la escribiente!… de todo este pantano son cómplice de las leyes, ya que los términos procesales son efectivos para las partes, pero no para el juzgador.

El Consejo de la Judicatura, cuando es “órgano de justicia”, sirve solo a los intereses de los que ahí… “vende caro tu amor aventurero”, pero no para los que claman justicia. Este espacio es mínimo, no alcanza para delatar tanta corruptela, compleja y omnipresente que sufrimos los tlaxcaltecas.

En el colmo de nuestras desgracias, ahora padecemos el descaro procaz de quienes “ya fueron y quieren más” como son los diputados locales, que quieran reelegirse con la complicidad de una ley que destruyó el principio de “no reelección” —ahora hipócritamente le llaman “continuidad”— ¡la cuenda se rompe por lo más delgado!, y son los desprotegidos por el Dios del dinero, las permanentes víctimas de un sistema que perpetúan la injusticia, pero con desfachatez habla la “igualdad” de géneros, pero resulta injusto para los pobres y los viejos.



El especialista Bantú Ashanti, afirma que América es el continente de las injusticias para los desposeídos, los afroamericanos, los pueblos originarios y los migrantes. Que estos llenan las cárceles y son víctimas de la violencia policial. Que se practica en una impunidad casi total. ¿esta será aplicable para Tlaxcala? No solo para ella, sino para el país entero. Es como el aire, se encuentran en todos lados. Se trata de un sistema para preservarla.

Con los siglos, el sistema de justicia de los jueces se ha degradado y pervertido, es para la gente de dinero, pero no para los desposeídos. Decir esto, es pronunciar el viejo discurso social que por sabido se calla y por inderrotable se ignora.

Tantos candidatos ahora en campaña, lo ignoran. Y la sociedad se ha acostumbrado, como el que siempre convive con la tristeza, termina por creer que el mundo es triste y no quiere cambiarlo. Se habla en el mundo electoral y jurisdiccional de la paridad de géneros entre hombres y mujeres, de buscar, incorporar a cargos representativos a migrantes, discapacitados, a la comunidad lésbico gay, a los jóvenes y a los indígenas, pero nada se dice de los viejos y los pobres.

Un sistema electoral predominante y enriquecido, prepotente y dominante, pretende ahora negar el derecho al voto a unos cuarenta mil mexicanos que viven “de aquel lado” —entre ellos unos cinco mil tlaxcaltecas— porque los señoritingos “Ines” encuentran anomalías en su registro —que en todo caso sería culpa del sistema que los registra—, quien vive “de aquel lado”, debió irse a buscar el porvenir que aquí no encontró. Allá se le discrimina y acá también. “Mejor no votes”, no sea que lo hagas “contra nosotros”.

Esa sería de la injusticia electoral solo una muestra. Pero la diaria “injusticia de los jueces” —la que por mandato constitucional debiera ser “pronta, expedita y gratuita”—, y tu nieve de qué sabor la quieres; esa, está lejana para todos, pero muchísimo más para los económicamente débiles—que son los históricamente despojados.

La mal llamada “guerra de conquista”, los postergó a la montaña, a los espacios áridos, pedregosos y resecos y como su piel sigue siendo morena, hasta el amor de mujer los discrimina… ¡“ay no, cómo crees si esta reprieto!… ¡sí, pero tiene dinero!, ¡ah caray mirándolo bien está guapo!...”. Resulta caro acceder a la justicia de los jueces ya que al ser víctima de un delito o despojo, se necesita de un abogado que cuesta dinero, y ¡quizás resulte estafador!, pero supongamos que no. Entonces vendrá costosa demanda de miles, —porque si un abogado del estado defiende, o será deficiente o pedirá un disimulado pago—. A cuenta gotas caen los “acuerdos” judiciales, “tenemos mucho trabajo”, “en el orden que le que toca”, “faltó la dádiva”, “no se le puso el veinte al piano”.

Es posible que una diligenciaria malandrín venda la información y actúe con cinismo porque tiene un padrino poderoso. Quien puede, hasta reparte generosos “sobrecitos sobornadores” al personal judicial. Pero una sentencia para dictarse tiene caminos de interpretación —los vericuetos jurisprudenciaes lo permiten— alguna vez, un juez que creí “amigo” me dijo: si no estas conforme con mi sentencia “apela”. Y si esto se hace, el calvario se reinicia.

Hay quienes se jactan de haber alcanzado una sentencia justa transitando por la primera instancia, la apelación, amparo y revisión, pero en “ejecución de sentencia” la “pierden” porque un malandrín ya ocupó su inmueble y habrá que volver a iniciar acciones. ¡Tortuoso el camino!, ¡costoso!, ¡la justicia no es gratuita, es para los ricos! Una sentencia valdrá “según el sapo es la pedrada”; más viejo es el juez, mayores sus mañas, ¡présteme por favor diez mil pesos!, un juez le reclama a otra jueza que es parienta suya: “te vine a ver porque supe que estas malbaratando la justicia, no seas pendeja una sentencia no debe de bajar de diez mil pesos”.

Rogelio Flores dice bien cuando llama “ciudad perjudicial” a ese moderno inmueble escenario de tantos trinquetes. Disimulado tianguis en donde el personal “cada uno a lo suyo”, ahí no existen amigos solo intereses; “allá fuera son tratables”, pero “adentro” se trasmutan en callados mercaderes, costales de artimañas para lograr lo suyo y que le pongan el “veinte al piano”. Si de ruedas de prensa se tratan, quien preside los tribunales dirá que “no hay corrupción”, “que todo es justicia”, es la complicidad de unos con otros. ¡Señor Juez me urge este acuerdo!, ¡ponte de acuerdo con la escribiente!… de todo este pantano son cómplice de las leyes, ya que los términos procesales son efectivos para las partes, pero no para el juzgador.

El Consejo de la Judicatura, cuando es “órgano de justicia”, sirve solo a los intereses de los que ahí… “vende caro tu amor aventurero”, pero no para los que claman justicia. Este espacio es mínimo, no alcanza para delatar tanta corruptela, compleja y omnipresente que sufrimos los tlaxcaltecas.

En el colmo de nuestras desgracias, ahora padecemos el descaro procaz de quienes “ya fueron y quieren más” como son los diputados locales, que quieran reelegirse con la complicidad de una ley que destruyó el principio de “no reelección” —ahora hipócritamente le llaman “continuidad”— ¡la cuenda se rompe por lo más delgado!, y son los desprotegidos por el Dios del dinero, las permanentes víctimas de un sistema que perpetúan la injusticia, pero con desfachatez habla la “igualdad” de géneros, pero resulta injusto para los pobres y los viejos.