Uno no puede pensar bien, amar bien,
dormir bien, si no ha comido bien.
Virginia Woolf
Preocupación constante, para la gran mayoría de ciudadanos, son las variantes en el costo de los alimentos, provocando incertidumbre, hasta llegar al pánico, para quienes tienen la responsabilidad de adquirir los productos necesarios en la elaboración de la comida, en este caso, las amas de casa, pues son, justamente ellas, las que padecen el arbitrio de los precios impuestos por los comerciantes establecidos, afectando la capacidad de compra de los consumidores.
Más allá de los productos que integran la canasta básica, supuestamente indispensables en la dieta de los mexicanos, existen también una gran variedad de criterios que estiman, entre otras cosas, formas de ahorro, la elaboración de presupuestos, cuyo propósito tiene la forma de organizar los gastos, desde luego que depende el enfoque de los que vierten este tipo de opiniones, al final, siempre se tendrán una serie de contradicciones porque las estimaciones elaboradas desde un escritorio, nunca estarán apegados a la realidad.
Por ejemplo, según cifras de la Coneval, se necesitan por lo menos 1,644 pesos mensuales por persona, esto en las zonas rurales del país; en datos de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH), realizada en 2020, se estimó que el gasto mensual en alimentos de un hogar mexicano fue de 3,733 pesos; desafortunadamente, las estadísticas no consideran lo esencial de una familia, es decir, la cantidad de sus integrantes, por eso las estimaciones quedan fuera del orden común, por lo tanto, las circunstancias y condiciones de vida son muy precarias.
En el mismo orden de ideas, las recomendaciones para elaborar un presupuesto que determine la cantidad para satisfacer la necesidad básica más importante, la comida, queda fuera de toda posibilidad, pues en comparación con el salario mínimo actual, no permite que se atiendan otro tipo de necesidades; peor aun cuando hay que destinarle a la salud y a la educación más dinero del que se ingresa en las familias; luego entonces, ni el presupuesto ni la organización de los gastos queda como una posibilidad de las familias mexicanas, desde luego con sus reducidas excepciones.
Aunque la canasta básica tenga considerados hasta hoy un total de cuarenta productos, la lista en las compras se limita al huevo, tortillas, azúcar y algunos complementarios para la alimentación cotidiana, alimentos sujetados y sometidos, en sus precios, por el comerciante, estos últimos bajo los pretextos de que todo sube, son los compradores quienes pagan las consecuencias.
Aunque parezca paradójico, existen situaciones que advierten otro tipo de demandas entre los consumidores, orientados a la adquisición de productos de moda y de cuidado personal, así como todo aquello que se refiere a las comunicaciones, en especial a los servicios de telefonía celular, pues hay quienes prefieren hacer dietas obligadas antes de quedarse con un servicio o servicios de esta naturaleza.
Otra contradicción sobre el costo de los productos alimentarios, es la referida a al estatus de las personas, pues hay quienes dicen que viven al día, y prefieren ir de compras a las tiendas de autoservicio que ir a la plaza o al mercado, ni qué decir de cuando hay que preparar la cena, por eludir esta tarea se prefiere ir a comer los populares tacos, que resultan muy caros en relación al ingreso de la familia, al final, es un argumento, “un gusto hay que dárselo de vez en cuando”.
Sin duda, las encontradas formas de entender la vida cotidiana, en relación a lo que se usa de dinero para alimentarse, hace evidente que son muy pocas las personas dedicadas a organizar los ingresos, para determinar cuáles son los destinos que se le dará al dinero, logrando con ello mantener un equilibrio entre su calidad, forma y estilo de vida, sin menoscabo de la atención a sus necesidades.
De cualquier manera, sea bueno o malo, según la percepción personal, es obligación de las autoridades encargadas de vigilar, supervisar y sancionar a todos aquellos comerciantes de bienes y servicios que se ofrecen al público, pues en muchos casos se vive bajo la anarquía total, pues no hay evidencia alguna de que la Profeco haga su trabajo; actualmente, cualquier lugar que expende o vende un producto debe estar totalmente observado, para detectar cualquier anomalía y corregirla.
Hay certeza en lo dicho: cualquier persona que vaya a un establecimiento no encontrará la lista de precios autorizados, no los impuestos por los mismos comerciantes, que se expidan los comprobantes o facturas por lo consumido o adquirido; de esta forma, los ciudadanos tendrán la seguridad de tener, en caso de ser necesario, la protección de las autoridades correspondientes.
Que la vigilancia no sea de temporada, como el ya próximo “Buen Fin”, donde se aprovechan las fechas para demostrar que las leyes y las instituciones estarán prestas para ayudar a los consumidores.
Ante la gran diversidad de características en las actividades económicas, y por la determinación especifica de atender todo tipo de necesidades, cuando menos hay que esperar que se cumplan con las obligaciones institucionales en bien de la población en su conjunto.