/ viernes 18 de octubre de 2024

Anatomía de lo social / Alimentación

No se pueden alimentar hambrientos con estadísticas.

David Lloyd George


Gran problema representa el problema de la alimentación en el mundo, válida justificación para celebrar el Día Mundial de la Alimentación, como se ha establecido desde el 16 de octubre de 1981; en esta ocasión se propuso el lema “Derecho a los alimentos para una vida y un futuro mejor”, premisa que supone la importancia de garantizar el acceso a una alimentación adecuada para todas las personas. Bajo este criterio, las acciones derivadas y practicadas en 150 países, con base en las propuestas, cuando menos así lo señalan las organizaciones mundiales como la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).

Sin duda, se hace evidencia de las buenas intenciones para reducir este fenómeno que lacera a millones de personas ante la carencia no sólo de los alimentos, sino también de la falta de recursos para adquirirlos; en esta asociación perversa, pareciera que el objetivo institucional de la instancia mencionada no tiene fundamentos solidos para acercarse al llamado Hambre Cero, en cuya esencia sustantiva se pretende hacer conscientes a los niños y jóvenes de la importancia de una buena alimentación, del no desperdicio de la comida y de la escasez de alimentos que hay en el mundo; lamentablemente, esta concientización no sirve para satisfacer su necesidad.

Dentro del contexto de la celebración, se han hecho recomendaciones y propuestas orientadas a mejorar la alimentación, entre otras, hacer dietas saludables y promocionarlas entre amigos y familiares, con la intención de sensibilizar a las personas y puedan lograr una vida saludable y el bienestar dentro de la sociedad en la que se desenvuelven.

Bajo estas consideraciones, llenas de optimismo, se soslayan las realidades de cada lugar, dígase país, región, estado, etc., pues cada uno tiene sus peculiaridades, más allá de la necesidad de alimentarse, por eso no todo debe quedar en las políticas públicas que prometen resolver el problema de la alimentación cuando se deben atender otros elementos, cuya derivación es la producción y consumo de los alimentos.

Es más que obvio cuando la vida, desde su naturaleza, requiere de dos alimentos fundamentales, el alimento y el agua, convertidas en acciones en cuanto el nacimiento de niño; por ejemplo, el primer alimento es la leche materna, compuesta de los nutrientes que necesita para iniciar su desarrollo, desde luego, en estos primeros momentos todavía no hay una necesidad externa de darle valor económico, pues la propia fisiología de la mamá le permite proveerlo de este alimento por demás completo. Después, en las etapas de crecimiento se incorporan otro tipo de alimentos que ya pueden considerarse dentro de los que tienen un valor traducido en dinero.

Con estas bases, ya se puede cuestionar que una celebración, junto con sus recomendaciones para promover entre las personas una buena y sana alimentación se consideran sin sentido, pues solamente se quedan en el recetario de las formas, dicho de otra manera: de qué le sirve a una persona hacer una planificación de un menú semanal si no cuenta ni con los medios ni los recursos para eso; de ahí que una lista de recomendaciones, la imposibilidad de ser parte de un grupo estructurado que establece criterios y formas de alimentación, son innecesarias,

Por otro lado, si no se cuenta con lo suficiente para planificar la comida de una semana, mucho menos se podrá ir al mercado para comprar los productos para hacer la comida. En consecuencia, ni guardar alimentos ni congelarlos tiene cabida en la realidad.

Siguiendo la perspectiva teórica de la alimentación saludable, se dice que los alimentos son unas sustancias que se ingieren, transformadas por el organismo, obteniendo sustancias químicas, cuyos nutrientes son necesarios para la formación, crecimiento y reconstrucción de los tejidos que ayudan a vivir con salud. También se debe considerar que alimentarse no sólo consiste en comer para saciar el hambre, sino en consumir alimentos que nutran al organismo, ayudando al desarrollo integral de las personas.

Desde otra perspectiva, se han considerado dos factores que contradicen notoriamente las buenas intenciones de las mentes brillantes que hacen su mejor oficio para hacer del mundo el mejor lugar para vivir, partiendo, o teniendo como base, una buena alimentación.

En primer lugar, ya sin tomar en cuenta las cuestiones económicas, es complicado para una persona común vivir con una serie de reglas que suponen una larga vida, sin embargo, lo que come una persona ordinaria sólo incluye en las dietas las harinas y los azucares, principalmente, convertidos en tamales, atole y teleras, si bien tienen algo vitamínico, no se le parecen en nada a las verduras, frutas proteínas y productos lácteos que se consideran como necesarios. Sustituidos, además, por las gaseosas y los productos chatarra que venden en bolsitas, por cierto, muy costosos, pero que están al alcance de la mano y no necesitan otro tipo de preparación. Desafortunadamente esta es la realidad.

El otro factor es el desperdicio de la comida: mientras hay quienes apenas tienen una muy precaria posibilidad de medio alimentarse, hay otras personas que tienen recursos de compra, y que, en muchas ocasiones, no la aprovechan, desperdiciando no la comida en sí misma, sino la posibilidad de poder ayudar a quienes carecen de la misma; luego entonces, creo que la celebración del Día Mundial de la Alimentación, llevada al cabo el pasado día 16 de este mes, necesita reivindicar sus propuestas para traducirlas en buscar fórmulas que sirvan para ayudar a los que no tienen por parte de los que sí tienen, quizá con ello pueda aligerarse el problema de la alimentación.