/ jueves 22 de febrero de 2024

¡Carnavaleando!...

¡Febrero, con sus aguas nieves, ventarrones y carnavales!... huracanes que tal vez anuncien la desnutrida promesa para un año de lluvias. ¡Tal vez sí, tal vez no! abriguémonos bien para no enfermar; este año las carnestolendas llegaron pronto; Semana Santa será la última semana de marzo. Como siempre, el carnaval antes del Miércoles de Ceniza y con él, la cuenta de los siete viernes de rigor que serán de vigilia.

-“Todo está muy caro comadrita” -“si comadrita, porque es criollito y de mi huerta”. Pero la bolsa se estira para degustar una torta de haba, el viernes de cuaresma tal vez un pescado tenso; de Puebla, Morelos o Guerrero -no sabemos con certeza- ya llegaron las alegrías y palanquetas y de acá “mesmo”, las pepitorias de piloncillo. “Pero unos al gato y otros al garabato”, porque para algunos el carnaval es de huehues como en Contla, Yauhquemecan, Chiautempan o Totolac; entre camadas comparsas y huehues, camina la borracha alegría.

Pero también vivimos otro carnaval que es el político; este trae en su agenda el insano deseo de asaltar las arcas públicas. Y colmar de oportunistas y codiciosos que acechan. En junio habrá elecciones generales, desde ayuntamientos hasta presidente de la República y ese es el otro carnaval, el de los convenencieros y codiciosos.

Desde siglos, el carnaval es la fiesta de la “carne”, ocasión para que los humanos apetitos se descaren y disipen; hay lugares como Chiautempan, en donde el “papelote” es denuncia pública, jocosa y chusca, con su desfile dominguero, comparsas extravagantes y borrachos desmedidos. Quienes se disfrazan de grotescas suripantas y se apoderan de las calles, prodigando sentones y besos a los incautos; con pelucas estrambóticas, vestidillos cortos y zapatillas de tianguis. Así de ridículos son.

Pero más lo es el carnaval de la política municipal que ahora los tlaxcaltecas padecemos. Cualquier “gato” o lidercito de no más de cinco, imprime y publica lonas, auxiliado por algunos “acólitos” y despistados y quieren convertirse en munícipes o sueñan con que su ridícula irrupción en la escena resulte negociable y adquieran alguna regiduría o posición administrativa, que los enriquezca o cuando menos los ponga “donde hay”.

Carnaval de la política ahora en efervescencia, “los grillos” de campanario se reúnen, se prometen, se juran lealtades, se perjuran y se dan entre ellos atole con el dedo; todos se sueñan aptos y capaces; como sucedió con quien ahora mal gobierna al municipio textilero, quien paga a su padrino el favor con creces, al tiempo que engorda su propia cartera y la de sus hijos.

Los padrinazgos son hoy motivo de otra búsqueda por quienes, “brujos de la polaca” –como dice ser el nico- se jactan en saber de qué “lado masca la iguana”; quienes viven de la propaganda política ya se frotan las manos porque vendrán los despilfarros campañosos.

Acerca del tema, pero en otro orden de ideas, hay malos ejemplos contagiosos como el de los texolos, donde una familia se ha pasado “la silla” de padres a hijos ya tres veces y se han enriquecido. Contla y los Roldán buscan lo mismo. Este proceder no es ilegal, es antidemocrático, porque hacen del municipio y sus dineros un feudo; no debemos olvidar que la permanencia en el poder corrompe y envilece; de ahí, la idea democrática de que el poder circule entre la ciudadanía.

Pero las ambiciones han crecido en la medida en que se manejan millonarios presupuestos, y cuando se mira que los pasados y los actuales roban con descaro sin que haya ley que los castigue o cárcel que los encierre –“mi papá no pisara la cárcel porque nos pondremos guapos con los auditores estatales”.

Por una x cantidad debajo de la mesa, se compra el cargo; por una x cantidad el líder partidista estatal lo vende. En el mercado de la política esto es mercancía ordinaria. En este carnaval de la pueblerina política, hoy bardas y paredes rebosan de lonas grandes y chiquitas, de caras conocidas unas y otras horrorosas; de gente sin convicción y sin valores para el servicio público, a quien solo lo mueve el deseo de defraudar a su pueblo para hacerse de casas, carros y hasta fábricas textiles.

Ese es el otro carnaval que nos toca padecer, el de los ambiciosos, los oportunistas y los ladrones disfrazados de supuestos redentores, que hoy protagonizan no el festival de la carne, pero sí el del poder porque mientras no se castigue a los actuales ladrones, seguiremos padeciendo cada tres años esta rebatinga entre las camarillas.

No debemos olvidar que la permanencia en el poder corrompe y envilece; de ahí, la idea democrática de que el poder circule entre la ciudadanía.