/ lunes 11 de noviembre de 2024

Ella se llama Melanie y él, monstruo

Ella es Melanie, vive en Tamaulipas y su caso ha generado gran indignación y movilización social en México. La joven de 20 años, estudiante de Enfermería en la Universidad Autónoma de Tamaulipas, fue agredida brutalmente por su pareja, Christian de Jesús “R”, estudiante de medicina, durante una fiesta de disfraces en Ciudad Madero el 31 de octubre de 2024. La agresión, captada en el video de seguridad muestra cómo Christian golpea a Melanie hasta causarle múltiples fracturas en la mandíbula, nariz y pómulo, además de una grave lesión en el ojo izquierdo que puso en riesgo su vista.

Ese episodio de violencia habría comenzado tras un conflicto en el que Christian, presuntamente alcoholizado, tocó inapropiadamente a una amiga de Melanie, provocando una discusión. Cuando ella se alejó, Christian la confrontó y la golpeó hasta que providencialmente intervino una amiga (es posible que le haya salvado la vida) y otros asistentes a la fiesta, quienes ayudaron a llevarla al hospital.

El costo de cirugías y tratamientos está más allá de las posibilidades de la familia de Melanie, quienes han solicitado apoyo a la sociedad pues la familia del agresor, primero ofrecieron hacerse cargo y al darse cuenta de la gravedad de las heridas, desaparecieron junto con su monstruo. La Fiscalía de Tamaulipas ha ofrecido una recompensa de 200 mil pesos por información que lleve a la captura de Christian, quien permanece prófugo.

Pero ¿por qué un hombre agrede a una mujer? ¿por qué pasa de decir amarla a destruir su vida de forma tan cruenta y malvada? Cuando un hombre violenta a una mujer, sus pensamientos y emociones pueden ser diversos, pero en términos generales, surgen de varias distorsiones psicológicas. Algunos patrones comunes en la psicología de la violencia hacia la mujer incluyen:

Deseo de poder y control sobre su pareja o sobre las mujeres en general. La violencia se convierte en un medio para ejercer y mantener esa sensación de control; inseguridades y baja autoestima, los agresores pueden tener una autoimagen frágil, lo que los lleva a reprimir sus inseguridades a través de la violencia, sintiendo una falsa sensación de poder al someter a otra persona.

Normalización de la violencia, pues muchos hombres han crecido en entornos donde la violencia se considera una forma “aceptable” de resolver problemas o de expresar emociones. Esto puede hacer que internalicen ideas erróneas sobre la masculinidad, la autoridad y el rol de las mujeres en las relaciones; problemas emocionales o psicológicos, ya que la violencia a menudo está relacionada con problemas como la incapacidad de gestionar la ira, el resentimiento, los celos o la frustración. Estos hombres normalmente tienen dificultades para expresar o procesar sus emociones de manera saludable.

Ideología patriarcal y creencias machistas que han normalizado la superioridad masculina y la subordinación femenina. En este contexto, algunos hombres justifican sus actos porque creen que “tienen derecho” a imponer su voluntad; deshumanización de la víctima, pues el agresor deja de ver a la víctima como una persona con sentimientos y derechos propios, lo que permite que actúe con menor empatía y sin remordimientos; factores sociales y presión de grupo, aunque no se entienda, en algunos entornos, el maltrato o las actitudes sexistas son celebradas o al menos tolerados, lo que fomenta este tipo de comportamiento.

El agresor era joven y quería ser médico. Sus creencias y convicciones sobre las mujeres han acabado con ese futuro. No me imagino lo que hubiese sido como médico frente a pacientes mujeres. ¿Cuántos como él hay…habrá?

Hay que entender algo y que quede claro: la violencia nunca es normal, la violencia contra las mujeres y menores es, además, aberrante. Su erradicación requiere de una intervención social y cultural profunda que, al parecer, por las cifras interminables de víctimas, en México no estamos dispuestos a realizar. ¡Qué vergüenza de país! ¡qué vergüenza de machos! Siento náusea; no puedo con esto.