/ jueves 8 de agosto de 2024

¡Huamantla escaramucero!

¡No es realismo mágico!, es la magia de la realidad que a veces nos enseña su lado encantador. ¡Magia visual que apapacha la vida y extasía nuestros sentidos!... las escaramuzas en Huamantla son eso y más. El espíritu se extasía ante esos “manojos” de lindas flores del campo que son las “Adelitas”, que esta primavera –cálida y húmeda– produce. Verdadera policromía floral con forma de mujer que, de ocho en ocho, se agrupan y regalan un espectáculo maravilloso. Son las mujeres “charras” a caballo de las escaramuzas.


Herederas y portavoces de la más profunda tradición del campo mexicano. ¡Sencillamente admirables!... en la charrería –cuya expresión femenina son las escaramuzas–, se conoce ahí al crisol cultural de este México, producto de los siglos. ¡Tradiciones bellas y asombrosas! Una escaramuza femenina lo tiene todo; tradición, cultura, colorido, música, belleza, entrega y preservación de lo nuestro.


El domingo pasado en el lienzo charro de Huamantla se desbordaron esos atributos y más todavía. Fueron miles los espectadores –prodigio femenino a caballo– mirándolo y admirándolo, tenemos la certeza de que nuestra nación, atesora lo mejor de su ser, en la cultura de sus ranchos, haciendas y demás –la modernidad nunca nos arrasará–; y los cambios tecnológicos con su cultura neoliberal, nos harán lo que el viento a Juárez.


Las escaramuzas son un insólito balcón para extasiarse con el deporte más mexicano. Las escaramuzas son bellas amazonas, provenientes de distantes regiones de México. Llegan en camionetas y remolques, traen hermosos caballos, se enfundan en trajes de “adelita”, los colores de su vestuario, son una policromía de ensueño; sus moños, rebosos y sombreros, sus largar faldas, montan de lado en las ancas del cuaco, donde lucen parte de su hermoso vestido. Montan caballos escaramuceros adiestrados en ese arte, hacen gala de maestría y de un constante entrenamiento; traen botines que resguardan la intimidad de sus piecitos, familias enteras les acompañan, porras y caballerangos les asisten. Su presencia enciende las emociones del respetable.


Desfilan con aplausos. Se forman en el redondel, “rayan sus caballos”. Son las “adelitas”, que evocan con su nombre la herencia de un México revolucionario —la revolución nació en los campos de chihuahua y de Morelos–. La máxima autoridad del evento es una “caporala” –igual, enfundada en primoroso ropaje de “adelita”– es quien dirige, recorre, vigila y ordena. Cada escaramuza tiene su “capitana” que, con voz ejecutiva a la hora de las evoluciones, ordena las ejecuciones de asombro; el fondo musical de mariachi, muy bueno, por cierto.


El público contemplativo, absorto, fanático, aplaudidor porque conoce. Se trata de un deporte tan caro, como auténticamente mexicano. Las escaramuzas de niñitas no faltaron, las llaman “caballito de palo”. Fueron la nota de ternura y de amor, en esas infantas está la esperanza de la continuidad tradicional, sus evoluciones, un lindo ensayo infantil de lo futuro. Los caballos de hermosas crines en diferentes tonos, impecables, con bellas cabalgaduras.


El vestido de las amazonas es de confección especial –a ver cuál luce más hermosa– hay en el país modistas afamadas. El evento transcurre con un varón y su micrófono y los asistentes de la caporala, ahí se despliega ante los ojos de asombro de los asistentes, las resultas de muchas horas y días de esfuerzo, de inversión económica en vestuario, accesorios, caballos, caballerangos, viajes y alimentos. Son familias rancheras, que completas se entregan con pasión a este asombroso deporte.


Estoy cierto que los caballos también disfrutan el evento, alineados en el redondel esperando las ordenes de su hermosa jineta, las niñitas escaramuzas, con sus caballitos de palo, movieron las lágrimas del respetable. Mirando este inusual espectáculo estamos ciertos de que los valores y tradiciones del México del campo, nunca se perderán y que es en los ranchos, donde esta entrañable patria mexicana se conserva, se recrea, se expresa y vibra; ahí retumban las voces del México profundo –en parte– ese que cabalga a caballo, con sus mujeres “adelitas” de vestidos ampones y multicolores, con moños y botines, sombreros de charras orgullosas de serlo, muestras valiosas de la bella mujer de nuestra Tierra. ¡Pero ni modo!... por unas horas me fugué de la realidad y solo queda regresar a ella –porque estoy cierto que estaba soñando–, regreso para esperar la próxima que no sé dónde ni cuando, pero habré de buscarla, ¡estoy seguro!

¡No es realismo mágico!, es la magia de la realidad que a veces nos enseña su lado encantador. ¡Magia visual que apapacha la vida y extasía nuestros sentidos!... las escaramuzas en Huamantla son eso y más. El espíritu se extasía ante esos “manojos” de lindas flores del campo que son las “Adelitas”, que esta primavera –cálida y húmeda– produce. Verdadera policromía floral con forma de mujer que, de ocho en ocho, se agrupan y regalan un espectáculo maravilloso. Son las mujeres “charras” a caballo de las escaramuzas.


Herederas y portavoces de la más profunda tradición del campo mexicano. ¡Sencillamente admirables!... en la charrería –cuya expresión femenina son las escaramuzas–, se conoce ahí al crisol cultural de este México, producto de los siglos. ¡Tradiciones bellas y asombrosas! Una escaramuza femenina lo tiene todo; tradición, cultura, colorido, música, belleza, entrega y preservación de lo nuestro.


El domingo pasado en el lienzo charro de Huamantla se desbordaron esos atributos y más todavía. Fueron miles los espectadores –prodigio femenino a caballo– mirándolo y admirándolo, tenemos la certeza de que nuestra nación, atesora lo mejor de su ser, en la cultura de sus ranchos, haciendas y demás –la modernidad nunca nos arrasará–; y los cambios tecnológicos con su cultura neoliberal, nos harán lo que el viento a Juárez.


Las escaramuzas son un insólito balcón para extasiarse con el deporte más mexicano. Las escaramuzas son bellas amazonas, provenientes de distantes regiones de México. Llegan en camionetas y remolques, traen hermosos caballos, se enfundan en trajes de “adelita”, los colores de su vestuario, son una policromía de ensueño; sus moños, rebosos y sombreros, sus largar faldas, montan de lado en las ancas del cuaco, donde lucen parte de su hermoso vestido. Montan caballos escaramuceros adiestrados en ese arte, hacen gala de maestría y de un constante entrenamiento; traen botines que resguardan la intimidad de sus piecitos, familias enteras les acompañan, porras y caballerangos les asisten. Su presencia enciende las emociones del respetable.


Desfilan con aplausos. Se forman en el redondel, “rayan sus caballos”. Son las “adelitas”, que evocan con su nombre la herencia de un México revolucionario —la revolución nació en los campos de chihuahua y de Morelos–. La máxima autoridad del evento es una “caporala” –igual, enfundada en primoroso ropaje de “adelita”– es quien dirige, recorre, vigila y ordena. Cada escaramuza tiene su “capitana” que, con voz ejecutiva a la hora de las evoluciones, ordena las ejecuciones de asombro; el fondo musical de mariachi, muy bueno, por cierto.


El público contemplativo, absorto, fanático, aplaudidor porque conoce. Se trata de un deporte tan caro, como auténticamente mexicano. Las escaramuzas de niñitas no faltaron, las llaman “caballito de palo”. Fueron la nota de ternura y de amor, en esas infantas está la esperanza de la continuidad tradicional, sus evoluciones, un lindo ensayo infantil de lo futuro. Los caballos de hermosas crines en diferentes tonos, impecables, con bellas cabalgaduras.


El vestido de las amazonas es de confección especial –a ver cuál luce más hermosa– hay en el país modistas afamadas. El evento transcurre con un varón y su micrófono y los asistentes de la caporala, ahí se despliega ante los ojos de asombro de los asistentes, las resultas de muchas horas y días de esfuerzo, de inversión económica en vestuario, accesorios, caballos, caballerangos, viajes y alimentos. Son familias rancheras, que completas se entregan con pasión a este asombroso deporte.


Estoy cierto que los caballos también disfrutan el evento, alineados en el redondel esperando las ordenes de su hermosa jineta, las niñitas escaramuzas, con sus caballitos de palo, movieron las lágrimas del respetable. Mirando este inusual espectáculo estamos ciertos de que los valores y tradiciones del México del campo, nunca se perderán y que es en los ranchos, donde esta entrañable patria mexicana se conserva, se recrea, se expresa y vibra; ahí retumban las voces del México profundo –en parte– ese que cabalga a caballo, con sus mujeres “adelitas” de vestidos ampones y multicolores, con moños y botines, sombreros de charras orgullosas de serlo, muestras valiosas de la bella mujer de nuestra Tierra. ¡Pero ni modo!... por unas horas me fugué de la realidad y solo queda regresar a ella –porque estoy cierto que estaba soñando–, regreso para esperar la próxima que no sé dónde ni cuando, pero habré de buscarla, ¡estoy seguro!