La infancia es un período que debería estar lleno de amor, seguridad y oportunidades; aunque en nuestro país, el 30.4 % de la población son menores de edad, miles de niñas, niños y adolescentes se enfrentan a una cruda realidad: la violencia. Las cifras son impactantes, pero somos más los buenos, aún más poderosa es nuestra capacidad de generar un cambio.
Las alarmantes estadísticas, según datos recientes, indican que 7 de cada 10 niñas, niños y adolescentes han experimentado algún tipo de violencia en el hogar, la escuela o la comunidad. México además ocupa un lugar preocupante en temas de abuso sexual infantil y trabajo infantil. Hay que decirlo alto y claro: todo tipo y forma de violencia tienen impacto inconmensurable en el corto, mediano y largo plazo.
En 2023 se reportaron 547 homicidios de niñas y adolescentes, con un 23.7 % del total de muertes por homicidio; es decir, uno de cada 5 homicidios son contra menores de edad; de los 31,690 casos registrados de violencia contra menores, el 65 % correspondieron a violencia familiar; las niñas y adolescentes fueron las principales afectadas (87.9 %), mientras que los niños representaron el 12.1 %; y, el 31 % de los casos fueron de violencia sexual con un abrumador 92.3 % de víctimas femeninas.
UNICEF destaca que las cifras sobre violencia infantil suelen estar subestimadas debido a factores como falta de denuncias y la aceptación social de ciertas formas de violencia. Encontró que hasta 4 de cada 10 madres y 2 de cada 10 padres en México reportaron haber utilizado el castigo físico contra sus hijos, principalmente motivados por frustración o enojo, más que con intención formativa o educativa.
El castigo corporal está más relacionado con el manejo de las emociones de los adultos que con la disciplina de los niños. Difícilmente se puede imaginar a un adulto pensando, respirando y tranquilamente diciendo: le voy a pegar para que aprenda.
He impartido muchas conferencias y capacitaciones a madres y padres. Créeme lector, lectora, el golpe, la humillación, los gritos, solo causan dolor, resentimiento, culpa, impotencia y emociones muy difíciles de superar. Ninguna persona después de recibir una paliza pensó: ¡qué gran cosa! Ahora aprendí mucho. No; los niños golpeados responden por miedo, obedecen a una autoridad temida, no amada.
Las consecuencias de vivir violencia son invisibles y duraderas; deja heridas físicas e impacta profundamente en la salud mental, la autoestima y el desarrollo integral de las niñas y niños. Un (a) adolescente que creció en un entorno violento tiene más probabilidades de enfrentar adicciones, abandono escolar y, de repetir el ciclo de violencia. Mal aprendieron que los problemas se resuelven a golpes.
¿Qué podemos hacer? informarnos y romper el silencio: hablar abiertamente sobre este tema ayuda a visibilizarlo y a buscar soluciones; denunciar y apoyar: México cuenta con líneas de ayuda, como el 911 y el 089 para reportar casos de violencia infantil; así también promover una crianza positiva fomentando valores como el respeto, la empatía y el diálogo en el hogar; y, apoyar iniciativas y a organizaciones públicas y privadas como el DIF, REDIM y UNICEF, por mencionar algunos.
Hay esperanza. En Chiapas, el programa Puentes de Esperanza logró reducir los casos de violencia en comunidades rurales al capacitar a padres y madres en resolución pacífica de conflictos y crear espacios seguros para niñas y niños. La clave fue integrar enfoques culturales y trabajar junto con líderes locales.
Cada acción cuenta; desde pequeños gestos de empatía hasta grandes iniciativas de cambio social, todos tenemos el poder de contribuir a un mundo donde cada niña y niño crezca seguro y amado. Proteger la infancia no es solo un deber, es la base para construir un México más justo y por fin, pavimentar caminos sólidos para la paz. Si quieres ser parte de este cambio, infórmate, actúa y comparte este mensaje. Juntas y juntos podemos transformar el futuro.