/ lunes 4 de septiembre de 2023

La súper mujer

A tres cuartos del siglo XX, la “liberación femenina” como se nombraba al movimiento que hacía despertar a las mujeres a reconocerse como sujetos de derechos, se sellaba denominando a 1975 como el Año Internacional de la Mujer.

A partir de allí, se espera -con justicia- que la sociedad respete igualdad de derechos, oportunidades y responsabilidades para mujeres y hombres. Se espera. Se trabaja. Se anhela. La realidad dice que no es así.

Las responsabilidades para las mujeres se multiplicaron y ahora, como lo escribí hace algunos meses, el síndrome de “burnout” (término anglosajón), se manifiesta en “un estado de agotamiento físico o emocional que también implica una ausencia de la sensación de logro y pérdida de la identidad personal”.

En las mujeres, se exige que además de buena trabajadora seas buena mamá, buena hija, buena amiga, buena abuela, una súper mujer que además cumpla con los estándares de belleza, dulzura, y eficiencia. La mejor versión de ella siempre y en todo lugar. Im-po-si-ble.

Entérate de una vez por todas. No estás obligada sino a ser tú, a ser feliz, a disfrutar tu cuerpo, tu libertad y tu vida. Estás obligada solamente a VIVIR. Así, con mayúsculas.

Tienes derecho a tratarte y ser tratada con respeto. A decir “no” sin sentir culpa, a experimentar y aprender en todos sentidos, a expresar con respeto sentimientos, a cambiar de opinión, a soñar y perseguir tus sueños; y, a pedir exactamente lo que deseas.

También tienes derecho a pedir información si algo no es claro para ti, a equivocarte pues todos somos imperfectos, no por ello defectuosos, y ¿sabes? Sí tienes derecho de hacer menos de lo que eres capaz de hacer y tomar tiempo para ti.

No está en tus hombros cambiar a nadie, cada quien decide en su propia vida, no puedes aunque intentes, controlar a ningún adulto, pero sí formar a tus hijas e hijos para que cada quien asuma su responsabilidad familiar desde pequeños.

El trabajo compartido, el amor por el orden y la limpieza de nuestro hogar, se logra asumiendo que la casa es de todas y todos quienes la habitamos. Que nadie TE AYUDA, sino que en la perinola la apuesta es “todos ponen”.

Tampoco está en ti corregir la forma en que tus hijos tienden la cama o tu esposo peona a tu hija. Nadie nace enseñado. Tú tampoco naciste sabiendo. La práctica hace al maestro. Al contrario, si respetas el esfuerzo y alientas a los tuyos en su logro, cada vez se harán mejor las tareas.

Actuar de tal manera que respetes tu propia dignidad y la del resto, sin duda alguna eleva la armonía, energía y autoestima.

Piensa lo siguiente, mujer. ¿A ti te gusta compartir tiempo con quien es feliz y alegre, con quien canta, baila y toma lo bueno de la vida o con quien agota sus minutos en quejas eternas y malos modos?

Apréndelo. Mete esto hasta la última de tus neuronas y gotas de sangre: no; no tienes que aspirar a ser perfecta. Eso no existe. Es una quimera dolorosa. Tu ya eres una persona plena. Diviértete, sonríe y ámate.

Lo demás viene por añadidura.


A tres cuartos del siglo XX, la “liberación femenina” como se nombraba al movimiento que hacía despertar a las mujeres a reconocerse como sujetos de derechos, se sellaba denominando a 1975 como el Año Internacional de la Mujer.

A partir de allí, se espera -con justicia- que la sociedad respete igualdad de derechos, oportunidades y responsabilidades para mujeres y hombres. Se espera. Se trabaja. Se anhela. La realidad dice que no es así.

Las responsabilidades para las mujeres se multiplicaron y ahora, como lo escribí hace algunos meses, el síndrome de “burnout” (término anglosajón), se manifiesta en “un estado de agotamiento físico o emocional que también implica una ausencia de la sensación de logro y pérdida de la identidad personal”.

En las mujeres, se exige que además de buena trabajadora seas buena mamá, buena hija, buena amiga, buena abuela, una súper mujer que además cumpla con los estándares de belleza, dulzura, y eficiencia. La mejor versión de ella siempre y en todo lugar. Im-po-si-ble.

Entérate de una vez por todas. No estás obligada sino a ser tú, a ser feliz, a disfrutar tu cuerpo, tu libertad y tu vida. Estás obligada solamente a VIVIR. Así, con mayúsculas.

Tienes derecho a tratarte y ser tratada con respeto. A decir “no” sin sentir culpa, a experimentar y aprender en todos sentidos, a expresar con respeto sentimientos, a cambiar de opinión, a soñar y perseguir tus sueños; y, a pedir exactamente lo que deseas.

También tienes derecho a pedir información si algo no es claro para ti, a equivocarte pues todos somos imperfectos, no por ello defectuosos, y ¿sabes? Sí tienes derecho de hacer menos de lo que eres capaz de hacer y tomar tiempo para ti.

No está en tus hombros cambiar a nadie, cada quien decide en su propia vida, no puedes aunque intentes, controlar a ningún adulto, pero sí formar a tus hijas e hijos para que cada quien asuma su responsabilidad familiar desde pequeños.

El trabajo compartido, el amor por el orden y la limpieza de nuestro hogar, se logra asumiendo que la casa es de todas y todos quienes la habitamos. Que nadie TE AYUDA, sino que en la perinola la apuesta es “todos ponen”.

Tampoco está en ti corregir la forma en que tus hijos tienden la cama o tu esposo peona a tu hija. Nadie nace enseñado. Tú tampoco naciste sabiendo. La práctica hace al maestro. Al contrario, si respetas el esfuerzo y alientas a los tuyos en su logro, cada vez se harán mejor las tareas.

Actuar de tal manera que respetes tu propia dignidad y la del resto, sin duda alguna eleva la armonía, energía y autoestima.

Piensa lo siguiente, mujer. ¿A ti te gusta compartir tiempo con quien es feliz y alegre, con quien canta, baila y toma lo bueno de la vida o con quien agota sus minutos en quejas eternas y malos modos?

Apréndelo. Mete esto hasta la última de tus neuronas y gotas de sangre: no; no tienes que aspirar a ser perfecta. Eso no existe. Es una quimera dolorosa. Tu ya eres una persona plena. Diviértete, sonríe y ámate.

Lo demás viene por añadidura.