¡Pues la noticia es alarmante!... Nos enteramos, de acuerdo con datos que provienen de la Comisión Federal de Competencia Económica, que GRUMA - empresa que produce harina de maíz nixtamalizado en México- surte al mercado de la tortilla con un aproximado del 95 %; este alimento es consustancial a nuestra cultura alimentaria y GRUMA es la empresa que domina el mercado de producción y venta de harina de maíz; es decir, 9 de cada 10 kilos de harina para tortilla proviene de esa empresa.
El 98.6 % de los tlaxcaltecas -aproximadamente- comemos con tortilla -históricamente somos la tierra del pan de maíz-. Por eso, la dependencia que Tlaxcala y el país tienen de GRUMA es preocupante. Salvo algunas excepciones rurales -en donde por suerte se conserva la tradición de la tortilla casera en comal de barro con propio nixtamal-, los hogares tlaxcaltecas ya extraviamos la tradición de los abuelos. Ahora nos surte de ese alimento la tortillería más cercana -no obstante que al enfriarse se acartona-, pero la producción agrícola de maíz también está en decadencia; la generación actual ya no quiere las labores del campo; según el calendario agrícola familiar de antaño, para este mes de octubre -y sus aguaceros torrenciales- ya había elotes tiernos y jugosos, y para mediados de noviembre vendría la pizca; lo que seguía era secar la mazorca y desgranar, para embodegar en costales o cuescomates. Y de ahí ir disponiendo para el consumo, conforme el año lo exigía.
La vida del tlaxcalteca y de su agricultura se ha alterado, perdimos la vocación campesina. Nuestros hijos ahora son universitarios o, de plano, marcharon a las ciudades o a los EE. UU. Hay enormes áreas de cultivo en el abandono, y muchas otras son ocupadas por casas habitación. Como sociedad tlaxcalteca, cada vez producimos menos maíz, y en consecuencia los fogones caseros ya no cuecen tortillas. Los empresarios de GRUMA, desde hace décadas, avizoraron que eso representaba un fenomenal negocio y convirtieron la masa en harina para venderla de tal forma que solamente agua requiriese para “palmear” la tortilla, y esta es la que ahora a diario llevamos a la mesa y la comemos. Por eso éste fenómeno social merece especial atención. Hay que admitir también que la antigua tortilla nutría y propiciaba la salud, por su agregado de calcio natural, pero de esta no sabemos. ¡Ni modo!... estamos en manos de los monopolios.
Otra concentración preocupante que sangra nuestros bolsillos es el acaparamiento del agua para consumo humano. Grandes compañías se han apoderado -con el visto bueno de las elites gobernantes- de los mantos freáticos y veneros mas importantes, y la embotellan por millones de litros, enriqueciéndose desmedidamente con la riqueza natural y social que pertenece a Tlaxcala. Igual, estamos en manos de gigantes en materia alimentaria, como Nestle o General Foods; el maíz es internacionalmente acaparado y distribuido por monopolios que imponen su precio y comercializan con maíz transgénico. Además, no sabemos qué demonios le agregan a las harinas de la tortilla, que ya no es elástica y al enfriarse se convierte en totopo; compramos en las tortillerías tostadas, totopos y recortes para chilaquil o sopa de tortilla, y no sabemos qué aceite utilizan en su elaboración, pero no creo que les interese a los industriales que se afecte a nuestra salud. ¡Ni modo!... nuestras amas de casa, muchas de las cuales tienen que trabajar fuera, recurren a la tortilla industrial -pero no seamos mal pensados, que esto suceda por flojera o comodidad, que también hay algo de eso-; un 95 % de nuestra tortilla proviene de las harinas de GRUMA, que no sabemos si utiliza maíz transgénico o amarillo que no es de consumo humano; pero es la que domina el mercado y la que, por supuesto, impone condiciones y precio -¡porque no hay de otra!-.
No olvidemos, además, que Sinaloa es el granero de maíz y frijol en México, y que en Tlaxcala ya no producimos lo que nos comemos. Hemos extraviado nuestra soberanía alimentaria y no sabemos si eso que nos venden en las tortillerías es alimento nutritivo o no, si le agregan el olote o remojan la tortilla no vendida y la mezclan con la fresca. No lo sabemos, ¡pero eso es lo que comemos! -¡no lo que apetecemos, sino lo que podemos!-. Triste realidad que ensombrece el orgullo de esta, que es la tierra del pan de maíz; circunstancia que confronta nuestra generación, y lo mas grave es que no sabemos cuál será la que confronte la generación de nuestros hijos y nietos.
Ya padecemos la explotación económica para surtirnos de agua de consumo humano; ahora sabemos que está peor el problema de la tortilla. Ingrata noticia saber que esta tierra del pan de maíz, para que su gente coma tortilla, depende de un monopolio dominante del mercado. La pregunta es: ¿Qué sigue, qué “brillante” inventiva tendrán los mercaderes para que sigan enriqueciéndose brutalmente con los insumos básicos que nos resultan absolutamente indispensables para la vida humana?