Desafortunada la expresión del presidente argentino, al decir, que los mexicanos descendíamos de los “indios”. Le dio materia a la prensa sensacionalista, para la crítica feroz.
La frase reza, que los mexicanos descendemos de los Aztecas y los argentinos de los barcos. Es hilarante, se le conoce desde hace mucho.
Explica que nuestros antepasados son originarios de esta tierra y en cambio los argentinos tienen sus raíces étnicas en Europa.
El calificativo “indio”, proviene de la aventura colombina que en busca de las Indias Orientales tras las preciadas especias, tropieza con lo que supuso era el oriente. Se trataba en realidad de un mundo nuevo. Pero eso creyó y en esa idea murió.
El primero que afirmó el descubrimiento del “Nuevo Mundo” fue Américo Vespucio y por eso, se le llamó “América”.
Colón y compañía bautizaron a los habitantes como “Indios”, en un equívoco de ciento ochenta grados, en los rumbos de aquél globo terráqueo desconocido para quiénes navegaban en la “mare nostrum”.
Por eso en lo genérico descendemos de los “Indios”. Aunque en lo especifico y puntual, provenimos de una serie de culturas que en el desarrollo de la vida humana y madurez intelectual de la ciencia y del conocimiento, alcanzaron asombrosamente los grandes grupos sociales de esta región del mundo.
Ahí están los vestigios, las construcciones, la arquitectura, el conocimiento, las ciudades,
- Toltecas,
- Teotihuacana,
- Totonacas,
- Chichimecas,
- Tarascas,
- Olmecas,
- Zapotecas,
- Mayas,
- Aztecas.
Sobrevivencias culturales que hablan de una grandeza superior que la ciencia y cultura de quienes dicen, habernos conquistado, en muchos casos han sido incapaces de descifrar.
Como ejemplo debe decirse que hasta la fecha nadie explica que cultura construyó la ciudad de los Dioses llamada Teotihuacán acerca de lo cual, solo existen suposiciones.
- Los atlantes de Tula,
- Los edificios de Monte Albán,
- Cuilapa de Guerrero,
- El Tajín,
- Chichen Itzá,
- Las cabezas Olmecas,
- Tzintzuntzan,
- Cantona, Cacaxtla.
Dejando para el final la hermosa ciudad de Tenochtitlán en el lago, que desde lo alto de los volcanes en lo que hoy se conoce como “Paso de Cortéz”, dejó sin habla a los invasores.
Las pirámides, los templos, las grandes esculturas, los corredores de una ciudad emergente en el hermoso lago que existió entre los volcanes. Su destrucción, ordenada por quien pretendió derruir las bases de un nuevo urbanismo.
Maravilla terrenal que deslumbró a quienes llegaron, con cuya demolición se utilizó la piedra. Pero, no arrancaron los cimientos de la grandiosidad que sepultada quedó en el centro de la Ciudad de México y cada que se intenta una obra nueva invariablemente tropiezan con restos de lo que fue aquel portento.
La ciudad de Tlatelolco, el Palacio de Axayacatl, las pirámides urbanas, los grandes corredores que conectaban la isla con tierra firme, los templos. La precisa arquitectura de un pueblo que dominaba a meso, centro y sudamérica.
El imperio Mexica tenía el control de esa parte del mundo a excepción de Michoacán y Tlaxcala. Sin la tecnología europea, eran temibles guerreros, sus tropas causaban pavor entre los pueblos conquistados.
- Para orgullo de los que nos sabemos sus descendientes, la arquitectura que nos legaron no tiene paralelo.
Las pirámides del sol y de la luna son verdaderos milagros arquitectónicos, la calzada de los muertos, es grandiosa. Sabemos que en sus barrios se practicaban las artes todas con materias que procedían de mares, montañas, confines continentales y culturas todas.
Así ocurre con Monte Albán y Cantona que ha sido insatisfactoriamente explorada, el Tajín nos muestra una arquitectura fresca, imaginativa, diferente y asombrosa.
Los Mayas dejaron una bastedad de palacios templos y tumbas de significado ritual y astronómico solo equiparable con la de los egipcios. Los frescos de bonampak y de Cacaxtla. Las maravillas que emergen en el centro de la Ciudad de México del templo mayor.
Todo esto es el mudo lenguaje que nos grita de un pasado grandioso, verdadero universo, cosmovisión, de razas que evolucionaron a grados asombrosos, de imaginación creadora sin límites, de una espiritualidad propia y muy nuestra, un intelecto que produjo casi milagros.
Un mundo diferente a lo conocido por el medievo europeo, que vivió el sanguinario dominio de la pesadilla del coloniaje.
Dominación sanguinaria, despiadada, explotadora, inhumana, que con el pretexto religioso nos impuso una cosmovisión ajena.
Para fortuna, el despertar libertario de la América, a la caída de los reyes Hispanos, inició un despertar redescubridor y refloreciente de ese ayer que creyeron sepultado y que emergió con toda su grandiosidad y ese, es el asombro cultural del que hoy nos vanagloriamos.
No sé usted, pero por mi parte recojo aquella expresión del premier argentino, y no me parece denigrante, por el contrario, me enorgullece saber que procedo y por mis venas corre la sangre de aquellas culturas imponentes.