Las expresiones artísticas son, ensimismas, hechos sociales y por ende políticas. La danza ha representado el simbolismo intacto de la mezcla de culturas; la pintura es viva muestra de los sucesos históricos y los valores enarbolados en las sociedades; el cine y el teatro se han configurado también como panacea de la crítica política y la sátira; la literatura, registra de manera precisa, los cambios y las consignas más relevantes. En suma, el arte y la política tienen caminos entreverados en los que su relación se muestra, además de como un resultante, como un impulsor gráfico de las ideas más revolucionarias de nuestro tiempo.
Tan sólo en la pintura, el mítico cuadro de Delacroix muestra de manera fehaciente el valor de la libertad, entendido de manera moderna a partir de la Revolución Francesa, y formador de las ideas políticas del liberalismo clásico. En el caso de México, el Muralismo ha sido -desde los albores del régimen revolucionario y posrevolucionario- relatos incesantes de las gestas y hechos históricos. Además, está por demás claro, también fraguó desde la mente de David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera, Orozco, entre otros, los alcances y límites de la mexicanidad, así como críticas al régimen, a los gobiernos o al sistema económico y, por otro lado, el planteamiento de añoranzas hacia la unión de la Nación y la generación de ideas innovadoras.
Para Tlaxcala, en la pintura, los murales de Desiderio Hernández Xochitiotzin, significan la resignificación de Tlaxcala y su historia ante el escenario nacional, en el que durante bastante tiempo la entidad fue desplazada de su aportación a la mexicanidad y a la formación de la Nación y del propio Estado mexicano.
Sin embargo, en la actualidad esta relación estrecha entre arte y política se ha difuminado, en buena medida porque el arte posmodernista o “contemporáneo” ha sufrido un vaciamiento de contenido ideológico, la aportación a las ideas e incluso el tono de protesta social y de manifestación de los valores que caracterizan a los movimientos sociales actuales, los cuales aún son numerosos y nutridos, es marginal o prácticamente nulo.
Recientemente, hice la lectura de un ensayo en el demeritaban el trabajo de Warwol como artista. Una multitud reaccionario salió en defensa del mencionado artista, señalando las múltiples exposiciones en donde su obra se presenta, los precios de sus obras y la fama que ha alcanzado. Todos estos, son argumentos fáciles, sencillos, pero -hasta cierto punto- convincentes; es decir, es innegable la fama alcanzada por parte de Warwol, sin embargo, si entramos al análisis a detalle, en efecto se encuentra una desvinculación total por parte del artista y sus expresiones con la política, los movimientos sociales o -dramáticamente- de las manifestaciones humanas más poderosos, las que requieren de una tribuna y un espacio, los cuales también están en el arte.
El arte en la actualidad debe recuperar su vinculación con la política como un hecho social, hasta en tanto no se cuente con ese binomio, el arte se vislumbra con un hueco. Reitero, la necesidad de que el arte sea una tribuna de foro abierto, en la que su expresión sea determinante ante las consignas políticas de nuestro tiempo.
En este sentido, el arte y los artistas deben abandonar la concepción de sus obras como mercancías, el gran aparador de “Cambell´s” en el caso de Warwol y la gran vitrina de las galerías más costosas en el mundo, para un puñado de artistas orientados por todo, menos por las ideas y el reflejo de la realidad política y social.
También, además de una forma de expresión vinculada a la realidad, el arte debe abonar a la formación de valores sólidos para la sociedad, a la crítica y a la exaltación de los sentidos humanos
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