/ lunes 13 de noviembre de 2023

Nuestros pueblos indígenas, desde la trinchera de la espera

Son las seis de la tarde de este otoño en pleno de mañanas frías, tardes calurosas y noches de clima inciertos; me acompaño de una exquisita taza de café cuyo grano molido lo adquirí de un hombre nativo de Cuetzalan, Puebla, aquel hombre de mediana edad vestido con ropa de manta y un sombrero un tanto desgastado, se encontraba en cuclillas frente al teatro Xicohténcatl; sobre el suelo una manta donde el café en pequeñas bolsas de hule, tal vez de un cuarto de kilo, ofrece su producto al transeúnte.

Es de considerar como es que muchas comunidades indígenas no han logrado un verdadero desarrollo en cuanto a la explotación real de su tierra u otras actividades propias de su herencia cultural, por lo mismo se ven obligados a buscar o aventurarse a otras partes donde creen que les irá mejor, desconozco a profundidad el número de programas de apoyo a la producción de estas comunidades y cuántos realmente se estén beneficiando, pero el simple hecho de ver a un hombre luchando por vender su producto lejos de su tierra nos indica que algo no anda del todo bien.

Como estas comunidades existen cientos en nuestro país, bien es cierto se reconoce Constitucionalmente en su artículo segundo y pregona nuestra conformación nacional pluricultural, pretendiendo su progreso que enuncia el mismo artículo en su apartado “B”, aun con ello no hay una posición efectiva para “motivar” y generar mejores condiciones de vida a los productores pequeños en la explotación de su tierra o su arte, más bien es la búsqueda de un mínimo indispensable de vivir o sobrevivir.

Estas comunidades, la mayoría de las veces, la población no cuentan con una preparación escolar suficiente que les permita crear ideas de producción o de asociación para un posicionamiento digno de su producto, supongo la orientación institucional no es suficiente a los pequeños productores y ello genera que cada cual “se rasque con sus propias uñas”, vinculado a este, existen problemas heredados respecto de la posesión de tierras que suelen ser litigios prolongados que limitan y obstaculizan la posibilidad de ser considerados en algunos programas públicos. Otras actividades que también representan conflictos y retrasos son las relacionadas con la explotación de la madera, por ser un recurso muy protegido por implicar además la protección de la fauna, no es fácil acceder a los permisos o licencias, lo que obliga a que esta explotación se realice de manera clandestina u otras tantas actividades que pueden caer en lo ilícito.

Las condiciones de vida de nuestras comunidades se influyen de todo el fondo cultural, costumbres, arraigos, etc, igualmente pudieran existir factores de origen que impidieran o dificulten ciertos acuerdos de beneficio, o la posibilidad de no encontrar interés de crecimiento o una desconfianza propia de los antecedentes o experiencias pasadas en otras administraciones. De acuerdo a datos del Inegi se registran sesenta y ocho pueblos indígenas, lo que representa 7.36 millones de personas.

Competir en un mercado es desventaja para estos productores, no pretenden grandes ganancias sino, como lo enuncie anteriormente, es vivir, contar con lo mínimo indispensable, y ¿Qué es lo mínimo indispensable?, obviamente los alimentos, vestimenta, hogar, salud y tal vez con cierta esperanza de educación, considerando lo que es una familia de hasta tres o cuatro miembros. ¿Qué deben esperar quienes se forman en un entorno carente de oportunidades reales de crecimiento?

Un fenómeno común de estas desigualdades es la migración, el ser humano cambia de lugar con el objeto de superar su situación de vida, aunque ese intento le pueda costar la vida, esa movilidad les genera ilusión porque seguramente lo escucharon de alguien o simplemente porque en su comunidad ya no es posible vivir, menos si ya se tiene familia, el trabajo que pueda ser encontrado no garantiza una mejor estadía, pero si por lo menos continuar.

Nuestras gentes salen, viajan con un morral donde guardan sus deseos, pero no sueños, los sueños serán para después, en algún momento los podrían necesitar, o nunca. ¿Qué debe suceder para cambiar la situación de estos hombres y mujeres?, desde siempre se les ha ubicado en el último escalón de los beneficios públicos, no alcanza el tiempo de un sexenio, dos o tres para lograr una reubicación digna que les permita por fin estar en el lugar que por su trabajo deban merecer; algo debe pasar algún día para que todo en realidad cambie.

Compré el café molido al hombre de Cuetzalan, poco más de un cuarto de kilo por treinta pesos; al pasar por una tienda de abarrotes, una marca de café soluble de doscientos gramos en frasco se adquiere por ciento diez pesos; ¿Cuánta diferencia de trabajo habrá entre uno y otro? Claro es que la empresa genera empleos, paga impuestos, empleos indirectos, etc. ¿Qué falta entonces para lograr un plano político-económico equitativo? ¿Cómo lograr esa justicia social? Carlos Fuentes, en una de sus certeras frases escribe “destruimos al otro cuando somos incapaces de imaginarlo”.

Son las siete de la noche y el cielo relampaguea, empieza a llover, mi café se acaba y el vapor se extingue, el viento poco a poco enfría la noche naciente, definitivamente un buen café nos estimula a pensar muchas cosas.