En México la oposición ha tenido diferentes significados y retos. Expresar “somos oposición” no siempre ha sido lo mismo, ya que la legitimidad y el respaldo popular se ganan por la integridad moral y la misión política que se enarbola. Hoy, la oposición no logra colocarse en la simpatía de los ciudadanos, los resultados de la elección del pasado 2 de junio nos muestran a una oposición sin rumbo, vacía de ideales, con serios problemas de unidad y con un evidente divorcio con el pueblo y la democracia.
En la historia de México, observamos cómo la oposición surge en medio de la represión y el autoritarismo en sucesos lamentables como los ocurridos en 1968 y 1971; en estos episodios la oposición se levantó desde las aulas universitarias y se dirigió a las calles para gritar su verdad. En 1988 el Frente Democrático Nacional sufrió un embate frontal en la elección presidencial, pero en esa coyuntura el liderazgo político de Cuauhtémoc Cárdenas era motivo de unidad nacional y de esperanza.
En 2000 es necesario reconocer que, aunque fugaz, la imagen de Vicente Fox revivió la esperanza de tratar de ver a un país diferente. Desafortunadamente el marketing político supero a las ideas, y los argumentos fueron desplazados por creativos comerciales. La elección tan cuestionada de 2006 nos muestra de nueva cuenta el poder de la oposición en México, ya que se realiza una intensa movilización nacional para defender lo que se había decidido en las urnas.
Es cierto, en el sistema político mexicano la oposición ha sido sinónimo de lucha, rebelión, legitimidad, ideología, respaldo popular y coraje social. Sin embargo, desde 2018 las cosas han sido diferentes, observamos a una oposición sin capacidad de movilización, carente de ideología, nula en el respaldo popular, anquilosada, senil y sin proyecto de nación.
La oposición no ha entendido el mensaje que constantemente le ha enviado el pueblo desde las urnas. Han confundido el concepto de oposición y fallidamente se han transformado en una suerte de facción minúscula que solo busca descalificar, obstruir y descarrilar el proyecto que representa la Cuarta Transformación. Sus torpes estrategias muestran a una facción sin ideas, sin unidad y sin fuerza.
La legitimidad debería ser el primer elemento que los distinguiera, sin embargo, las cosas son muy diferentes. Se autodefinen como oposición porque se oponen sistemáticamente a todas las propuestas que surgen de la 4T. Son oposición porque sustituyen los argumentos por las descalificaciones burlescas. Son oposición porque atacan irasciblemente a nuestro presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador.
El politólogo Giovanny Sartori decía que en los sistemas políticos existen dos tipos de oposición. La primera la definía como oposición de tipo constructiva, en donde el debate es el medio para encontrar las coincidencias y discutir las diferencias. La meta es debatir para construir una sociedad mejor informada, socializar los temas de la agenda pública y, sobre todo, les permite construir una legitimidad que surge por las ideas y la razón. Ahí la oposición usa la inteligencia para recuperar la simpatía ciudadana.
El segundo tipo de oposición es conceptualizada como obstructiva, la cual se concentra solamente en obstruir, vive con una ceguera argumentativa y carece de ideas. Su misión es tratar de bloquear todas las propuestas que sean diferentes a su “plataforma”.
En México tenemos a una oposición obstructiva, sin ideas ni argumentos, carente de respaldo social y lejana a los sentimientos de la nación. Su meta es obstruir y descalificar. Pero el pueblo de México ha decidido con sabiduría construir una mayoría democrática que día a día avanza en la construcción del segundo piso de la Cuarta Transformación.
Morena debe mantenerse como una mayoría democrática, con legitimidad popular, claridad en el proyecto de nación, argumentos solidos en el Plan C y en el próximo Plan Nacional de Desarrollo de la Dra. Claudia Sheinbaum Pardo.
Esto hará que Morena siga siendo la esperanza de México.
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