Los procesos electorales son, dado su carácter inherente de competencia política, espacios en los que la conversación pública se realiza con argumentos basados en información cierta, pero también crece la presencia de la denostación, el agravio y la desinformación.
Esto es —en cierto sentido— una normalidad democrática por la confrontación ideológica y práctica para acceder a espacios de decisión y poder público. Sin embargo, tras el uso exponencial de las redes sociales y el cambio sustantivo en los hábitos de consumo de información por parte de las personas, se inauguró una etapa de posverdad. Ahí, quienes dominan los algoritmos y construyen redes de información, se convierten en referentes de la conversación política.
Esta era de la posverdad es particularmente peligrosa por varias razones. La principal es que, actores políticos —deliberadamente— fabrican “verdades” a partir de la repetición de la mentira. En términos simples, el volumen de información política que circula está repleto de mentiras camufladas o aceptadas (a partir de la repetición) y la validación de sus emisores. La etapa de la posverdad abrió espacio para competir en la construcción de realidades alternas con propósitos políticos. Así, por ejemplo, en el caso de México la oposición partidista se ha atrevido a advertir que “está en peligro la democracia” o que “las instituciones democráticas están en riesgo”, sin mayor argumentación o evidencia de que eso efectivamente esté presente.
Además, la posverdad en tiempos electorales —sobre todo en contextos como el de México— es utilizada para reanimar los temores por el autoritarismo del siglo XX. Por ello se ha recurrido, especialmente en las últimas dos elecciones presidenciales, a las ideas politológicas sobre cómo las democracias se colocan en riesgo. Los principales activos de la oposición partidista en México han usado, sin rigurosidad y mayor argumento, las ideas de autores serios como Juan Linz en el libro “La quiebra de las democracias” o de Levitsky y Ziblatt en el libro “How democracies die”, para indicar que la institucionalidad democrática enfrenta riesgos, sin reparo alguno.
Todo esto, en realidad, se trata de: la deriva ideológica de un bloque político, la utilización de fake news y la construcción de una realidad alterna (a la que los hechos desmienten) en la etapa de la posverdad y a la laxitud de los conceptos en la conversación política por parte del espectro político de la oposición. Empero, este contexto es simultáneamente irrisorio y preocupante. Se usan conceptos con ligereza extrema.
Lo que resta por hacer para enfrentar esta etapa de posverdad es politizar, informar y participar políticamente. Por eso las elecciones de este domingo son tan relevantes, son la posibilidad para reafirmar que la población entiende los proyectos políticos que tiene de frente y asumo posiciones éticas frente al intento de desinformación en esta era de posverdad. El camino de la continuidad con cambio, en una democracia, es claro.
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