/ jueves 25 de julio de 2024

¿Quién secuestró mi feria?

Los lunes de remate de feria, cuando la barata de los juegos mecánicos, y dábamos vueltas hasta el mareo, eran los avisos de que la feria estaba concluyendo y al día siguiente se marcharía. Y la nostalgia de meses, se volvería melancolía, durante 12 meses. Mientras tanto solo sería recuerdo. La magia de la feria santanera por ese año, se acababa.

Ahora, pisábamos la realidad y esta era muy fría, las lluvias de agosto se intensificaban y la alegría ya no estaba, había concluido una edición más de la feria. Pero ocasión llegó en que se fue para nunca regresar. Porque algunos “iluminados” la mandaron a la periferia y la celebración de la patrona señora Santa Ana, entró en “terapia intensiva”, y desde entonces, ya no es lo que fue. La nostalgia se instaló entre nosotros para ya no marcharse. Hasta hace quince años quizás, existió ese evento provinciano que gozaba de auténtica magia regional, la que encantaba y movía al extremo la alegría, el ansia por convidar, por invitar.

Era un acontecimiento esperado por todos, hasta por las “visitas” que de lejos venían. Época en que Chiautempan era un emporio… ¡más de cien fábricas, con miles de obreros que cada fin de semana “rayaban” su “sobrecito” lleno!... ¡a los santaneros se les vende más caro porque tienen dinero!... era un convite sin igual en la comarca.

Para quienes venían de lejos, las familias preparaban hospedaje y alimentos para varios días, en tanto, flotaba en el ambiente el tostar de los chiles e ingredientes para el mole que se molían en metate, se prevenían los frijolitos “amanegua” y las tortillas de mano. Con anticipación se había elegido reina de feria y se le coronaría en la noche de gala “de Coronación”; baile de generosidad y despilfarro… ¡como ermitaño, una vez al año!... el desprendimiento, la elegancia de las hechuras de sastre y de esmeradas costureras, peinados de salón para ellas, vestido de lujo para todos; iba por delante el donaire de quienes reservaban “mesa” para el baile y al ocuparla, ordenaban espléndidas bebidas, … meseros de blanco y de moño, charola en mano, rodaban las propinas generosas, pasarela provinciana para el lucimiento.

Ya en el baile. Brindar con los vecinos de mesa y las amistades. El sábado había sido agitado, pero “relujados y englostorados”, nos apersonábamos, en tanto resonaban al viento las notas de afamabas orquestas, que amenizarían hasta la madrugada, hora en que la fresca, apapachaba al mareo de las copas y en tanto, en los hogares, el fuego de la leña incentivaba la sazón del mole de guajolote.

Los visitantes llegarían por miles… las calles atestadas, los vinateros vendiendo como locos… ¡no vive aquí, pero pásele y siéntese a comer!… la generosidad santanera no tiene límites, se desborda, se antoja, se convive hasta altas horas de la noche… ¡salud compadrito, salud a todos!… se repetía incansable.

Los juegos mecánicos de “chavero” eran lo más moderno y el ansia de los niños por estar ahí… ¡¿Papá, ya me vas a llevar a los caballitos?! … ¡sí mi hijito, nada más que se vallan las visitas!... ¡comadrita llévese usted su ollita, mañana recalentado se lo comen! ... ¡gracias comadrita, los esperamos en la feria del pueblo! ..., desde lejos, la música feriera y el trajín de los motores, suben y bajan paseantes y el señor “chavero” engordando sus costales de dinero.

Cómo olvidar los churros azucarados, los barquillos de cajeta, los plátanos con mermelada, los algodones de azúcar, las chalupas de Anita Maldonado, el café de “calcetín”, los juguetes de plomo, la loza de Pátzcuaro, los valeros de Quiroga, los títeres Rosete Aranda, la carpa Rosalba y su elenco para adultos, los faroles musicales, que regaban notas de alegría y aquel poderoso reflector de luz al cielo, que hasta Puebla se veía; las atronadoras salvas de cohetes al salir la misa mayor… ¡Oigan nomás a los santaneros, qué tal están quemando su dinero! ..., decían los circunvecinos; el regocijo por doquier, las banquetas repletas de visitantes, en cada esquina, el pan de fiesta de Huactzinco.

Chiautempan tiene magia propia, no declarada en documento alguno por ninguna autoridad, más que por nosotros; aunque ahora, como pueblo, estamos extraviando las tradiciones. Porque hubo vecinos de las calles circundantes a la feria que exigieron saliera del área urbana (no podían guardar sus carros, apestaba de orines y heces por doquier), y no alcanzó la imaginación para alquilar sanitarios portátiles y organizar un estacionamiento provisional y se decretó la expulsión de ese maravilloso hechizo pueblerino hasta las orillas de Texcacoac, y aquello que fue sensacional evento entró en “terapia intensiva”, al conjuro de la modernidad.

Hoy las voces disonantes se escuchan. … ¡qué bueno que nos quitaron el problema!... ¡esa no es mi feria, no he ido ni iré!... ¡qué fue lo que pasó, antes aquí en estas fechas había una feria!... ¡sí, pero fue condenada a la desaparición!... el remedo, que se ubica en lo que llaman centro expositor, no es la que con tanto celo y amor nos heredaron nuestros padres.

La celebración agoniza, pero existe, aunque perdió su magia. Mas cuando nos dimos a la imitación de lo ajeno… ¡“la chiautempada” será por la vía!... (no alcanzó la imaginación para más), yo me pregunto si como pueblo, tradición taurina tuviéramos, hubiera plaza de toros; pero eso no es lo nuestro, en cambio sí lo es el mole prieto y las procesiones, los muéganos, el convite, las festividades en grande; el espíritu de comunidad se extravió.

Deberíamos buscar en los escombros de lo que fue para rescatar lo nuestro, recoger opiniones y que predominen las valiosas, para que celebremos con apego a los que somos; para rescatar el hechizo y encanto de nuestra feria, no imitando lo ajeno.

El próximo domingo es la feria de este “pueblote” que se ha visto opacada por aquella de las alfombras fantásticas, la que, erigida sobre el espíritu de su comunidad, sabe resaltar lo propio. ¡Los pueblos, como los seres humanos, cuando nos extraviamos en el túnel de la nada, debemos rescatar nuestras esencias!

El Tratado de Libre Comercio mató a la industria local y al comercio artesanal. Tanta modernidad nos perjudicó. No obstante, celebraremos como siempre, con alegría, sin egoísmos y en espera de que el porvenir sea risueño. Por cierto, alguien me quiere explicar qué diablos le pasa a la economía regional, porque ahora “camina como renga y hasta cojea”.


Los lunes de remate de feria, cuando la barata de los juegos mecánicos, y dábamos vueltas hasta el mareo, eran los avisos de que la feria estaba concluyendo y al día siguiente se marcharía. Y la nostalgia de meses, se volvería melancolía, durante 12 meses. Mientras tanto solo sería recuerdo. La magia de la feria santanera por ese año, se acababa.

Ahora, pisábamos la realidad y esta era muy fría, las lluvias de agosto se intensificaban y la alegría ya no estaba, había concluido una edición más de la feria. Pero ocasión llegó en que se fue para nunca regresar. Porque algunos “iluminados” la mandaron a la periferia y la celebración de la patrona señora Santa Ana, entró en “terapia intensiva”, y desde entonces, ya no es lo que fue. La nostalgia se instaló entre nosotros para ya no marcharse. Hasta hace quince años quizás, existió ese evento provinciano que gozaba de auténtica magia regional, la que encantaba y movía al extremo la alegría, el ansia por convidar, por invitar.

Era un acontecimiento esperado por todos, hasta por las “visitas” que de lejos venían. Época en que Chiautempan era un emporio… ¡más de cien fábricas, con miles de obreros que cada fin de semana “rayaban” su “sobrecito” lleno!... ¡a los santaneros se les vende más caro porque tienen dinero!... era un convite sin igual en la comarca.

Para quienes venían de lejos, las familias preparaban hospedaje y alimentos para varios días, en tanto, flotaba en el ambiente el tostar de los chiles e ingredientes para el mole que se molían en metate, se prevenían los frijolitos “amanegua” y las tortillas de mano. Con anticipación se había elegido reina de feria y se le coronaría en la noche de gala “de Coronación”; baile de generosidad y despilfarro… ¡como ermitaño, una vez al año!... el desprendimiento, la elegancia de las hechuras de sastre y de esmeradas costureras, peinados de salón para ellas, vestido de lujo para todos; iba por delante el donaire de quienes reservaban “mesa” para el baile y al ocuparla, ordenaban espléndidas bebidas, … meseros de blanco y de moño, charola en mano, rodaban las propinas generosas, pasarela provinciana para el lucimiento.

Ya en el baile. Brindar con los vecinos de mesa y las amistades. El sábado había sido agitado, pero “relujados y englostorados”, nos apersonábamos, en tanto resonaban al viento las notas de afamabas orquestas, que amenizarían hasta la madrugada, hora en que la fresca, apapachaba al mareo de las copas y en tanto, en los hogares, el fuego de la leña incentivaba la sazón del mole de guajolote.

Los visitantes llegarían por miles… las calles atestadas, los vinateros vendiendo como locos… ¡no vive aquí, pero pásele y siéntese a comer!… la generosidad santanera no tiene límites, se desborda, se antoja, se convive hasta altas horas de la noche… ¡salud compadrito, salud a todos!… se repetía incansable.

Los juegos mecánicos de “chavero” eran lo más moderno y el ansia de los niños por estar ahí… ¡¿Papá, ya me vas a llevar a los caballitos?! … ¡sí mi hijito, nada más que se vallan las visitas!... ¡comadrita llévese usted su ollita, mañana recalentado se lo comen! ... ¡gracias comadrita, los esperamos en la feria del pueblo! ..., desde lejos, la música feriera y el trajín de los motores, suben y bajan paseantes y el señor “chavero” engordando sus costales de dinero.

Cómo olvidar los churros azucarados, los barquillos de cajeta, los plátanos con mermelada, los algodones de azúcar, las chalupas de Anita Maldonado, el café de “calcetín”, los juguetes de plomo, la loza de Pátzcuaro, los valeros de Quiroga, los títeres Rosete Aranda, la carpa Rosalba y su elenco para adultos, los faroles musicales, que regaban notas de alegría y aquel poderoso reflector de luz al cielo, que hasta Puebla se veía; las atronadoras salvas de cohetes al salir la misa mayor… ¡Oigan nomás a los santaneros, qué tal están quemando su dinero! ..., decían los circunvecinos; el regocijo por doquier, las banquetas repletas de visitantes, en cada esquina, el pan de fiesta de Huactzinco.

Chiautempan tiene magia propia, no declarada en documento alguno por ninguna autoridad, más que por nosotros; aunque ahora, como pueblo, estamos extraviando las tradiciones. Porque hubo vecinos de las calles circundantes a la feria que exigieron saliera del área urbana (no podían guardar sus carros, apestaba de orines y heces por doquier), y no alcanzó la imaginación para alquilar sanitarios portátiles y organizar un estacionamiento provisional y se decretó la expulsión de ese maravilloso hechizo pueblerino hasta las orillas de Texcacoac, y aquello que fue sensacional evento entró en “terapia intensiva”, al conjuro de la modernidad.

Hoy las voces disonantes se escuchan. … ¡qué bueno que nos quitaron el problema!... ¡esa no es mi feria, no he ido ni iré!... ¡qué fue lo que pasó, antes aquí en estas fechas había una feria!... ¡sí, pero fue condenada a la desaparición!... el remedo, que se ubica en lo que llaman centro expositor, no es la que con tanto celo y amor nos heredaron nuestros padres.

La celebración agoniza, pero existe, aunque perdió su magia. Mas cuando nos dimos a la imitación de lo ajeno… ¡“la chiautempada” será por la vía!... (no alcanzó la imaginación para más), yo me pregunto si como pueblo, tradición taurina tuviéramos, hubiera plaza de toros; pero eso no es lo nuestro, en cambio sí lo es el mole prieto y las procesiones, los muéganos, el convite, las festividades en grande; el espíritu de comunidad se extravió.

Deberíamos buscar en los escombros de lo que fue para rescatar lo nuestro, recoger opiniones y que predominen las valiosas, para que celebremos con apego a los que somos; para rescatar el hechizo y encanto de nuestra feria, no imitando lo ajeno.

El próximo domingo es la feria de este “pueblote” que se ha visto opacada por aquella de las alfombras fantásticas, la que, erigida sobre el espíritu de su comunidad, sabe resaltar lo propio. ¡Los pueblos, como los seres humanos, cuando nos extraviamos en el túnel de la nada, debemos rescatar nuestras esencias!

El Tratado de Libre Comercio mató a la industria local y al comercio artesanal. Tanta modernidad nos perjudicó. No obstante, celebraremos como siempre, con alegría, sin egoísmos y en espera de que el porvenir sea risueño. Por cierto, alguien me quiere explicar qué diablos le pasa a la economía regional, porque ahora “camina como renga y hasta cojea”.