Respetuosa e increíblemente sensible es la adaptación cinematográfica de Pedro Páramo, dirigida por el talentoso Rodrigo Prieto y estrenada en Netflix este miércoles 6 de noviembre.
La cinta nos sumerge en una versión visualmente hipnótica y emocionalmente densa del clásico de Juan Rulfo con un enfoque estético que realza el carácter fantasmal de Comala y eleva a la novela a nuevas alturas en el cine.
Desde los primeros minutos, Prieto establece una atmósfera enrarecida y opresiva. La cámara deambula por un pueblo desolado y el silencio casi absoluto nos lleva a experimentar una sensación de muerte y desesperanza. Comala, en la versión de Prieto, es el personaje que imaginamos al leer la novela por vez primera.
Juan Preciado (Tenoch Huerta) es interpretado con vulnerabilidad al recorrer Comala en busca de respuestas sobre su padre y enfrentándose a la dureza de su herencia familiar. Sin embargo, es Pedro Páramo (Manuel García Rulfo) el patriarca cruel que roba cada escena. La interpretación de este personaje es magnética y a medida que desentrañamos su historia nos enfrentamos a un hombre marcado por el poder, pero también por la tradición social de un México prerevolucionario.
Uno de los grandes logros de esta adaptación es que consigue capturar la esencia de la novela: la fragmentación. La narrativa no sigue una línea temporal clara, sino que se despliega en retazos de memoria y dolor de las familias que la protagonizan. Además, destaca la conjugación del realismo mágico sin recurrir a efectos exagerados.
La mezcla entre la presencia física y la fugacidad de los espíritus se maneja con destreza, como un homenaje a ese Comala que nunca está estático. Por su parte, la música y el diseño sonoro son elementos que complementan esta atmósfera onírica. Los sonidos del viento, de los susurros en las paredes y de los ecos de un pasado que nunca muere crean un espacio auditivo envolvente.
La película invita a la contemplación, a la inmersión en un mundo desolador y a acercarse textualmente al pueblo, aquel que todos vemos tan familiar sin siquiera hacerlo pisado.