¿Nos reímos para no llorar? Me pregunto después de ver “El candidato honesto” una película que, bajo una capa de comedia ligera y situaciones absurdas, logra hacer una crítica aguda a la política contemporánea y a la corrupción que la envuelve.
El filme nos presenta la historia de Juan Pérez, un candidato que está dispuesto a todo por alcanzar el poder, sin importar las mentiras que tenga que decir. Sin embargo, después de un extraño incidente asociado a arraigadas creencias culturales, pierde la capacidad de mentir, lo que le lleva a decir la verdad brutalmente y sin filtros. Este giro convierte al personaje en un hilarante espejo de la clase política, una que, si fuera incapaz de mentir, quizás no sabría cómo funcionar.
La genialidad de “El candidato honesto” no radica en su cinematografía, sino en su capacidad para tomar un tema tan delicado como la corrupción política y convertirlo en un espectáculo de humor. Aunque algunos podrían decir que la película es una caricatura exagerada, muchos reconocerán situaciones que no son tan distantes de la realidad política mexicana.
Las promesas rotas, la manipulación del electorado y el uso de estrategias mediáticas para limpiar la imagen del candidato son parte del día a día político. Así, la película toma estos elementos y los exagera hasta el punto de lo absurdo, pero sin perder de vista la crítica.
Desde la dirección fílmica, Luis Felipe Ybarra utiliza el humor como un vehículo para abrir los ojos de la audiencia. Cada chiste, cada escena cómica que ridiculiza las tácticas y el lenguaje de los políticos es una invitación a cuestionar la política real.
Si bien el filme cumple con su función de entretener, también deja un sabor amargo. Al final, las risas se transforman en una reflexión seria: ¿qué tan lejos estamos de esta realidad? La trama nos muestra que, incluso cuando los políticos son confrontados con la verdad, el sistema es tan robusto en su corrupción que es difícil de cambiar.
El protagonista, incapaz de mentir, se convierte en una amenaza no solo para su campaña, sino para todo el entorno político que lo rodea. Esta idea refuerza la noción de que la política actual, atrapada en un ciclo interminable de corrupción, es un reflejo de nuestra sociedad y de nuestra incapacidad para exigir un cambio real.
En definitiva, “El candidato honesto” es un retrato sarcástico pintado con crayones del jardín de niños. Con humor, la película nos lanza una pregunta incómoda: ¿estamos realmente dispuestos a escuchar la verdad, o preferimos seguir en el juego de la mentira y el autoengaño?