Las películas sólo envejecen mal cuando se hacen mal. “Manolete” (2008), dirigida por Menno Meyjes y protagonizada por Adrien Brody y Penélope Cruz, es un intento de capturar la vida y pasión de uno de los toreros más legendarios de España, pero con un director holandés, dos protagonistas antitaurinos y empleo de toros digitales.
La película busca explorar la compleja personalidad de Manolete, un hombre atrapado entre el amor por su peligrosa vocación y su intensa relación con Lupe Sino. Sin embargo, el biopic se adentra también en la tauromaquia como una forma de arte, vida y, en muchos casos, muerte.
La narrativa se mueve entre las ganaderías españolas y la intimidad de una historia de amor que desafía las convenciones de su tiempo, marcando el contraste entre la fama pública y los conflictos personales.
El Manolete de Adrien Brody es un torero solitario y melancólico, casi como un poeta trágico, que parece comprender desde el principio que su vida y su muerte están intrínsecamente unidas al toro. Brody ofrece una interpretación contenida, casi minimalista, que busca capturar la esencia de un hombre que se convirtió en leyenda a través de su arte. Sin embargo, su actuación carece del temperamento que se espera de un torero de la talla de Manolete, especialmente en una figura tan icónica y apasionada.
La cinematografía de esta entrega es, sin duda, el gran acierto, aunque tampoco tanto. Cada secuencia en el ruedo es una coreografía cuidadosamente compuesta, un juego de luces y sombras que invita a vivir el folclore de la fiesta.
Los primeros planos y la edición lenta pretenden resaltar la tensión y el peligro constante que se vive en el ruedo, ofreciendo a los espectadores un vistazo de la vulnerabilidad y el coraje que requería enfrentarse a un toro. No obstante, el guion cae en la trampa de romantizar en exceso la figura del torero, sin explorar a profundidad las controversias que rodean este arte.
La relación entre Manolete y Lupe Sino, aunque central en la historia, a veces se siente forzada, como si la pasión de la vida real entre los personajes no se tradujera del todo en la pantalla. Es un filme que presenta una visión nostálgica y romántica de una época y una figura que, como los grandes artistas, no se puede comprender del todo sin entender el contexto que los creó.
En última instancia, la cinta plantea la eterna pregunta: ¿es el toreo un arte o un anacronismo bárbaro? “Manolete” no ofrece respuestas definitivas, pero invita a la reflexión a partir del hombre que, con cada corrida, caminaba un poco más cerca de su destino final.