El biopic “Rocketman” es un carnaval, una fábula musical distinta de otros relatos biográficos recientes. Este abraza la fantasía sin miedo y sin pedir disculpas.
Bajo la dirección de Dexter Fletcher, la película que celebra la música, a propósito del día de Santa Cecilia, relata la vida de Elton John, interpretado magistralmente por Taron Egerton en un viaje surrealista, con números musicales que rompen la lógica del tiempo y el espacio.
Desde las primeras escenas, la película anuncia que no va a preocuparse demasiado por lo que ocurrió con exactitud en la vida de un ser humano, sino por lo que Elton sintió al navegar por este plano de la existencia. Por eso, el filme logra algo mucho mejor que cualquier otro: la honestidad.
Uno de los datos curiosos de la cinta es que Egerton canta todas las canciones de la película, lo que le da un peso añadido a cada interpretación musical en la que destacan la lucha de Elton con su identidad, sus adicciones y su necesidad de aceptación, los motivos pilares del film.
Sí, “Rocketman” utiliza el musical como recurso narrativo y no como mero adorno; sucede que las letras de sus canciones se convierten en su diario íntimo y cada número musical refleja la evolución del personaje, desde su ascenso a la fama hasta sus momentos más oscuros.
En cuanto a los saltos narrativos, se agradece que “Rocketman” desordena las canciones de Elton John y las ajusta para que cada una sirva a la historia en ese momento específico. Esa es una de las claves del éxito de la película, que la música no se siente forzada, se siente viva y contextualizada, como un reflejo natural del estado emocional del protagonista.
La película se permite el lujo de explorar los excesos y las fantasías de Elton John a través de secuencias visuales cargadas de color, textura y movimiento. Estas licencias creativas rompen con lo establecido en un género que muchas veces se siente atrapado en el realismo.
Pero si hubiera que elegir una sola razón para agradecer esta cinta es que no busca ensalzar a Elton como un héroe, más bien lo muestra en sus momentos más bajos, casi como el antihéroe que a veces necesitamos en el mundo de los espectáculos para recordar que “somos polvo de estrellas”.