La secuela de “Sonríe” (Smile), dirigida por Parker Finn, nos lleva a un terreno donde el terror se conjuga con la psicología y los juegos mentales, pero después de los gritos que inundaron las salas en su primera entrega, queda latente la duda sobre si esta nueva cinta es tan buena como la anterior.
En “Sonríe 2”, el personaje protagónico es Skye (Naomi Scott), una aclamada cantante que acaba de recuperarse de una terrible etapa de drogadicción que culminó con un accidente carretero donde su novio perdió la vida.
La espiral autodestructiva de Skye en realidad es el nudo de la cinta, pues su lucha contra la adicción y el trauma se refleja en la maldición del “demonio de la sonrisa” que la persigue.
Como lo vimos en la primera cinta, esta maldición se transfiere por medio de la sonrisa siniestra que luce una persona y con la que se queda mirando fijamente a otra. Se produce cuando la víctima ya no es ella y la presencia maligna lleva a efecto la posesión.
Desde el primer minuto, “Sonríe 2” construye una atmósfera opresiva que refleja el estado interno de la protagonista. La estética visual juega un papel fundamental: con tomas invertidas y ángulos que distorsionan la percepción, de modo que nos volvemos testigos de la desconexión entre la imagen pública de Skye y su realidad emocional.
Finn logra darle a la secuela una identidad más definida al entrelazar la historia personal de Skye con la crítica social hacia la industria del espectáculo, que deja una sensación de inquietud hasta los créditos finales. La pregunta inquietante al final es ¿qué sucede cuando la sonrisa deja de ser una expresión genuina y se convierte en una máscara impuesta por la industria?
Aunque la película recurre a los típicos jump-scares, no se siente superficial por la tensión visual y auditiva que genera (la cual es más estresante que terrorífica). Cada susto está al servicio de la narrativa, aumenta la tensión y hace eco del descenso de Skye hacia la desesperación.
Aunque predecible, “Sonríe 2” no es tan terrible como se ha vendido. Se trata de una película de terror psicológico perfecto para estas fechas en las que la sangre ya no es suficiente para asustar a un público que, tristemente, lo ha normalizado todo.
Aunque la película recurre a los típicos jump-scares, no se siente superficial por la tensión visual y auditiva que genera