/ jueves 12 de septiembre de 2024

¡Septiembre de tormentas!...

Lluvias interminables, fríos anticipados, munícipes que se estrenan; Reforma Judicial ni fácil ni tranquila; como “gato boca arriba”, los intereses creados defienden lo suyo; en los cielos tormentosos del Senado hubo llantos y alegrías; pero la noche del martes para el miércoles el huracán descargó su furia y amaneció soleado, escampado y flotaba en el ambiente la esperanza; en la Cámara alta, intensa lucha, ahora la señora Piña se agita y cree que con su cáscara pueden hacer tepache, por eso amenaza con romper la paz social.


Alejandro Moreno está en “veremos” y un personaje de Boca del Río se volvió noticia nacional. Los que se creen dueños de México defendieron su trinchera judicial, donde conservan los poderes residuales del pasado; no sabremos qué vendrá, pero sí que están eclosionando nuevas formas sociales, ¡queremos que sea para bien!, porque ambicionamos justicia rápida, que no “estire la mano para recibir” y sea justa.


¡Pero ahora septiembre!, es mes tricolor y patrio -por definición histórica-, alienta saber que tal vez en los juzgados ya no tropecemos con la burocracia centavera que todo lo complica y lo retrasa -venga para la otra semana licenciado-. ¡Es septiembre! Y la patria lo sabe, y mi corazón también, que se llena de emoción porque a México se le quiere por muchas razones: porque aquí nací, aquí mis primeros pasos, envuelto en el cariño de mi madre y de los abuelos, de mis tíos que entibiaron mis orfandades.

En el cálido “tlecuil” de las tortillas caseras, los hermanos disfrutábamos del calorcito de la leña, para que nuestro corazón vibrara. En este girón de México crecimos, pero la idea de patria se forjó más tarde, conociendo su historia y recorriendo su geografía -y todo lo que en ella ha cabido y cabe-, conociendo sus culturas, tradiciones y razas, frutas, costas, mares, montañas y valles, y las fronteras con “nuestros vecinitos” -¡ay nanita!-, y ahora sé que todo eso está archivado en mi pasado. Su geografía es hermosa -no obstante los talamontes, las mineras saqueadoras, las cálicas destructoras y sus políticos deshonestos; mi infancia transcurre en el hogar y luego extiende sus fronteras a los amigos, la familia en general, a la novia, la esposa el hogar propio, los hijos y los compadres. Es un extenso ramaje donde todos cabemos. Vivíamos en la paz social, pero nos cayó encima la desgracia neoliberal impuesta por los “vecinitos de arribita”, que nos trajeron los valores del mercado -no estaban en la agenda mexicana-. Ahora pregonan “los meros gargantones” que el tejido social necesita reconstruirse, pero no explican quién lo desgarro ni por qué. Pero razones tengo para amar a mi patria, empezando por Chiautempan y Tlaxcala. Mi pequeño espacio, con su pasado de bonanza, que se perdió en el vendaval de una integración económica.


Septiembre es buen momento para reflexionar. Cuando el individuo se extravía -en la selva social o en sí mismo-, para encontrarse despliega energía inusual para reencontrarse, y sí lo hace, asegura su porvenir, identifica su “ser individual”, pero, sobre todo, ejerce su libertad al decidir lo indeciso. Amamos a esta tierra porque aquí, al abrir los ojos, contemplamos a su cielo.

Cuando niños, recorrimos sus calles sin peligro, por la limpieza de sus ríos -como el de los Negros y el Zahuapan, donde nadábamos y hasta pescaditos tenía-, sus calles eran nuestras canchas de juego y de sus milpas hurtábamos cañas de maíz y elotes exquitosos. Felices, aunque tal vez andrajosos y descalzos, pero todos los del pueblote nos conocíamos. Amo esta tierra porque aquí crecí con mis hermanos, y donde ahora hay asfalto había árboles, y en ellos la mente infantil imaginaba “territorio salvaje e inexplorado”; veredas que caminábamos pensando en aventuras. Cómo no amarte México, si aquí en tu tierra disfruté las manos querendonas de mi abuela, que en bracero de carbón, en las tardes de octubre, preparaba chileatole y freía pambazos santaneros; cómo no amarte, si ya joven disfruté los tacos de doña Ninfa Rojano y doña Mari, de pata capeada, bistec, milanesa, chile relleno, con papas fritas en manteca y tortillas de mano; cómo no encariñarme contigo, si para celebrarte elaboraba banderitas de papel de china con engrudo y varitas de jarilla; si para “hacerle violines” al invierno prendíamos luminarias con los “gallos” de las milpas y, si el abuelo se descuidaba, hasta con “chinamites”; eres patria de mi corazón, empiezas por la casa, de la cual tíos y tías desfilaron en matrimonio de destino, “ahuecando el ala”.


Cómo no amarte Tlaxcala y Chiautempan, si en tu camposanto descansan los huesos blanqueados de mis mayores y hasta de un hijo, sepultados en horas de amargura -sufrires que también me arraigan a tu suelo-. Tú me formaste -primaria, secundaria, universidad-; aquí recibí mis oportunidades laborales para construirme, construyéndote. Sí, he respirado de tu aire y apagado mi sed con tu agua hasta llegar a ser lo que soy.

En esta tierra mía -entre tejedores y textileros- vimos llegar a los hispanos -al amparo del jerarca Caso Guerra-, hambrientos de trabajo, dispuestos al ahorro y a las privaciones, para forjar su patrimonio y hasta fábricas que han sido fuentes de trabajo. Tus mentes creativas han imaginado prendas exitosas como “las capas de fantasía”, que hace años inundaron al país y amasaron fortunas de la nada. Tu tierra nos ha alimentado; tus plantas nos han dado salud cuando enfermamos. Practicamos entre nosotros aquella solidaridad -que los extranjeros admiran y envidian-, bueno, hasta la pandemia, con su ergástula de muerte, nos hizo entender que debíamos ser comunidad y no individuo.


No olvidemos nunca: ¡Septiembre es mes de la patria! Y Tlaxcala, en su pasado procreó a la mexicanidad, con gente valerosa y guerrera que asombró y sigue produciendo individuos de valor. Tlaxcala, en el corazón de México. Cruce de caminos de quienes van y vienen al sureste o al Golfo. Nación de vencedores, ganamos históricamente la guerra y entramos con los conquistadores a la ciudad caída de los adversarios; nunca nos perdonarán haber vencido, ¡pero de que lo hicimos, lo hicimos! Tlaxcala, patria chica en territorio, cuyos líderes amalgamaron formas sociales republicanas que hoy perduran. ¡Si hay pasado, habrá futuro! México, hermosa tierra siempre amenazada por las ambiciones del vecinito del norte que nos cree patio trasero, para encontrar su mano de obra barata y tirar sus desperdicios.


Atravesamos tiempos difíciles en la actualidad, México y el mundo reclaman nuevas formas sociales, que distribuyan la riqueza, hagan justicia, extingan el hambre y las enfermedades, y pareciera que esta tierra nuestra puede dar a luz novedosas estructuras para entregarlas al mundo occidental. Por de pronto, hay que entender que los partos son dolorosos y sangrientos -ojalá sangre no corra-, pero debemos aguantar el encarecimiento de la vida, la especulación de un comercio despiadado y abusivo, que enriquece a unos y empobrece a muchos.

Septiembre es y será mes de la patria -para quienes la amamos-, mes de chinicuiles -andariegos y rojizos, de sabor incomparable-; tierra del pulque, regalo de los mesontetes, exquisito, probiótico, licor de nuestra tierra; lugar del maíz que es Tlaxcala, -palomero, mazorquero, tortillero, elotero, esquitero, tlachcalero, pinolero, memelero, quesadillero, pozolero y tamalero-; maíz, exquisités del campo que nació en México y se expandió al mundo. Amor por México, Tlaxcala y Chiautempan, porque en este suelo mi joven corazón miró por primera vez los ojos juveniles femeninos, de aquella prenda amada en donde adiviné las mieles del noviazgo. Donde mi cuerpo de varón encontró el placer del sexo y en donde un generoso vientre femenino me regaló el milagro de mis hijos, a los que tanto adoro.


Es septiembre -aguañoso, conflictivo, encarecido-, en el que para celebrarte el quince y dieciséis: luces multicolores al cielo, antojitos mexicanos, música mariachosa, vestimentas típicas, alegrías sin límites -nos disfrazamos de mexicanos, para parecer mexicanos y sentirnos mexicanos-. Pero no olvidemos que mexicanos somos, somos de esta tierra y es nuestro destino. Asi que ¡VIVA MEXICO, CABRONES! Con caballito de tequila en la mano, limón y sal, y un pozole bien picoso, mientras allá, en lo alto, estallan los artificios luminosos.

Lluvias interminables, fríos anticipados, munícipes que se estrenan; Reforma Judicial ni fácil ni tranquila; como “gato boca arriba”, los intereses creados defienden lo suyo; en los cielos tormentosos del Senado hubo llantos y alegrías; pero la noche del martes para el miércoles el huracán descargó su furia y amaneció soleado, escampado y flotaba en el ambiente la esperanza; en la Cámara alta, intensa lucha, ahora la señora Piña se agita y cree que con su cáscara pueden hacer tepache, por eso amenaza con romper la paz social.


Alejandro Moreno está en “veremos” y un personaje de Boca del Río se volvió noticia nacional. Los que se creen dueños de México defendieron su trinchera judicial, donde conservan los poderes residuales del pasado; no sabremos qué vendrá, pero sí que están eclosionando nuevas formas sociales, ¡queremos que sea para bien!, porque ambicionamos justicia rápida, que no “estire la mano para recibir” y sea justa.


¡Pero ahora septiembre!, es mes tricolor y patrio -por definición histórica-, alienta saber que tal vez en los juzgados ya no tropecemos con la burocracia centavera que todo lo complica y lo retrasa -venga para la otra semana licenciado-. ¡Es septiembre! Y la patria lo sabe, y mi corazón también, que se llena de emoción porque a México se le quiere por muchas razones: porque aquí nací, aquí mis primeros pasos, envuelto en el cariño de mi madre y de los abuelos, de mis tíos que entibiaron mis orfandades.

En el cálido “tlecuil” de las tortillas caseras, los hermanos disfrutábamos del calorcito de la leña, para que nuestro corazón vibrara. En este girón de México crecimos, pero la idea de patria se forjó más tarde, conociendo su historia y recorriendo su geografía -y todo lo que en ella ha cabido y cabe-, conociendo sus culturas, tradiciones y razas, frutas, costas, mares, montañas y valles, y las fronteras con “nuestros vecinitos” -¡ay nanita!-, y ahora sé que todo eso está archivado en mi pasado. Su geografía es hermosa -no obstante los talamontes, las mineras saqueadoras, las cálicas destructoras y sus políticos deshonestos; mi infancia transcurre en el hogar y luego extiende sus fronteras a los amigos, la familia en general, a la novia, la esposa el hogar propio, los hijos y los compadres. Es un extenso ramaje donde todos cabemos. Vivíamos en la paz social, pero nos cayó encima la desgracia neoliberal impuesta por los “vecinitos de arribita”, que nos trajeron los valores del mercado -no estaban en la agenda mexicana-. Ahora pregonan “los meros gargantones” que el tejido social necesita reconstruirse, pero no explican quién lo desgarro ni por qué. Pero razones tengo para amar a mi patria, empezando por Chiautempan y Tlaxcala. Mi pequeño espacio, con su pasado de bonanza, que se perdió en el vendaval de una integración económica.


Septiembre es buen momento para reflexionar. Cuando el individuo se extravía -en la selva social o en sí mismo-, para encontrarse despliega energía inusual para reencontrarse, y sí lo hace, asegura su porvenir, identifica su “ser individual”, pero, sobre todo, ejerce su libertad al decidir lo indeciso. Amamos a esta tierra porque aquí, al abrir los ojos, contemplamos a su cielo.

Cuando niños, recorrimos sus calles sin peligro, por la limpieza de sus ríos -como el de los Negros y el Zahuapan, donde nadábamos y hasta pescaditos tenía-, sus calles eran nuestras canchas de juego y de sus milpas hurtábamos cañas de maíz y elotes exquitosos. Felices, aunque tal vez andrajosos y descalzos, pero todos los del pueblote nos conocíamos. Amo esta tierra porque aquí crecí con mis hermanos, y donde ahora hay asfalto había árboles, y en ellos la mente infantil imaginaba “territorio salvaje e inexplorado”; veredas que caminábamos pensando en aventuras. Cómo no amarte México, si aquí en tu tierra disfruté las manos querendonas de mi abuela, que en bracero de carbón, en las tardes de octubre, preparaba chileatole y freía pambazos santaneros; cómo no amarte, si ya joven disfruté los tacos de doña Ninfa Rojano y doña Mari, de pata capeada, bistec, milanesa, chile relleno, con papas fritas en manteca y tortillas de mano; cómo no encariñarme contigo, si para celebrarte elaboraba banderitas de papel de china con engrudo y varitas de jarilla; si para “hacerle violines” al invierno prendíamos luminarias con los “gallos” de las milpas y, si el abuelo se descuidaba, hasta con “chinamites”; eres patria de mi corazón, empiezas por la casa, de la cual tíos y tías desfilaron en matrimonio de destino, “ahuecando el ala”.


Cómo no amarte Tlaxcala y Chiautempan, si en tu camposanto descansan los huesos blanqueados de mis mayores y hasta de un hijo, sepultados en horas de amargura -sufrires que también me arraigan a tu suelo-. Tú me formaste -primaria, secundaria, universidad-; aquí recibí mis oportunidades laborales para construirme, construyéndote. Sí, he respirado de tu aire y apagado mi sed con tu agua hasta llegar a ser lo que soy.

En esta tierra mía -entre tejedores y textileros- vimos llegar a los hispanos -al amparo del jerarca Caso Guerra-, hambrientos de trabajo, dispuestos al ahorro y a las privaciones, para forjar su patrimonio y hasta fábricas que han sido fuentes de trabajo. Tus mentes creativas han imaginado prendas exitosas como “las capas de fantasía”, que hace años inundaron al país y amasaron fortunas de la nada. Tu tierra nos ha alimentado; tus plantas nos han dado salud cuando enfermamos. Practicamos entre nosotros aquella solidaridad -que los extranjeros admiran y envidian-, bueno, hasta la pandemia, con su ergástula de muerte, nos hizo entender que debíamos ser comunidad y no individuo.


No olvidemos nunca: ¡Septiembre es mes de la patria! Y Tlaxcala, en su pasado procreó a la mexicanidad, con gente valerosa y guerrera que asombró y sigue produciendo individuos de valor. Tlaxcala, en el corazón de México. Cruce de caminos de quienes van y vienen al sureste o al Golfo. Nación de vencedores, ganamos históricamente la guerra y entramos con los conquistadores a la ciudad caída de los adversarios; nunca nos perdonarán haber vencido, ¡pero de que lo hicimos, lo hicimos! Tlaxcala, patria chica en territorio, cuyos líderes amalgamaron formas sociales republicanas que hoy perduran. ¡Si hay pasado, habrá futuro! México, hermosa tierra siempre amenazada por las ambiciones del vecinito del norte que nos cree patio trasero, para encontrar su mano de obra barata y tirar sus desperdicios.


Atravesamos tiempos difíciles en la actualidad, México y el mundo reclaman nuevas formas sociales, que distribuyan la riqueza, hagan justicia, extingan el hambre y las enfermedades, y pareciera que esta tierra nuestra puede dar a luz novedosas estructuras para entregarlas al mundo occidental. Por de pronto, hay que entender que los partos son dolorosos y sangrientos -ojalá sangre no corra-, pero debemos aguantar el encarecimiento de la vida, la especulación de un comercio despiadado y abusivo, que enriquece a unos y empobrece a muchos.

Septiembre es y será mes de la patria -para quienes la amamos-, mes de chinicuiles -andariegos y rojizos, de sabor incomparable-; tierra del pulque, regalo de los mesontetes, exquisito, probiótico, licor de nuestra tierra; lugar del maíz que es Tlaxcala, -palomero, mazorquero, tortillero, elotero, esquitero, tlachcalero, pinolero, memelero, quesadillero, pozolero y tamalero-; maíz, exquisités del campo que nació en México y se expandió al mundo. Amor por México, Tlaxcala y Chiautempan, porque en este suelo mi joven corazón miró por primera vez los ojos juveniles femeninos, de aquella prenda amada en donde adiviné las mieles del noviazgo. Donde mi cuerpo de varón encontró el placer del sexo y en donde un generoso vientre femenino me regaló el milagro de mis hijos, a los que tanto adoro.


Es septiembre -aguañoso, conflictivo, encarecido-, en el que para celebrarte el quince y dieciséis: luces multicolores al cielo, antojitos mexicanos, música mariachosa, vestimentas típicas, alegrías sin límites -nos disfrazamos de mexicanos, para parecer mexicanos y sentirnos mexicanos-. Pero no olvidemos que mexicanos somos, somos de esta tierra y es nuestro destino. Asi que ¡VIVA MEXICO, CABRONES! Con caballito de tequila en la mano, limón y sal, y un pozole bien picoso, mientras allá, en lo alto, estallan los artificios luminosos.