La muerte lenta del Zahuapan es un drama que debe ocupar a todos los tlaxcaltecas con conciencia de su historia. El equilibrio medio-ambiental de la entidad depende en buena medida de la salud y el vigor de su río y su montaña, la bendecida Malinche. Ignorantes como somos, los hemos agredido impunemente sin hacer nada por rescatarlos.
Como simple ciudadano yo sí quisiera creer en la bondad de los planes de la señora gobernadora. Los antecedentes, empero, no respaldan mi esperanza. Como opinador debo transmitirle a usted, amable lector, la impresión de que ni el compromiso suscrito en Nueva York para sanear el Zahuapan ni el proyecto del auto-tren para mejorar la movilidad de la ciudad capital, están sustentados sobre bases reales. Del convenio firmado allende nuestras fronteras aún no tienen copia los medios, y del novedoso modo de transporte -presentado en un acto publicitario- quedaron más dudas que certezas. Abordemos primero el tema del río y dejemos para después el del tren, una vez que la gobernadora y el desarrollador tengan a bien proporcionar una información completa y detallada de su trazo, costo y funcionamiento.
El imprescindible e ineludible saneamiento del Zahuapan
Se trata de un tema en extremo trascendente, diríase que de importancia sólo equiparable al de la devastación a que por décadas han sido sometidos los bosques ante la indiferencia -si no es que la complicidad- de las autoridades. El ideal de restituir a nuestro único río la limpieza y transparencia de otras épocas choca de frente con la indolencia de este y todos los gobiernos precedentes. En el asunto de la polución de las aguas del Zahuapan no hay excepciones; ninguna administración hizo nada en serio por atajarla. Aclaro: con la construcción de plantas de tratamiento a las que no se asignan recursos para operarlas no se coadyuva a resolver el problema; si acaso se atenúa por el breve lapso que hay entre su puesta en marcha y su abandono. Lo cierto es que Tlaxcala nunca ha tenido una política transexenal, sistemática y sostenida, que propugne por su solución integral y definitiva. La responsabilidad oficial se sustrae de la crítica mediática y social debido a que las letales consecuencias de la contaminación solo se las detecta a través de la inocultable extinción de toda forma de vida en el cuerpo de agua y a lo largo de su cauce. La razón: el efecto nocivo sobre la salud no es fácilmente medible, no obstante que está científicamente probado que existe una relación directa entre el envenenamiento del río y la proporción de personas que enferman en un sitio y en un tiempo determinado.
Industria responsable y sistemas sanitarios funcionales
“…sabemos que la industrialización genera, además de empleos y satisfactores, elementos perniciosos asociados que pueden tener un potencial destructivo enorme. Estamos también al tanto que las modernas factorías demandan para su funcionamiento recursos y materias primas en cantidades tales que provocan desequilibrios en los lugares donde los toman. Y se tiene además constancia de que las grandes concentraciones urbanas, la carencia y mala operación de los servicios sanitarios, el desorden y, sobre todo, nuestra propia incuria e incivilidad, producen ingentes acumulaciones de deshechos y desperdicios. Queda por supuesto entendido que tales efectos negativos no tienen porque inhibir el desarrollo de la entidad; nadie puede ni debe quedarse al margen de la evolución y el progreso, a condición, claro, de que ese mismo avance nos provea de armas para mitigar sus secuelas perjudiciales y no dañe la calidad del hábitat de una diversidad inmensa de especies, incluida por supuesto la humana. Si somos capaces de procesar eficientemente las sustancias tóxicas, de evitar el agotamiento de los tesoros naturales y de eliminar las basuras contaminantes, nos estaremos acercando a ese ideal que los expertos llaman desarrollo sustentable…”.
Los males vienen de atrás y se pierden en la bruma del pasado
El párrafo anterior lo redacté y publiqué en este diario el 2005, como parte de un artículo que titulé Degradación Ecológica en Tlaxcala. En los diecisiete años transcurridos entre aquella reflexión y esta, la situación no ha dejado de empeorar; basta dar un paseo por la ribera del Zahuapan para comprobar el tamaño del daño y el inmenso esfuerzo que nos urge hacer para revertirlo. Quien firma estas letras se metía cuando joven en sus aguas sin temor, en un paraje precioso del río a orillas del rancho La Guanaja. Pues bien, amigo lector, por resultarme deprimente observar su degradación fue que el lunes pasado -en este espacio que por tres décadas ininterrumpidas me ha permitido ocupar El Sol de Tlaxcala- solicité a la mandataria estatal Lorena Cuéllar deje de lado las ambigüedades del lenguaje político para que informe a sus gobernados, con claridad y precisión, qué obras y qué dineros va a destinar para detener el proceso que está matando al Zahuapan y a su cuenca hidrológica en la que habitan cientos de miles de tlaxcaltecas.
Idea a considerar
Tener un río es, para cualquier entidad, una bendición, una fuente de riqueza, un símbolo, un orgullo, nunca una carga ni una vergüenza. El Zahuapan, como la Malinche, cuentan la historia de Tlaxcala. Hoy el río está sucio y huele mal; toca sanarlo. Como ingeniero trabajé para la Comisión del Balsas cuando la dirigía el ex presidente Lázaro Cárdenas, michoacano de pro, y también en la Comisión del Papaloapan, cuya liderazgo se confió a un gran oaxaqueño, el Ing. Jorge L. Tamayo. Bajo la conducción de aquellos ilustres mexicanos, los dos grandes ríos cobraron vida y llevaron prosperidad a sus entornos. Guardando las proporciones… ¿porqué no creamos la Comisión del Zahuapan, dirigida por un tlaxcalteca, respetable y respetado, adjudicando al organismo autonomía y presupuesto propio, con facultades para dictar medidas para su saneamiento y reordenamiento integral. El Ejecutivo y el Legislativo tienen la palabra.