Cuesta trabajo estructurar un relato creíble de la forma como se disputa el poder en nuestro país. La oposición ciudadana tuvo que vestirse de rosa para despertar a los partidos antilopezobradoristas y, a su vez, el líder de la “Transformación Nacional” respondió encabezando una marcha en la que arriesgó su vida… y la de la república.
Las marchas -la de ayer y la de hace quince días- no fueron otra cosa que el preludio de la elección presidencial del 2024, un apunte previo de la contienda que se dará en las urnas dentro de tan sólo dieciocho meses. La primera de esas dos movilizaciones, la del 13 de noviembre, se caracterizó por la inesperada cantidad de personas que, sin tener una filiación política precisa, atendieron la invitación de varias organizaciones civiles para patentizar públicamente su repulsa a una reforma oficialista de alcance constitucional que, de concretarse, habría cercenado de raíz la autonomía del órgano electoral -el INE-, poniéndolo bajo el control gubernamental. La segunda de las manifestaciones a que aludo, la del día de ayer domingo 27 de noviembre, fue convocada por el presidente López Obrador en respuesta a la anterior, y reunió a sus seguidores -los espontáneos y los inducidos- en un número que más que duplicó el de la precedente, superando con amplitud a todas las demás registradas con anterioridad y marcando un hito histórico en esa materia en la ciudad de México. La demostración de fuerza del lopezobradorismo tuvo además la singularidad de haber sido encabezada por el propio mandatario que caminó confundido entre el gentío, desde el Ángel de la Independencia hasta la Plaza de la Constitución. Y ahí, ante un Zócalo atiborrado de enfervorecidos devotos a su causa, pronunció una más de sus arengas para celebrar -dijo- los primeros “cuatro años de transformación” de México.
De buenas y malas artes
Esos son los hechos pero… ¿cómo deben ser leídos? ¿qué interpretación ha de dárseles? Si cada ciudadano marchante -participio activo del verbo marchar- representa un voto, entonces puede anticiparse que Morena ganará dos a uno la elección del 24 a una coalición de partidos que, para conformarse y lanzar un candidato que los unifique, tiene aún muchas complejas etapas por salvar. Ello no obsta para cuestionar qué tan válido puede ser un vaticinio que parte de comparar la numeralia de un acto, esencialmente ciudadano y de muy elemental logística, que hace dos semanas pintó de rosa las calles de la capital de la república y de medio centenar más de ciudades en los estados, con otro, este de patrocinio oficialista, que dispuso sin recato de recursos provenientes del aparato federal y de los veintidós estatales que le son afines. Lícito o no, Morena volverá a valerse de ellos en año y medio, cuando llegue el momento de demostrar que, además de que sabe inundar la vía pública con gente a la que le facilita transporte, alimentación y hospedaje, puede también persuadirla de que -en la secrecía de la caseta electoral- disciplinadamente sufrague a favor de la que a buen seguro será su abanderada, la señora Claudia Sheimbaun. Pero más allá de la aritmética del voto que se desprenda de las marchas, lo cierto es que la aceptación popular del presidente se mantiene en alto nivel, pese a la denigración sistemática a que somete a los aspiracionistas desde su púlpito mañanero.
Escrito no hay nada… todavía
De nada hay certeza absoluta en la vida y menos en la política, ámbito en el cual son innumerables las circunstancias que van moldeando el voto ciudadano. La analista Viridiana Ríos -doctora en Gobierno por la Universidad de Harvard- ha puesto sobre la mesa valoraciones que no deben ignorarse en cualquier cálculo electoral, como la incidencia por ejemplo de las clases medias y altas en el volumen de adhesiones que tuvo a la candidatura de López Obrador en el 2018, y las que tendrá o dejará de tener en la de Sheimbaun en el 2024. Vea este dato, amigo lector: esas clases medias representan un 12.3% de la población pero -atención al matiz-, el 74% de los mexicanos que votan “…creen ser de clase media…”, lo que equivale a 43 millones de personas. Trátase de un espejismo, de una irrealidad en la que vive buena parte de la sociedad, reticente a admitir que vive “…en condición de vulnerabilidad económica…”. Mas sea de una forma o de otra, no se trata ni mucho menos de una cifra irrelevante y viene a cuento ante el divorcio que existe entre el presidente y ese tan vilipendiado estrato de la pirámide social que, no sobra decirlo, en el 2018 le brindó un significativo apoyo. Incentivado desde Palacio Nacional, el pleito que no parecía ser cuantitativamente suficiente para invertir el resultado electoral que prevén las encuestas, tiene sin embargo un importante potencial de crecimiento por cuanto los llamados aspiracionistas saldrán a votar en masa, influyendo al hacerlo en otras corrientes de opinión que no gustan del discurso divisionista y radicalizado del líder del Movimiento de Regeneración Nacional.
ANTENA NACIONAL
En olor de multitudes
La decisión del presidente López Obrador de marchar a la cabeza de su manifestación puso en peligro su integridad física y, por ende, la estabilidad social y política de la República. Vimos ayer a un mandatario inmerso en una masa tumultuaria, dando y recibiendo empujones, expuesto absurdamente a un atentado. ¿Nadie en su entorno previó ese riesgo? ¿No hay en Palacio quien lo inste a la cordura? Inevitable resultó pensar en la tragedia de Lomas Taurinas. La pesadilla del que sin duda ha sido el capítulo más kafkiano de todo el sexenio se prolongó más de cinco horas, con Claudia Scheimbaun bajo su axila y Adán Augusto como su único guardaespaldas. Para Ripley, estimado lector.