Los políticos dejaron de hacer política y ahora viven en los enfrentamientos, mentiras y de ofrecer a sus seguidores un mundo maravilloso que solo vive en su imaginación.
No es nuevo, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) impuso desde hace más de 70 años esa forma para obtener votos y cargos de elección popular.
La retórica de los políticos forma parte de una tendencia que se ha prolongado durante el último siglo y, del pensamiento analítico, se ha pasado a lo absurdo, a lo burdo, pues.
Se acabó el debate de ideas, ahora es la decadencia y degradación, amén de que hay un debilitamiento de la democracia.
La decadencia comenzó cuando el PRI dejó de ser el instituto poderoso que arrasaba elecciones y en cada proceso obtenía el “carro completo”.
Solo que, hundiéndose el barco, miles de simpatizantes saltaron y buscaron refugio en otros partidos, aunque eso sí, otros lo hicieron ya que por muchos años fueron marginados.
El tema es que la gran mayoría no quiso perder canonjías y, aunque ya había tenido cargos, no se cansaron de buscar otros espacios. No tienen “llenadera”.
Por ejemplo, Tulio Hernández Gómez sostenía una y otra vez que los políticos no debían repetir ni con bicarbonato y cayó en sus propias incongruencias. Buscó y logró ser diputado federal por la vía plurinominal.
Beatriz Paredes Rangel fue obligada por el entonces presidente de México. Carlos Salinas de Gortari, a dejar la gubernativa y buscó lugares de participación en el ámbito nacional.
Alfonso Sánchez Anaya renunció al PRI y ahora es miembro de Movimiento Regeneración Nacional (Morena); Héctor Ortiz Ortiz hizo lo propio, dejó el tricolor y, tras finalizar su mandato, fundó el Partido Alianza Ciudadana.
José Antonio Álvarez Lima y Lorena Cuellar Cisneros abandonaron el PRI y lograron puestos por Morena –hoy la segunda es titular del Ejecutivo estatal-, mientras que Mariano González Zarur no se cansa de buscar una nueva chamba.
Los exgobernadores se niegan a dejar el poder y lo mismo sucede con personajes de menor rango. Lo más grave es que ya está legalizada la reelección salvo en la Presidencia de la República.
El asunto es que se está viciando. Las actuales autoridades cierran las oportunidades a otras generaciones y entre familia se distribuyen los cargos como cacahuates. Casos concretos en Texoloc, Apetatitlán y Altzayanca.
Los diputados son finos para mentir. Su agenda legislativa siempre termina en el cesto de la basura. Nunca la cumplen, pero viven obsesionados en reelegirse en el cargo. Salvo excepciones la gran mayoría es patético.
Los políticos creen que la gente se chupa el dedo y se deja llevar por comedias disfrazadas de democracia. Los de Morena andan en abierta campaña por el gobierno de la República y simulan que son asambleas informativas.
Vivimos en la era de las infamias, la impunidad y el uso faccioso de las instituciones públicas. Fueron perdidas las formas empezando por el presidente Andrés López Obrador que ha hecho de las mentiras el sello de su gobierno o el caso de un sacerdote que espetó al gobernador de Michoacán que le faltaban “huevos” para enfrentar a la delincuencia, esto por el asesinato del líder social, Hipólito Mora. A diario se vive un circo político. Se faltan todos al respeto.
Guste o no, son malas señales hacia una sociedad que ve en sus representantes populares y autoridades ejemplos de bajeza moral.
De entrada, la política debe dejar ser un negocio personal. Es necesario elevar el nivel y poner fin a la irresponsabilidad. Al tiempo.