¡Vencedora, indomable, valerosa, infatigable... pero también conquistadora!, eso es Tlaxcala, a la cual visitó recientemente don Marco Antonio Flores Jasso para dictar conferencias con motivo del Festival Maxizcatzin.
Se trata de un abogado destacado e historiador, originario de Bustamante, Nuevo León –de orgullosas raíces tlaxcaltecas y “alazapa”, tribu regional originaria– conocedor y erudito en la historia de aquel pueblo de cinco mil habitantes, y de sus orígenes fundatorios; el suyo es un pueblo mágico y turístico, fundado por los nuestros el 16 de septiembre de 1686.
Aquel poblado posee dos calles que se llaman Tlaxcala, una colonia y un río del mismo nombre, un monumento y otra arteria llamada Xicohténcatl y, además, tiene un monumento a la identidad tlaxcalteca; el seis de agosto honran y festejan al “Señor de Tlaxcala”, figura de un cristo, al cual consideran milagroso, existen infinidad de nombres y apellidos tlaxcaltecas y no se cansan de preciarse de su origen –que también es el nuestro.
Quizá debiéramos reflexionar si nuestra madre Tlaxcala es tierra de “los conquistados” o “los conquistadores”. Ese es un tema para conocedores. Lo cierto es que el resto de Mesoamérica fue tierra conquistada, pero los tlaxcaltecas podemos presumir de ser “conquistadores”.
Algunas lenguas viperinas que resuenan cascabeles en su cola –esas que no perdonan– vociferan que “Tlaxcala no existe” porque les pesa que históricamente seamos “conquistadores”. Pero ni modo, circunstancias de la historia; si bien contuvimos el avance de aquellos barbudos blancos y apestosos ultramarinos, por nuestro posterior pacto con ellos, logramos derrotar a nuestros enemigos históricos –los aztecas.
Por ese mérito –que no fue poco– los reyes le dieron a Tlaxcala privilegios y confianza y nos llevaron a diseminar esta raza hacia otras latitudes del continente, de Perú y Japón. Ya sabemos que la historia es el relato de quien la escribe –aunque tal vez sea a su manera y conveniencia. Esta nación nuestra es dueña de un pasado glorioso que provoca envidias y rabias en quienes son ajenos e ignorantes. Dicen que “Tlaxcala no existe”… ¡qué poca!… qué poca información.
Tlaxcala existe como nación antes que muchos otros, somos gente que ama la aventura y es andariega. Ha colonizado y poblado, afianzando raíces en la lejanía; ha rascado el agua con sus manos y con sus huellas pisoneó caminos, respirando vientos nuevos; tatuando en sus ojos horizontes ignotos, asentándose en lo desconocido, sembrando vida nueva; cimentando en la aridez, cubriendo sus noches con cielos ajenos, diseñando calles casas y definiendo nuevos nombres de poblados y calles, esparciendo apellidos, expresiones culturales y gastronómicas, y hasta generando festividades allá más cerca de la frontera norte que de la Malintzi. Formando patria donde todo era desierto.
La vocación colonizadora de nuestro pueblo se acicateó por la ambición de los barbudos, del oro y la plata, para lo cual debían dominar a un inmenso territorio con solo un puñado de hispanos. Así es que “caminar y enfrentar lo nuevo es lo nuestro”. Históricamente sabemos de enormes columnas humanas colonizadoras. Si en el pasado prehispánico no “caminamos”, fue por vivir rodeados de milicias que incluso impedían el paso del algodón y de la sal, pero una vez que pactamos con los ibéricos, y ellos se sumaron al ejército tlaxcalteca, juntos vencimos y Tlaxcala entró triunfante a Tenochtitlán. Sin nosotros, jamás lo hubieran conseguido.
Por eso los reyes hispanos otorgaron a Tlaxcala el título de muy noble y leal ciudad de Tlaxcala, y le concedieron el auto gobierno. Las demás provincias fueron gobernadas por españoles, en cambio Tlaxcala era confiable tanto que desde el templo de Santa María de las Nieves, en Totolac, partieron hacia el norte miles a colonizar.
Así es que, entre los antecedentes de colonización con tlaxcaltecas, destaca Bustamante, Nuevo León, norteños que con orgullo presumen sus raíces tlaxcaltecas; si tlaxcalteca eres y visitas te atenderán como un hermano, te harán sentir que estás en tu casa, y cuando te marches lo harás suspirando de nostalgia por alejarte de aquellos que sienten orgullo de su origen.
Tlaxcala, la colonizadora, conquistó nuevos mundos, regó con generosidad su herencia genética, pero hay maledicentes –lenguas de serpiente– que vociferan que ¡Tlaxcala no existe! Es la ignorancia que no conoce de historia. Porque Tlaxcala, la conquistadora, es madre genética y racial de muchos pueblos que hoy existen y, quizás más que nosotros, se precian de sus raíces tlaxcaltecas, entre ellos Bustamante, Nuevo León.