/ martes 30 de julio de 2024

Venezuela: populismo al límite

IVÁN ARRAZOLA*

Cuando Hugo Chávez asumió el poder en 1999 se avizoraba un cambio en Venezuela, en un contexto marcado por la crisis económica y la pobreza, con una economía que dependía en gran medida de los precios del petróleo, siempre cambiantes, una población descontenta con su clase política, los partidos políticos tradicionales habían perdido credibilidad y apoyo popular, la corrupción y la mala gestión por parte del gobierno agravaron la situación económica y social, a esto se suman los intentos de golpes de Estado de la década de los noventa, específicamente en 1992, con los intentos fallidos liderados por Hugo Chávez y otros militares.

Es por eso que cuando Chávez llegó al poder generó amplias expectativas, se presentó como una figura que prometía romper con las prácticas corruptas y la ineficacia de los partidos tradicionales. Tenía un estilo de comunicación directo y carismático que conectaba con las masas. Su discurso populista prometía dar voz a los sectores más desfavorecidos y marginados de la sociedad. Una de las principales promesas de Chávez fue la redistribución de la riqueza y la implementación de políticas que beneficiarían a los pobres. Su propuesta de “Revolución Bolivariana” incluía programas sociales, mejoras en la educación, salud y vivienda.

Esta promesa de cambio político no se pudo consolidar, en parte por los problemas de salud del propio Chávez, pero también por las dificultades de llevar adelante su programa de gobierno. Aunque Venezuela se benefició en su momento de los altos precios del petróleo, cuando disminuyeron los ingresos por las ventas del hidrocarburo se redujo la capacidad del gobierno para financiar los programas sociales y los proyectos de desarrollo. Las quejas sobre corrupción e ineficacia persistieron, muchos programas de gobierno no se ejecutaron adecuadamente. La expansión del sector público y la nacionalización de empresas no siempre resultaron en una mayor eficiencia.

Quien sucedió en el poder a Chávez fue Nicolás Maduro, que comenzó a gobernar Venezuela desde 2013, al ver que el carisma no era suficiente para controlar el poder político, decidió emprender una serie de cambios para afianzarse en el poder, por lo que convocó a una Asamblea Nacional Constituyente en su mayoría compuesta por aliados del régimen para redactar una nueva constitución, cooptó al Tribunal Supremo de Justicia y colocó a militares en posiciones claves en el gobierno y en la economía, también hizo cambios en el sistema electoral para dificultar la participación de la oposición en las elecciones.

Las consecuencias de más de 20 años de políticas populistas en Venezuela saltan a la vista, aproximadamente siete millones de venezolanos han abandonado el país, el control de precios y la impresión excesiva de dinero, ha llevado a una hiperinflación, en el 2023 la inflación fue de 189 % y en el 2021 llegó a 686 %, resultando en una disminución de la producción y el cierre de muchas empresas privadas. Esto ha llevado a escasez de alimentos, medicinas y otros productos básicos, incluidos la gasolina, que en algunas provincias es difícil de conseguir.

Todo este contexto lleva a lo que ocurrió el 28 de julio cuando los venezolanos acudieron a las urnas para decidir si querían seis años más de chavismo o preferían un cambio. Las expectativas de alternancia eran altas, diferentes sondeos revelaban que el candidato de la oposición se encontraba por encima de Nicolás Maduro en las preferencias electorales, por primera vez en mucho tiempo la oposición tenía posibilidades reales de ganar.

El diplomático y profesor Edmundo González Urrutia se convirtió en el candidato emergente de la oposición, después de que María Corina Machado, una de las principales figuras de la oposición, fue inhabilitada para ser candidata a la presidencia, esta determinación forma parte de las estrategias del oficialismo para frenar a la oposición, pero Machado apoyó la candidatura de González y éste a su vez le prometió que le daría el cargo que ella quisiera cuando ganara la presidencia.

Pues llegado el día de las elecciones en Venezuela, los resultados sorpresivamente favorecieron al oficialismo que ganó con una diferencia de seis puntos, en una elección en la que no se tuvo certeza de la imparcialidad del órgano electoral, en la que los resultados se dieron a conocer varias horas después aun con el uso de urnas electrónicas, la oposición denunció que el porcentaje de actas que se le entregó por parte del órgano electoral fue mínimo, alrededor de 30 por ciento, con ese porcentaje es imposible comprobar si efectivamente ganó el oficialismo, en varios sitios de votación sus representantes fueron retirados. Ya en su discurso como triunfador, Maduro señaló que el proceso fue limpio, que en 24 horas entregaría resultados de su triunfo y pidió que se respete la soberanía de Venezuela y los resultados de la elección.

Parece que Maduro le tiene tomada la medida a la comunidad internacional y ha decidido llevar su movimiento populista al límite, sabe que las sanciones impuestas por la comunidad internacional no le afectan a su gobierno, pero sí a la población que padece las consecuencias. Sabe que ni Estados Unidos ni ningún organismo internacional es capaz de obligarlo a dejar el poder. El único escenario y el menos deseable es que la ciudadanía se movilice para desconocer el triunfo de Maduro, pero eso generaría un baño de sangre como Maduro la vaticinó hace unos meses.

Al final, con independencia del resultado del próximo domingo, el proceso de reconstrucción de Venezuela llevará largo tiempo, no solo se trata de la mala gestión gubernamental que ha afectado a buena parte de la población, se trata de la destrucción institucional, la concentración de poder que ha generado el chavismo. La democracia vive su momento más bajo y la tiranía y la demagogia cada día ganan más terreno.


*Analista político y colaborador de Integridad Ciudadana A.C.


@ivarcorr @integridad_AC


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IVÁN ARRAZOLA*

Cuando Hugo Chávez asumió el poder en 1999 se avizoraba un cambio en Venezuela, en un contexto marcado por la crisis económica y la pobreza, con una economía que dependía en gran medida de los precios del petróleo, siempre cambiantes, una población descontenta con su clase política, los partidos políticos tradicionales habían perdido credibilidad y apoyo popular, la corrupción y la mala gestión por parte del gobierno agravaron la situación económica y social, a esto se suman los intentos de golpes de Estado de la década de los noventa, específicamente en 1992, con los intentos fallidos liderados por Hugo Chávez y otros militares.

Es por eso que cuando Chávez llegó al poder generó amplias expectativas, se presentó como una figura que prometía romper con las prácticas corruptas y la ineficacia de los partidos tradicionales. Tenía un estilo de comunicación directo y carismático que conectaba con las masas. Su discurso populista prometía dar voz a los sectores más desfavorecidos y marginados de la sociedad. Una de las principales promesas de Chávez fue la redistribución de la riqueza y la implementación de políticas que beneficiarían a los pobres. Su propuesta de “Revolución Bolivariana” incluía programas sociales, mejoras en la educación, salud y vivienda.

Esta promesa de cambio político no se pudo consolidar, en parte por los problemas de salud del propio Chávez, pero también por las dificultades de llevar adelante su programa de gobierno. Aunque Venezuela se benefició en su momento de los altos precios del petróleo, cuando disminuyeron los ingresos por las ventas del hidrocarburo se redujo la capacidad del gobierno para financiar los programas sociales y los proyectos de desarrollo. Las quejas sobre corrupción e ineficacia persistieron, muchos programas de gobierno no se ejecutaron adecuadamente. La expansión del sector público y la nacionalización de empresas no siempre resultaron en una mayor eficiencia.

Quien sucedió en el poder a Chávez fue Nicolás Maduro, que comenzó a gobernar Venezuela desde 2013, al ver que el carisma no era suficiente para controlar el poder político, decidió emprender una serie de cambios para afianzarse en el poder, por lo que convocó a una Asamblea Nacional Constituyente en su mayoría compuesta por aliados del régimen para redactar una nueva constitución, cooptó al Tribunal Supremo de Justicia y colocó a militares en posiciones claves en el gobierno y en la economía, también hizo cambios en el sistema electoral para dificultar la participación de la oposición en las elecciones.

Las consecuencias de más de 20 años de políticas populistas en Venezuela saltan a la vista, aproximadamente siete millones de venezolanos han abandonado el país, el control de precios y la impresión excesiva de dinero, ha llevado a una hiperinflación, en el 2023 la inflación fue de 189 % y en el 2021 llegó a 686 %, resultando en una disminución de la producción y el cierre de muchas empresas privadas. Esto ha llevado a escasez de alimentos, medicinas y otros productos básicos, incluidos la gasolina, que en algunas provincias es difícil de conseguir.

Todo este contexto lleva a lo que ocurrió el 28 de julio cuando los venezolanos acudieron a las urnas para decidir si querían seis años más de chavismo o preferían un cambio. Las expectativas de alternancia eran altas, diferentes sondeos revelaban que el candidato de la oposición se encontraba por encima de Nicolás Maduro en las preferencias electorales, por primera vez en mucho tiempo la oposición tenía posibilidades reales de ganar.

El diplomático y profesor Edmundo González Urrutia se convirtió en el candidato emergente de la oposición, después de que María Corina Machado, una de las principales figuras de la oposición, fue inhabilitada para ser candidata a la presidencia, esta determinación forma parte de las estrategias del oficialismo para frenar a la oposición, pero Machado apoyó la candidatura de González y éste a su vez le prometió que le daría el cargo que ella quisiera cuando ganara la presidencia.

Pues llegado el día de las elecciones en Venezuela, los resultados sorpresivamente favorecieron al oficialismo que ganó con una diferencia de seis puntos, en una elección en la que no se tuvo certeza de la imparcialidad del órgano electoral, en la que los resultados se dieron a conocer varias horas después aun con el uso de urnas electrónicas, la oposición denunció que el porcentaje de actas que se le entregó por parte del órgano electoral fue mínimo, alrededor de 30 por ciento, con ese porcentaje es imposible comprobar si efectivamente ganó el oficialismo, en varios sitios de votación sus representantes fueron retirados. Ya en su discurso como triunfador, Maduro señaló que el proceso fue limpio, que en 24 horas entregaría resultados de su triunfo y pidió que se respete la soberanía de Venezuela y los resultados de la elección.

Parece que Maduro le tiene tomada la medida a la comunidad internacional y ha decidido llevar su movimiento populista al límite, sabe que las sanciones impuestas por la comunidad internacional no le afectan a su gobierno, pero sí a la población que padece las consecuencias. Sabe que ni Estados Unidos ni ningún organismo internacional es capaz de obligarlo a dejar el poder. El único escenario y el menos deseable es que la ciudadanía se movilice para desconocer el triunfo de Maduro, pero eso generaría un baño de sangre como Maduro la vaticinó hace unos meses.

Al final, con independencia del resultado del próximo domingo, el proceso de reconstrucción de Venezuela llevará largo tiempo, no solo se trata de la mala gestión gubernamental que ha afectado a buena parte de la población, se trata de la destrucción institucional, la concentración de poder que ha generado el chavismo. La democracia vive su momento más bajo y la tiranía y la demagogia cada día ganan más terreno.


*Analista político y colaborador de Integridad Ciudadana A.C.


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