¡La tecnología cambia a la vida humana!... y a Tlaxcala la ha transformado. Es un vértigo que con velocidad deja el pasado. Nada es para siempre. Un solo ejemplo: la telefonía estacionaria –hace cuarenta años para comunicarnos a Morelia la telefonista pedía primero puebla, luego el Distrito Federal (D.F. ahora Ciudad de México), y después Guadalajara hasta que conectaba con aquella ciudad -treinta minutos de espera. El siglo XX fue el de las comunicaciones.
Quizás por 1935, Tlaxcala tuvo su primera línea telefónica que conectaba al D.F., puenteando con Puebla. El gobernador se comunicaba a la Presidencia de la República por ese medio. Desconozco en que año Telmex diseminó el servicio a domicilio, lo que hizo posible una inmediata comunicación con el país y el mundo.
Pero ahora, con la aparición de la telefonía celular, en un aparato minúsculo portamos la posibilidad de enlazarnos al momento hacia todos los confines. Pero el “celular”, extinguió también al telégrafo, a la industria fotográfica y está haciendo lo propio con los televisores.
Ahora desde nuestro pequeño “aparato móvil”, podemos difundir imágenes al resto del mundo y hasta nos damos el lujo de tener un propio “canal”. La industria de las cámaras fotográficas, los rollos de Kodak, la telegrafía se acabaron. Los teléfonos de escritorio son ahora un adorno. Y las grandes televisoras están quebrando.
La telefonía fija está agónica. Pareciera que ahora le toca el turno a una industria que tiene la muerte anunciada. Son las salas de proyección, “los cines”, que ya resultan incosteables. Ahora desde los celulares y en las plataformas de internet disponemos para la transmisión casera de los últimos filmes.
Por cierto, que la industria cinematográfica cada vez más nos presenta películas con imágenes computarizadas. Pero los cines en Tlaxcala fueron un mundo y una época de diversión para la generación mayor. Eran habitáculos de entretenimiento, diversión y jolgorio. Como cuando la proyección sufría un “corte” y voces potentes desde el público gritaban “ya deja la botella cácaro”, exhortación para el encargado del cuarto de proyección no se distrajera y rápido reparase el desperfecto.
Se dice que fue en el D.F., en X cine, donde quien proyectaba era dado a empinar el codo y ahí surgió es grito popular. Los cines fueron productivos negocios y hermosas salas de convivencia social, se disfrutaban con palomitas de sal y refrescos en mano.
Distracción religiosa para muchos noviazgos, que en ellos consolidaron matrimonios en la oscuridad y se comprometieron al calor de los arrumacos. No faltaban esposas de trabajadores que esperaban al marido a la salida del trabajo con la canasta de las viandas en la mano, porque se iban directo al cine, a disfrutar la película de moda.
Los cines difundían noticias con sus “cortos” pre-películas, que difundían información pagada. Quién no recuerda al vendedor ofrecer golosinas con su canasta en brazos y su lámpara. O aquellas promociones al dos por uno. O las matinés dominicales para niños y jóvenes. O las matinés estudiantiles, que a los de secundaria nos convencía por su oferta en el precio, y el permiso de los directivos –descanso para los maestros, negocio de unos cuántos, oportunidad para la juventud de practicar el noviazgo.
Cuando en Chiautempan se estrenó el “cine Santa Ana” fue un grandioso evento –su moderno edificio, descomunal pantalla, enorme aforo y películas de lo mejor. Pero en contraste en la ciudad de los sarapes existió el “cine Hidalgo” –al fondo del histórico y desaparecido mercado Hidalgo –se dice que lo costeó el padre Picazo. Era una sala rústica de escaso aforo, incómodo, servicios pésimos y pantalla casera.
Pero en 1956 era la única diversión dominical para las familias y los novios. A la salida, no faltaban los moles de resorte de la “Tía Carito”, que los despachaba en cajetes de barro con tortillas de mano. Con eso y unos muéganos se acaba la diversión dominical.
En la ciudad de Tlaxcala el “Cine Matamoros” fue un enorme jacalón, adefesio construido en la plaza Xicohténcatl. Un verdadero nido de ratas y pulgas. Para ver una película, había que aguantar la peste de las defecaciones y orines de los sanitarios improvisados. No obstante, fue un centro de distracción.
Hubo otro cine, el “Cuauhtémoc”, en el primer cuadro de la ciudad, que ya desapareció. Los cines públicos actuales están destinados a la extinción, se ubican en los nuevos centros comerciales, son caros y descapitalizan a cualquier salario mínimo. Tienen sobrecupo sólo cuando hay películas de novedad. En lo general, las plataformas de internet ofrecen las películas novedosas y en la casa contamos ahora con pantallas de hasta ciento veinte pulgadas y envolventes sistemas de sonido.
Está anunciada la extinción de las salas de cine, algunas de las cuales se han transformado en salón de fiesta o en locales comerciales. La modernidad los condenó a su desaparición. Pero ni modo, eso y más nos ha acarreado el avance de la tecnología, la cual nunca se detendrá.
Las empresas de Elon Musk ya presentaron al mundo un automóvil, cuyo motor se combustiona solamente con agua. Gasolina y gasolineras, así como la industria subsidiaria, tendrán otro destino. ¡Ya deja la botella cácaro! Se gritaba desde el público. Y con las novedades tecnológicas, ¡no sabemos hasta dónde toparemos y si la vida nos alcanzará para verlo!...