BIARRITZ. La película mexicana Cosas que no hacemos de Bruno Santamaría, sobre el paso de la niñez a la edad adulta, sobre crecer, confrontar la autoridad y el hacer prevalecer la dignidad contra la humillación, fue presentada este jueves en la edición 29 del Festival de Cine Latino de Biarritz, ciudad del suroeste francés, donde compite en la Sección de Documentales.
Santamaría llegó a esta ciudad francesa para presentarla y en el Casino, una de las sedes del certamen, aseguró estar emocionado de la primera exhibición con público de Cosas que no hacemos, que ha estado en Vancouver, Canadá, en el Open Ciy Docs de Inglaterra y ganó el premio al Mejor Documental en el Festival de Cine de Lima en Perú.
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Sin embargo, el cineasta no había estado de forma presencial con público en un festival, por lo que aunque inicialmente no se esperaba que estuviera, “tomé la decisión de volar desde México, me hice varias pruebas del Covid 19 y pude estar aquí”, explicó.
En entrevista, afirmó que le gustó mucho la forma en que su película es presentada en el catálogo del festival, que señala que a diferencia de una cierta tendencia del cine mexicano, la película, como un manifiesto humanista, elige el campo de la vida contra el de la muerte, el de la inocencia contra el de la violencia, el de la dignidad contra el de la humillación.
“Coincidimos plenamente en este planteamiento y por ello era muy importante para mí estar aquí”, agregó.
Cosas que no hacemos, nace de una motivación, al guardar un secreto con sus padres, por lo que la define como un proyecto muy personal. Es su segunda película después de Margarita, que tuvo apoyo del Foprocine y el 80 por ciento de su presupuesto vino del Instituto Mexicano de Cinematografía.
Ante el anuncio de la extinción de fideicomisos, consideró que “es algo atroz, creo que para la industria del cine en general, pero para la gente joven, los que quieren hacer una ópera prima, es muy grave, es un muro que puede significar incluso la muerte de muchas oportunidades”.
Anotó que los fideicomisos constituyen una oportunidad para que gente que no ha hecho una película antes “tenga el riesgo y la confianza de hacerla de manera profesional, lo que pasa ahora, sin duda es una situación bastante lamentable”.
Cosas que no hacemos fue rodada en El Roblito, un pequeño pueblo de apenas 200 habitantes de la costa Pacífica de México, un rincón muy olvidado del país, en el que Arturo no frecuenta a los adolescentes de su edad. Prefiere bailar, correr y jugar con niños que no lo rechazan por lo que es.
Cuando una muerte violenta viene a enturbiar la aparente tranquilidad del pueblo, Arturo debe armarse de coraje para pedirle a sus padres lo que más anhela: el permiso para vestirse de mujer.
Santamaría aseguró que el hecho de conocer a Arturo, que luego se transformó en Dayanara, “me dio la valentía y me sentí motivado para enfrentar mis cosas”.
También está en Biarritz, pero dentro del ciclo Latinos in the USA, fuera de competencia, la película Ya me voy, coproducción de México y Estados Unidos y dirigida por los mexicanos Lindsey Cordero y Armando Croda que justamente este viernes tiene su estreno mundial en la plataforma Netflix para lo que ha sido traducida a 86 idiomas.
En entrevista, Armando Cordera señaló que en Biarritz la película tiene la premiere europea y es el último festival en el que va a participar, pues ya lleva dos años de recorrido e incluso tuvo un estreno en salas en Estados Unidos y en varias salas en México.
A diferencia de la mayoría de las películas que tratan de la emigración mexicana en los Estados Unidos, del deseo de viajar y de instalarse allí, Ya me voy muestra la otra parte, la de volver al país.
Después de 16 años viviendo de trabajos menores en Nueva York, Felipe, un mexicano sin papeles se prepara para regresar a su país y reunirse con su mujer y sus hijos, pero no sabe cómo reconstruir los vínculos con los familiares que, con el paso del tiempo, se han convertido en desconocidos.
Lindsey Cordero compartió que con Felipe, “formamos una amistad, un día nos preguntó que si le hacíamos un video para que su familia lo viera y que respondiera por qué no podía volver a su casa, así pudimos conocerle y filmarle”.
Trabaron amistad y Felipe les permitió contar su historia, su estancia en Estados Unidos y su necesidad de volver a México, donde había dejado más de 15 años atrás a un bebé de meses convirtiéndose el filme en una carta de amor a ese hijo que apenas conocía.