Molesto por no comprender su explicación al dejarme, salí de su casa al límite del llanto. ¿Por qué? si la amo y soy condescendiente con ella. Abordé mi auto con rumbo no sé a dónde mientras trataba de ordenar mis pensamientos, pasaba el tiempo, conducía con exceso de velocidad, mis lágrimas impedían observar los señalamientos de tránsito cuando comenzó a oscurecer. De pronto no supe dónde estaba, me detuve en la carretera poco transitada para ubicarme, apagué el motor, descendí del auto; llevé mis manos a la cintura con los puños cerrados; miré a mi alrededor, pero al no reconocer el lugar, lo mejor era emprender mi regreso.
Subí al auto, intenté encender el motor varias veces, pero no respondió, tal vez lo ahogué al insistir arrancarlo o ya no tenía combustible, ¿cómo saberlo? si el marcador se había descompuesto hacía unos días. Las manecillas de mi reloj se habían detenido a las diecisiete horas con veinte minutos, así que no sabía qué hora era.
Debió ser luna nueva porque había total obscuridad, era el mes de noviembre, la temperatura descendía, no quería dormir en el coche, pero no tenía opción. De pronto vino a mi mente la escena cuando ella me dijo que ya no me amaba, al secar mis lágrimas descubrí a lo lejos la luz de un foco, bajé del auto y me encaminé hasta allá con la esperanza de recibir ayuda porque el frío ya era insoportable.
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Cuando llegué al lugar, me detuve en el patio porque a través del amplio ventanal de la casa vi a una dama bailando semidesnuda, di media vuelta para alejarme enseguida antes de meterme en más problemas porque seguro estaría acompañada, pero en eso escuché una dulce voz femenina que me decía: ¿Quién es usted? ¿Qué desea?, y sin voltear respondí: Mi auto no arranca, está ahí en la carretera, señalando con el brazo extendido, quiero saber si alguien podría prestarme ayuda, llevo ahí un buen rato pero no pasa nadie que pudiera auxiliarme. A lo que muy amable me respondió: en efecto, por aquí transitan pocos autos. puedes pasar la noche aquí y mañana a primera hora hallarás mejores condiciones para arreglar el auto.
—Anda, pasa— accedí un poco apenado, cuando volteé ya se había puesto una bata, al entrar me ofreció una copa de vino al tiempo que decía: ¿Gustas?, para que se te quite el frío, comprendí que estaba sola, —¿cómo te llamas?,—me preguntó y comenzó a bailar de nuevo, pero evadí la respuesta observando su hermosa casa. —¿Te gusta?,— me dijo sonriendo, —¡Cómo no!, es muy bonita, —respondí. Ella extendió su mano invitándome a bailar esa suave música que había interrumpido con mi llegada.
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Después de dos o tres melodías que bailamos empezó a acariciar mi cabello con sus manos, percibía su respiración en mis mejillas, olía su perfume y me sentía muy nervioso. A pesar de la situación recordaba que a mi regreso tendría que buscar a mi novia y aclarar las cosas. Sabía que me estaba dejando seducir y no estaba bien, cuando de pronto dejó caer la bata que llevaba puesta quedando completamente desnuda entre mis brazos, era realmente hermosa y bastante amable conmigo como para ser rechazada, no pude resistir a tanta sensualidad, a su cuerpo perfecto, al calor de sus suaves pezones que rozaban mi pecho y me dejé llevar correspondiendo a sus caricias sin inhibiciones. Entre licor y caricias nos quedamos dormidos en la alfombra. Al día siguiente me despertaron los rayos del sol en mi cara y una terrible resaca, pero mi mayor sorpresa fue que estaba yo en una casa abandonada, llena de telarañas y muy polvorienta. Salí de prisa subiéndome el cierre del pantalón y abotonándome la camisa. Me consolé un poco al ver mi auto a lo lejos pensando cómo haría para arreglarlo. Lo abordé, introduje la llave y arrancó sin el menor problema.
Emprendí mi regreso intrigado por lo que había sucedido la noche anterior ¿Con quién hice el amor? ¿qué tomé? que me sentía tan mal, ¿acaso sería por haber dormido en el suelo en vez de la alfombra? De pronto comencé a visualizar las señales de tránsito, no supe cómo fui a dar a la Sierra Norte del Estado de Puebla. No había contado este suceso en mi vida por temor a que no me creyeran.