Necaxista de corazón y agudo pensador en torno al fenómeno futbolístico, Juan Villoro, vuelve a escribir de deporte su nueva novela “No fue penal”, la cual publica bajo el sello de Almadía. Una narración llena de pasión pambolera, en la que el autor refiere a los factores personales y extra cancha que marcan las vidas de los jugadores y sus aficionados.
“Una de las situaciones dramáticas del futbol son las lesiones entre los jugadores, en ocasiones esto marca su destino. Esta es la historia de dos futbolistas que fueron grandísimos amigos, pero que en un entrenamiento uno, el que era el más torpe y no era una figura, le provoca una fractura accidentalmente a la gran figura de la Selección Nacional. Esto en vísperas de un Mundial, con lo cual acaban las esperanzas de un país, de una generación, pero también de jugadores que nunca vuelven a ser los mismos”, relata Juan Villoro, en entrevista con El Sol de México.
La historia está narrada en dos partes, cada una desde la perspectiva de un jugador durante el segundo tiempo de un partido decisivo, años después de aquella fatídica lesión. “El Tanque”, que de mal jugador se convirtió en uno de esos directores técnicos “apaga fuegos”, y “Valeriano Fuentes”, quien luego de haberse retirado regresa al medio futbolístico como video-arbitro.
“Todas las jugadas tienen vida privada. No solamente influyen en lo que está sucediendo en la cancha, sino en la vida que los jugadores llevan fuera de ella. Cuando un futbolista falla un penal, a lo mejor lo hace porque su mujer lo acaba de dejar. Hay causas personales para el rendimiento deportivo. En esta novela hay una pugna sentimental, porque el jugador destacado, no solamente superaba en habilidades futbolísticas al otro, sino también se queda con la mujer que le gustaba. Entonces, hay dos rivalidades, la deportiva, que es sana y otra afectiva, que no es sana”, agrega el autor.
Como parte de los varios elementos que son mencionados en la novela, el cambio generacional y la transformación del juego y consumo de futbol mexicano, que considera Villoro han provocado “el deterioro de los códigos”, así como de su calidad, que ve reflejado en los resultados a nivel internacional.
“La organización del futbol mexicano le ha faltado el respeto al mismo futbol en un grado superlativo. Uno puede ver un partido y de pronto es interrumpido por publicidad, mientras que los jugadores son productos comerciales que pueden durar sólo seis meses de un equipo y en el próximo torneo se los llevan. Es verdaderamente abusiva la explotación comercial de este deporte, creo que hay un distanciamiento con los clubes muy comprensible”, afirma.
En la trama, “Valeriano Fuentes” reconoce que en realidad el futbol no era su gran pasión, pero lo que lo motiva a seguir es la profunda pasión con la que algunos fanáticos se entregan a los equipos de sus amores.
“La gente delega en los estadios muchas de sus ambiciones, ilusiones, frustraciones y supersticiones. Las barras o porras muchas veces tienen una condición casi religiosa. En Argentina hay una iglesia maradoriana, con liturgia, con jerarquías eclesiásticas, con protocolos religiosos.
“Aquí yo quería jugar con eso, con unos fanáticos que deciden ver los partidos a través de un velo porque creen que les trae buena suerte. Pero yo mismo he tenido mis cábalas, por ejemplo, cerrar los ojos cuando la pelota entra al área rival, mi sacrificio es no ver el gol, a cambio de que anote el Necaxa”, apunta.
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Sin que sea el centro de la obra, Villoro menciona la intromisión de la violencia y de la delincuencia organizada en el futbol mexicano. Esto le parece al escritor un hecho explicable, ya que vivimos “en una narcosociedad”, que cada vez se encuentra más presente en todos los rubros de la vida, como lo son la realidad de las barras bravas, pero también de los funcionarios que las utilizan.
“Los directivos han sido cómplices de muchas de estas barras. Habría que hacer un trabajo educativo y cívico muy grande. Pero el tema este: Si los directivos se desentienden de la pasión por que hacen lo que les da la gana, si venden al jugador consentido de la afición, si agravian la camiseta con todo tipo de anuncios, ¿por qué el aficionado va a tener una conducta noble cuando sus equipos no la tienen? Yo creo que cuando uno quiere encontrar la corrupción en el futbol mexicano no es en la chancha a donde hay que ver, sino a los palcos de los directivos”, finaliza.