Las momias de Santo Domingo y otros hallazgos recientes en Zacatecas

El Sol de Zacatecas

  · jueves 15 de diciembre de 2016

Foto: El Sol de Zacatecas

Por Raul García

ZACATECAS, ZAC., 14 de diciembre (OEM/Informex).- Con sólo cinco años de edad, Luis Rivero murió víctima de la fiebre escarlatina el 12 de mayo de 1844. Su familia acaudalada llegó desde el País Vasco para explotar las minas de la región.

Siglo y medio después, su tumba fue abierta. La milagrosa permanencia de su cuerpo diminuto, conservó su cabello castaño claro cubriendo su cabeza y permite distinguir algunas de sus facciones; la luz del día también reveló un ramo de flores secas entre sus deditos de uñas crecidas.

En el lujoso ataúd tapizado con seda y unido con tachuelas de oro, se hallaron versos escritos por su padre, Luis Rivero: “Salud encanto mío / amable niño, niño afortunado / allá en el cielo pío/ de gloria circundado / te contemplo de gozo enagenado…”

En diciembre del 2009, esta y 42 tumbas más fueron desenterradas por albañiles y arqueólogos en el templo de Santo Domingo, cuando sus cimientos eran rehabilitados; el edificio que terminó de construirse en 1749 estaba en peligro de derrumbarse.

Fue el mayor hallazgo mortuorio que ha tenido lugar en Zacatecas. Durante varios meses de intenso trabajo arqueológico, se extrajeron y se estudiaron los 22cuerpos momificados de los cuales 16 eran niños, entre ellos un nonato de seis meses de gestación.

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Además se rescataron más de cinco mil huesos sueltos que, tras varios años de análisis minucioso, se supo corresponden a 180 niños menores de dos años, y a cerca de 20 personas de edades mayores.

Los restos más antiguos corresponden a un fraile con indumentaria jesuita sepultado en 1689, y los más recientes datan de 1890.

Hombres con trajes suntuosos que además conservan su barba y su bigote de dos siglos, juguetes en perfectas condiciones dentro de ataúdes infantiles, monedas acuñadas en 1740, losas inglesas y porcelana china a tres metros de profundidad, fueron otros de los muchos hallazgos.

A siete años de distancia, es poco recordada la noticia que acaparó las primeras planas de los diarios. Hoy el paradero de las momias es desconocido, incluso para los arqueólogos y antropólogos zacatecanos que las estudiaron in situ durante cerca de un año.

Las momias que no vuelven

Tres años tardó el rescate arquitectónico de Santo Domingo, considerado el segundo templo más importante de la ciudad después de la catedral. En su interior está prohibido tomar fotografías con flash porque la luz intensa puede dañar las pinturas y los ocho grandes retablos barrocos recubiertos con hoja de oro. A toda hora el sacristán Cuauhtémoc Soto cuida que feligreses y turistas sigan esta y otras reglas estrictas.

Sacerdotes van y vienen, pero Cuauhtémoc ha cuidado el templo desde antes de la rehabilitación integral que inició en el 2009. Incluso participó en el hallazgo antropológico: “A mí me tocó mover los cuerpos de un lado a otro, luego se los llevaron diciendo que les iban a hacer estudios de laboratorio”.

Con renuencia accede a hablar muy poco del tema, ya que el personal del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) que desde diciembre del 2011 recogió las momias en contenedores de triplay sellados, es la única instancia autorizada para dar información: “Ellos son los que saben”, insiste, pero después agrega: “Yo hasta les ayudé a cargar las cajas; los sarcófago se guardaron en cajas especiales, los subieron a camionetas (…) pero jamás han regresado nada”.

Ante lo peculiar del descubrimiento –momias más antiguas y mejor conservadas que las de Guanajuato– se pensó exhibirlas en el mismo templo, dentro de un salón conocido como “El Generalito” junto a la sacristía.

“Faltaron recursos porque es muy caro conservar este tipo de material, o quizá faltó la voluntad, pero estábamos convencidos de que era un buen proyecto el de realizar un museo”, recuerda Francisco Montoya Mar, arqueólogo que coordinó el rescate de los vestigios.

En el malogrado museo de sitio se iban a incluir las 15 momias mejor conservadas, como la del pequeño Luis Rivero y la del corregidor Diego Joseph Medrano, inhumado el 10 de marzo de 1798.Sus restos iban a estar acompañados por objetos diversos e información relevante sobre el Zacatecas colonial.

Francisco Montoya relató que al terminar el estudio, justo frente al retablo de San Francisco Javier, el INAH mandó excavar una cista donde se reinhumaron las momias, pero al poco tiempo fueron extraídas porque el sitio presentó filtraciones de humedad que las dañaron. Francisco Montoya explicó que había sido precisamente la carencia de humedad y el encapsulamiento perfecto, lo que durante varios siglos permitió la conservación sobresaliente de los restos.

“Como investigadores no tenemos la capacidad económica para mantener por nuestra cuenta esas colecciones en buenas condiciones, por eso nosotros perdimos el contacto con los vestigios”, expresó el investigador quien dice desconocer el lugar en el que se encuentran las momias.

Foto: El Sol de Zacatecas

Ciudad con cimientos de osamenta

Debido a que previamente se habían encontrado otros entierros en templos cercanos, no fue tan sorpresivo hallar un cementerio en las entrañas de Santo Domingo, comentó el cronista de la ciudad, Manuel González Ramírez, quien fue testigo de estos descubrimientos:

El 27 de febrero del 2003, durante las excavaciones realizadas alrededor de la catedral para instalar un sistema de iluminación, apareció una gran cantidad de huesos dispersos; en noviembre del 2006, en el interior del antiguo templo de San Agustín se encontró un niño momificado y cinco osamentas; entre el 2007 y el 2008 se abrieron tres criptas subterráneas en la catedral, donde se resguardan ataúdes y una fosa común con cientos de huesos revueltos.

Meses antes de las excavaciones de Santo Domingo, se hallaron osamentas en el subsuelo del antiguo convento de La Merced, aunque no se ha calculado el número de personas enterradas ni su antigüedad exacta.

El cronista informó que sepultar a los muertos en los templos fue una costumbre traída de Europa que permaneció durante toda la época virreinal. Principalmente se hacían inhumaciones en criptas construidas por familias de gran poder político y económico “para que allí reposaran el sueño eterno”.

En el siglo XIX autoridades eclesiásticas y civiles lo prohibieron ya que era un riesgo para la salud de los feligreses: “No fue fácil romper con esa costumbre, debió ser un choque para la gente de la época tener que sepultar a sus muertos a extramuros de la ciudad, equivaldría a echarlos a un basurero, lejos de un sitio sagrado que asegure la salvación de sus almas”.

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El primer panteón fue el de Bracho, ubicado al norte de la ciudad, donde en 1738 fueron sepultadas las víctimas de la epidemia de Matlazáhuatl, nombre que se le dio a la peste en la Nueva España.

El lugar fue reutilizado un siglo más tarde en la pandemia de cólera morbus que provocó 12 mil muertes en Zacatecas. Durante gran parte del siglo XIX y hasta tiempos de la Revolución Mexicana, se hicieron inhumaciones en el panteón del antiguo convento de La Merced, donde hoy está la primaria Enrique Estrada.

La revoltura de miles de huesos anónimos

A la hora del recreo, los albañiles que construían un domo en la primaria Enrique Estrada, empezaron a sacar huesos hallados bajo la cancha de futbol rápido. Cientos de alumnos dejaron los juegos a un lado para ver de cerca cráneos, fémures y dientes sueltos, amontonados sobre bolsas vacías de cemento.

Entre los especialistas que acudieron aquel 4 de junio del 2009 a la escuela ubicada en lo que fuera el Convento de la Merced, estuvo la antropóloga Angélica Medrano Enríquez. “Cuando llegué ya estaba todo revuelto, los restos humanos ya sin su contexto, eso nos impidió hacer una buena interpretación”.

La especialista en bioarqueología lamentó que este problema es común y se presenta en muchas otras obras realizadas en lugares históricos, donde las empresas constructoras no avisan al personal del INAH, o lo hacen ya cuando el vestigio arqueológico ha sido modificado irresponsablemente.

El descubrimiento de Santo Domingo fue una feliz excepción –dijo– ya que la empresa encargada de rehabilitar el templo tuvo el acierto de invitar desde un inicio a varios expertos. Durante seis años, la antropóloga ha estudiado los cinco mil elementos óseos rescatados dentro y fuera de los sarcófagos que contenían las momias.

Clasificados en cajas de cartón y rotulados con marcadores especiales, los huesos hoy están en el laboratorio-bodega de la facultad de Antropología de la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ), donde también están los huesos que se rescataron en la primaria Enrique Estrada y en otras excavaciones de la ciudad de Zacatecas.

Primero se determinó que los huesos sueltos de Santo Domingo pertenecen a por lo menos 200 sujetos, de los cuales 180 eran niños menores de dos años. Después se inició un extenso estudio sobre las enfermedades que sufrían: “En esos pequeños observamos problemas muy severos de salud: escorbuto, anemias, raquitismo e infecciones muy comunes en una sociedad sin avances médicos (…) el 80 por ciento padecieron todo aquello”.

Foto: El Sol de Zacatecas

Mientras manipula un diminuto maxilar de bebé, Angélica Medrano comenta que todavía hay mucho por saber; pues siempre surgen nuevas preguntas: “Podría estar toda la vida estudiando este material”.

Un proyecto pendiente busca conocer, mediante técnicas nucleares, la contaminación por plomo o metales pesados que padecieron los niños, dada la intensa actividad minera: “Tengo la hipótesis de que sí estaban altamente contaminados, tal y como sigue pasando hoy en comunidades de Zacatecas”.

Sin embargo, muchas preguntas quedarán sin respuesta: “hay males que no dejan huella en los huesos, por ejemplo, el sarampión, el cólera, o la fiebre escarlatina que es lo que mató al pequeño Luis Rivero y de lo cual nos enteramos sólo por los escritos que sus familiares dejaron en el ataúd”.

Angélica Medrano también dice desconocer el paradero de los restos de Luis Rivero y de las otras momias, aunque confía en que el INAH los ha resguardado en condiciones adecuadas.

Cuerpos eternos de México

Los visitantes habituales del Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México, desconocen que en el sótano se conservan cerca de 25 mil osamentas y la mayor colección de momias del país; las más antiguas datan de la era prehispánica (600 años).

Los restos de Santo Domingo han permanecido durante los últimos cinco años en un departamento de este sitio subterráneo, conocido como el laboratorio de momias “Cuerpos eternos de México”, informó el delegado del INAH Zacatecas, Carlos Augusto Torres Pérez. Explicó que el material antropológico se encuentra en un entorno con clima controlado, que se monitorea constantemente para su correcta conservación.

El pequeño Luis Rivero hoy reposa en un cofre moderno equipado con aditamentos para medir la humedad y la temperatura, sin los cuales sería devorado por las bacterias.

El funcionario informó que permanece la intención de exponer al público las momias, aunque no hay todavía un proyecto específico. Mientras tanto, continuarán los análisis, entre los que está un estudio genético para ver si existe parentesco entre ellos.

En el caso de Luis Rivero, está pendiente efectuar pruebas biológicas para confirmar si la causa de su muerte fue la fiebre escarlatina, como lo informan otros versos hallados en su lujoso ataúd original: “Así precioso niño sin ventura / quedaste en duro lecho derribado / preso ya de maligna calentura […] las marcas dolorosas nos mostrabas / que estampó la fiera escarlatina…”

Sólo es cuestión de tiempo para que se revelen nuevos secretos antiguos en los cimientos de alguna vivienda o templo colonial de Zacatecas; entonces a la luz del día, en silencio hablará el pasado que reposa a los pies de quienes caminan por la ciudad.

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