Ya con el semblante visiblemente desgastado por los terribles dolores del cáncer de huesos que le habían diagnosticado, el poeta Octavio Paz, único premio Nobel de literatura mexicano, murió el 19 de abril de 1998, dentro de los muros del edificio que hoy es la sede de la Fonoteca Nacional, la Casa Alvarado, en el antiguo pueblo de Coyoacán, lugar donde pasó sus últimos años, luego de que se incendiara su departamento de la Colonia Cuauhtémoc, en 1996 junto a la mayoría de su biblioteca personal.
La noticia de su muerte conmocionó varios círculos de poder e intelectuales de México que se dieron cita en el Palacio de Bellas Artes al día siguiente, donde fue despedido con los máximos honores, casi como un héroe nacional, con discursos encabezados por el entonces presidente Ernesto Zedillo, en compañía de amigos, adversarios y otros personajes, entre ellos el historiador Enrique Krauze, el cronista y ensayista Carlos Monsiváis, la actriz María Félix y los políticos Cuauhtémoc Cárdenas y el ahora presidente Andrés Manuel López Obrador.
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Hombre de su tiempo, con contradicciones y convicciones, a 25 años de su partida, es innegable el sello de las palabras de Octavio Paz en la historia de la poesía nacional e internacional, pero también del pensamiento histórico y político mexicano, el cual sigue siendo parte de las discusiones en la república de las letras mexicanas.
EL POETA EN CONTRA DEL TIEMPO
Nacido el 31 de marzo de 1914, en la Ciudad de México, Octavio Irineo Paz Lozano, cuenta con cerca de una veintena de libros de poesía, de los cuales varios son considerados como imprescindibles, entre ellos Piedra de Sol (1951), su obra maestra de juventud; Blanco (1967), en el que el poeta exploró temas como la identidad, la muerte y el tiempo; o Árbol Adentro, el último publicado por él. En todos sus poemarios, el poeta reflexionó constantemente de una manera “metapoética”, es decir que utilizaba la poesía para hablar del acto poético.
“Una de las ideas más interesantes de Octavio Paz sobre la poesía fue la relativa al presente perpetuo o la consagración del instante. Para él la poesía fue el arte de salvar instantes privilegiados del flujo del tiempo, seleccionar un instante que ha sido tocado por una especie de magia que el poeta atrapa en una red de palabras que es el poema, donde, como lo dijo él mismo, ‘el presente es perpetuo’.
“Entonces la poesía no era para él representación sino presentación de ese fragmento de la realidad que tienen una existencia autónoma que existen fuera del tiempo”, explica el especialista Jorge Gutiérrez Reina, editor de la nueva época de la revista Barandal, publicación de la Cátedra Extraordinaria Octavio Paz, de la Universidad Nacional Autónoma de México.
En cuanto a su trabajo como ensayista, con el cual Paz escribió más de 30 libros, Gutiérrez Reina comenta que los principales temas sobre los que reflexionó el Premio Nobel, aunque hubo varios más, fueron tres: la poesía en general, porque él “era un gran conocedor de la tradición poética de occidente como oriente”, con libros clave como El arco y la lira (1956) y Los hijos de limo (1965); la historia e identidad de México, en El laberinto de la soledad (1959) y Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, así como la historia y crítica de arte.
EL CAUDILLO DE LA POESIA
En otra arista importante de Octavio Paz, el investigador de la UNAM, Jorge Aguilera, destaca que Paz fue pieza clave en la manera en la que se piensan los vínculos de la literatura con la sociedad, esto a través de las redes sociales que creó desde su temprana publicación en las revistas estudiantiles Barandal y Taller, en la preparatoria de San Idelfonso, en los que presentó una postura meramente de izquierda, pero que fueron cambiando al paso de los años, hasta los 70, cuando se volvió una forma crucial para el pensamiento mexicano.
“Sin temor a decirlo, podemos afirmar que Octavio Paz fue ‘el caudillo de la cultura mexicana’ en su periodo. Tanto en el positivo, como en el negativo, al ser la figura más prominente, cuyas ideas aportaron mayores elementos para el campo cultural mexicano, pero que al mismo tiempo estableció una forma muy particular de pensar las artes, que tiene una dimensión política, inmensa, con varios claroscuros, admirables y reprobables, sobre todo al final de sus días”.
Aunque el investigador reconoce que Paz fue uno de los principales opositores a los abusos de regímenes de la Segunda Guerra Mundial, del que se volvió crítico y que derivó en el pensamiento liberal, reconoce que hay un regreso al conservadurismo en el escritor. Estas ideas se vieron reflejadas en libros como Tiempo nublado (193) o El ogro filantrópico (1979). Sus ideas, publicadas en otros libros se expresaron abiertamente a favor de las políticas liberales, que apoyaban al libre mercado y las nociones de capitalismo más salvajes que los alejaron de los grupos de la izquierda.
“Este pensamiento tuvo una implicación absoluta en el campo poético y literario del país, aunque tiene grandes reflexiones sobre poética, fue un crítico feroz de que la poesía hablara de la realidad política, que se vio en sus críticas en el prólogo de su antología Poesía en movimiento, como en sus señalamientos al movimiento La espiga amotinada, que pretendía hablar de ello”, explica el especialista, quien afirma que sus posturas lo llegaron a confrontar con figuras fundamentales de la poesía de Latinoamérica como Ernesto Cardenal o Pablo Neruda, que determinaron un canon de la lírica en nuestro país.
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Sobre esta postura, el investigador comenta que la discusión que puso sobre la mesa Octavio Paz, aún se maneja hoy entre la intelectualidad mexicana. “Podemos estar o no de acuerdo con las posiciones políticas de estos círculos, tenemos que reconocer, en medio de las convicciones políticas actuales, que el pensamiento de Octavio Paz sigue vigente.
No está peleada una cosa con la otra, hay que reconocer que Paz fue un gran poeta, con poesía y ensayos muy adelantados a su tiempo. Pero tener una actitud crítica a la postura política de Octavio Paz es saludable, porque nos hace reconocer que su obra refiere a un hombre de su tiempo, que respondía a su contexto y circunstancias, hasta personales y subjetivas. No podemos crucificarlo como el mayor tirano de la cultura mexicana, pero tampoco consagrarlo como el pensador inmaculado al que tenemos que honrar permanentemente”, concluye.