Para la mayoría de los escritores no existen fórmulas ni recetas infalibles con las cuales hacer que sus palabras logren el efecto deseado en sus lectores. Tal es el caso de la argentina Mariana Enríquez, conocida en el mundo como la rockstar del terror contemporáneo en lengua española, quien tampoco reconoce tener una técnica precisa, sino más bien una confianza plena en “esa especie de dictado que sólo escucha el escritor, la voz que le ofrece la palabra que quebrará la placidez de la página”.
Sin embargo, esto no ha evitado que la autora, maestra en exhibir en carne viva los horrores de lo cotidiano, haya escudriñado entre los derroteros de su escabrosa creatividad y lucubrado algunas teorías sobre sus misteriosos procedimientos de escritura, en específico del retrato de emociones.
Uno de esos momentos de reflexión lo podemos leer en un breve texto titulado “Una forma de sinestesia” —escrito en 2017 para una charla en el festival Assises Internationale du Roman, de Villa Gillet, Lyon— el cual aparece compilado en su libro de textos periodísticos y misceláneos “El otro lado. Relatos, fetichismos, confesiones”, publicado por editorial Anagrama.
“Mi escritura casi siempre se desarrolla con música. Digo casi siempre porque no dejo sonando una playlist o un disco. Busco o pienso en un artista específico, o en una canción, y siempre en un idioma distinto del mío —el español— porque las palabras en otro idioma sugieren más, infiltran menos. En esta sinestesia particular, una canción o un artista me acerca a la emoción que necesito”, afirma la autora de “Nuestra parte de noche”, con la que ganó el Permio Herralde de Novela en 2019.
¿Y cuáles son algunos de esos artistas y canciones? Para la tristeza y sus variopintos matices, evoca la melancólica fusión de jazz, blues, post-punk, rock y música clásica de la banda australiana Dirty Three, con sus canciones “Hope” y “Lullaby For Christie”. Mientras que, para la “libertad o el sexo desarmante del amor” evoca al jefe, el norteamericano Bruce Springsteen; en contra posición al “sentido de claustrofobia y obsesión y sexo destructivo”, que encuentra en el rock gótico y desafiante de Nick Cave.
Mariana también hace algunas relaciones directas entre músicos y ambientes u objetos específicos que aparecen en sus obras, como el estelar David Bowie, quien le suena como una noche “plateada y azul”, o la furia psicodélica de The Stooges, con Iggy Pop en la voz, que le recuerda a la calle “gris con franjas de tigre rojas, amarillas y verdes”.
La autora del reciente libro “Un lugar soleado para gente sombría”, también dice encontrar en la música la motivación para desarrollar personajes de sus historias, como una misteriosa chica morena que sólo se le aparece cuando escucha a la cantante y también poeta Lana del Rey; o Led Zeppelin, que ayuda a surgir ciertos adolescentes; o un par de chicos con cabellos púrpura, resultados de la mezcla de Jesus & Mary Chain, Slayer y Prince, dependiendo el caso.
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El texto no sigue más y uno de queda con las ganas de seguir enterándose de más música, pero Mariana se detiene, tal vez piensa que está a punto de revelar un secreto que ni ella misma conoce. “Quizá llegué hasta ahí por un rodeo que me resulta más complejo percibir y que prefiero no explorar: ¿acaso conocer el mecanismo, desnudarlo, entenderlo del todo no es el principio del fin? ¿Acaso no es la manera de perder el entusiasmo?
“Cuando adivino una trama, cuando comprendo cómo funciona un artefacto, cuando aprendo de memoria el camino hacia algún lugar, pierdo el interés o la acción se vuelve mecánica. No quiero que pase. Soy supersticiosa”, afirma, convencida del poder de las palabras al recordar haber leído una frase que la impactó de la novela “Cementerio de animales” (1983), de Stephen King, y arrojar el libro llena de miedo y repulsión.