Para entender el tránsito de la lucha agraria de la Revolución Mexicana a la de los movimientos campesinos contemporáneos, hay un personaje que resulta clave. Su nombre es Rubén Jaramillo (1900-1962), considerado “el último gran zapatista”, al cual la poeta veracruzana Silvia Tomasa Rivera (1955) evoca en su más reciente poemario “La tierra oscura”, publicado por el Fondo de Cultura Económica.
La autora cuenta la historia de este líder, nacido en Tlaquiltenango, Morelos, que con tan sólo 14 años de edad se sumó a las líneas de la lucha zapatista, del Ejército Libertador del Sur, bajo las órdenes directas de Emiliano Zapata. Todo desde la perspectiva personal del entonces joven revolucionario, quien, en 1918, ya convertido en capitán, a los 17 años, pidió a sus tropas que escondieran las armas pues el movimiento zapatista había sido derrotado.
Jaramillo durante los años siguientes, luego de haber sido encarcelado tras la muerte de Emiliano Zapata, buscó continuar la lucha agraria, pero desde la legalidad, convirtiéndose en representante campesino. Fue de este modo que en la década de los 30 apoyó al general Lázaro Cárdenas con quien inauguró el proyecto del ingenio azucarero de Zacatepec, así como a Manuel Ávila Camacho, a quien después consideraría como traidor a los ideales de la revolución.
Es en la década de los 40 cuando Jaramillo comienza su propio movimiento, luego de un intento de asesinato. En 1945, fundó el Partido Agrario Obrero Morelense, para el cual se postuló como candidato a gobernador de Morelos. Hay una última vez en la que este líder se levanta en armas y promulga su Plan de Cerro Prieto, con la idea de repartición de tierras y expropiación industrial, convirtiéndose así en guerrillero en las montañas morelenses.
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Las páginas de este poemario se detienen en el fatídico 23 de mayo de 1962, el día en que miembros de la Policía Federal y del Ejército Mexicano —se dice que disfrazados de campesinos— asesinaron al líder agrario Rubén Jaramillo, junto a su esposa embarazada y dos de sus hijos, en las inmediaciones de Xochicalco, Morelos, a pesar de que había recibido amnistía por el presidente López Mateos en 1959.
Sólo como detalle para el lector, habría que destacar que el suceso fue de gran impacto para la vida política y cultural de país, al grado que varios intelectuales y poetas del momento dedicaron líneas en su nombre, como la poeta Margarita Paz Paredes quien escribió el libro “Muerte y resurrección de Rubén Jaramillo” (1962), o el poeta Abigael Bohórquez que compuso su “Canción de amor y muerte por Rubén Jaramillo” (1967), según documentó el historiador Daniel Librado, en un artículo del repositorio digital www.memoricamexico.gob.mx.