Se dice que a finales del siglo XIX, en el Barrio de Tlacatécpec vivía un artesano tejedor, quien era muy famoso por sus bellos y originales diseños de sus trabajos en el telar de pedales. Todo el pueblo lo conocía y apreciaba, y su fama se había extendido a todo el estado, pues era todo un artista honrado y humilde.
En cierta ocasión, un caballero muy rico y elegante que vivía en el pueblo de Apetatitlán decidió ir con el artesano para que le tejiera un sarape blanco que tuviera un diseño muy original, pues estaba seguro de que era el único capaz de darle gusto. Sabía que sus clientes más exigentes siempre quedaban completamente satisfechos con su trabajo. Llegó al pueblo de San Bernardino y preguntó por la casa del tejedor. Cuando le dieron las señas se dirigió a ella muy contento.
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