Las culturas prehispánicas compartían la creencia que, después de morir, el alma continuaba su camino en el mundo de los muertos, donde se necesitan utensilios, herramientas y alimentos.
Por esta razón, la diversidad de etnias colocaba ofrendas no solo a sus dioses, sino también a sus muertos, quienes aún eran bienvenidos en el mundo terrenal, ya que continuaban en el recuerdo de sus seres cercanos.
Cesáreo Teroba Lara, cronista de la ciudad de Tlaxcala, menciona que los antiguos tlaxcaltecas rendían culto a sus muertos un total de 40 días al año, cuyas fechas se regían por el calendario náhuatl, llamado Tonalamatl, el cual se dividía en 18 meses de 20 días cada uno.
Precisa que la fiesta de los niños llamada Miccailhuipzintli se realizaba durante 20 días (del 9 al 28 de agosto), mientras que la conmemoración de los difuntos mayores conocida como Hueymiccailhui, iniciaba del 29 de agosto al 17 de septiembre, correspondiente al décimo mes.
Por otra parte, Teroba Lara destaca que estas fechas coincidían con el calendario agrícola, la única fiesta que se realizaba una vez terminada la cosecha, y si el tiempo había sido bueno era un motivo más para celebrar.
Así, la festividad de Todos los Santos constituía el primer banquete en la ofrenda que se componía por diversos platillos hechos a base de maíz, haba, frijol o calabaza.
RESPETO Y RELIGIOSIDAD
Por su parte, el muralista Desiderio H. Xochitiotzin decía que la festividad de Todos los Santos en Tlaxcala es una tradición de profunda religiosidad y respeto, sobre todo entre la población autóctona y los otomíes, cuyas costumbres están muy arraigadas.
La muerte es una nueva manera de vivir, no solo para los que por alguna razón se han hecho inmortales.
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