A los seis años de edad, Morris Gilbert pisó por primera vez uno de los escenarios más importantes de México: el Palacio de Bellas Artes. No fue como actor, mucho menos como productor, Gilbert celebró ahí su graduación del kinder en 1959. Sí, aunque se lea raro, pero era otro México, otros tiempos, como él mismo señala.
Al momento de entrar a este gran recinto, sus ojos fueron golpeados por la belleza del lugar. Tuvo algunos ensayos previos a su gran fiesta que le reafirmaron cada vez más que su destino sería dentro del medio artístico.
“Me acuerdo que nos pusieron unas batas azules con lentejuelas y yo no me la quería poner, corría en los palcos de Bellas Artes y, de repente volteé al escenario, viendo a mis compañeros con sus batas azules con lentejuelas combinado con las luces y en ese momento quedé enamorado para toda la vida del teatro”, recordó el ahora productor de teatro en entrevista con El Sol de México.
“Estaba destinado a dedicarme al teatro, eso es un hecho. Yo no me daba cuenta que, desde niño, hacía teatro, había niños que jugaban a ser bomberos, aviadores y yo jugaba a hacer teatro, en ese entonces hacía representaciones para mis amigos, esos son mis primeros recuerdos. Siento que ya lo traía en la sangre y, como eres niño, estaba jugando a lo que iba a ser mi carrera y a lo que me iba a desarrollar en toda mi vida”, agregó.
LA OBRA DECISIVA
Pero ese momento no fue un factor determinante en su vida, ya que, años más tarde odió el teatro debido a una obra organizada por su escuela y de la que tuvo una mala experiencia, no le gustó ni la historia, ni mucho menos las actuaciones. Se alejó por un tiempo, ya adentrado casi a la adolescencia, sus amigos lo invitaron a ver una obra con la que quedó más que enamorado: “El hombre de la Mancha”.
“Escucho los acordes de ‘El hombre de la Mancha’, con eso tuve para sorprenderme nuevamente y a partir de ese día ya no pude pensar en nada más, sólo en el teatro”, expresó Gilbert.
Se esclareció su mente, supo hacia dónde conducirse luego de finalizar sus estudios de preparatoria. El gran problema es que en ese tiempo no existía como tal una licenciatura que le enseñara cómo ser un productor de teatro, cómo administrar una empresa de entretenimiento.
LAS TRES CARRERAS QUE LO AYUDARON
Morris Gilbert siempre se caracterizó por ser una persona que no encajaba con lo estipulado por la sociedad. Nació en la Ciudad de México un 12 de septiembre de 1953, su padre Salvador era un sobreviviente del campo de concentración, llegó a México para rehacer su vida y su familia.
Gilbert es el tercero de cinco hermanos. Su papá era estricto, no le permitía pensar en el teatro ya que tenía que ejercer una profesión que le fuera rentable; si bien eran una familia judía de clase media, nunca tuvo lujos, por lo que el trabajo se convirtió en su gran aliado.
Estudió tres carreras al mismo tiempo; en la UAM Xochimilco se formó en Ciencias de la Comunicación, saliendo se iba a la UNAM a estudiar Economía y finalizaba su día en la Universidad del Valle de México con la carrera de Administración de Empresas, además tomó clases de actuación con el cineasta José Luis Ibáñez y trabajaba en una fábrica de uniformes escolares para costear sus gastos.
Así estuvo por varios años y, aunque no concluyó ninguna licenciatura de manera oficial, sí aplicó todo lo aprendido en su primer trabajo como actor en la obra “Un proyecto para vivir”, en 1975.
Su camino comenzó en ese momento, emprendió un vuelo que, hasta el momento, mantiene vigente. Para 1976 se lanzó también como productor, bajo la supervisión de Ibáñez, en la obra “Los hijos de Kennedy”. Él actuó en este montaje al lado de Susana Alexander, Julieta Egurrola, Norma Lazareno y Héctor Bonilla.
Como productor independiente logró concretar obras como “Cenizas”, “A puerta cerrada” y “Nube Nueve”.
Su vida mantenía esa dualidad entre actor y productor, pero tanta presión lo llevó a sufrir algunos problemas de salud. Justo fue en uno de sus proyectos más exitosos, “Claudia”, en 1984, cuando durante en escena, sus brazos perdieron movilidad, en ese momento tuvo que detener la obra y solicitar atención médica de inmediato, pensó que le estaba dando un infarto.
“El doctor me dijo: ‘usted no está sufriendo ningún infarto, pero si quiere que le dé uno, siga siendo lo que hace porque así sí le dará uno’. Esa noche tomé la determinación que iba a ser la última obra en la que quería actuar porque tuve que decidirme por una de las dos, fue una noche de agonía para mí, me quedé pensando, recapitulando, me dedicaré a la producción de lleno”, recordó.
En 1985, comenzó una nueva etapa para él, destacó con “Sueños de un seductor”, “Adorables enemigas”, “Cita con un ángel”, donde trabajó con María Victoria, “De gira con los López” y “La Fiesta. La comedia gay de los 90s”.
A PUNTO DEL RETIRO
Un gran momento llegó a su vida, adquirió los derechos de Los miserables, pero al ser independiente no encontró la productora que pudiera levantar dicho musical, por lo que pensó en retirarse del medio.
“Nunca lo pude levantar porque no existía la empresa adecuada para hacerlo, Televisa tenía otra vocación, se dedicaba a otras cosas, era la única empresa que tenía el tamaño para hacer algo así, pero no el interés, traté con el gobierno, muchas instancias, pero era imposible, yo no tenía el dinero, ni el tamaño que se necesitaba para levantar ese proyecto, entonces decidí dejar el teatro”, sostuvo.
En 1997, el productor Federico González Compeán lo llamó para formar parte de la nueva división de teatro de la promotora Ocesa en México. La primera obra que crearon juntos fue “Confesiones de mujeres de 30”, resultó un éxito al sumar más de cuatro mil representaciones.
Ocesa produjo su primer musical La Bella y la Bestia, sin colaboración de Gilbert por decisión del mismo productor, misma de la que ahora se arrepiente. Pero concretó otros musicales como “Rent”, “El Fantasma de la Ópera”, “Mamma Mía”, “Chicago”, “Mary Poppins”, “Hello, Dolly!”, “Peter Pan”, “El hombre de la Mancha”, entre otros.
SABER NEGOCIAR ENTRE LO IDEAL Y LO POSIBLE
En casi cinco décadas de carrera ha producido 140 obras independientes y musicales, las cuales en su totalidad suman más de 55 mil representaciones.
“Yo no me avergüenzo de ninguna producción que haya hecho, me siento muy orgulloso de todas y cada una, siempre tratando de ser mejor y producir mejor, presentar al público las mejores puestas posibles sabiendo que las cosas no salen como uno quiere y entonces tienes que negociar entre lo ideal y lo posible”, comentó.
“Defendiendo al cavernícola”, “Chicas Católicas”, “Toc Toc”, “Adorables enemigas”, “La estética del crimen”, “Perfectos desconocidos”, “Ghost”, “Locos por el té” son algunas de las obras que produce de manera independiente, con su productora Mejor Teatro, pero es “Los monólogos de la vagina” la obra más exitosa que ha presentado y que se mantiene vigente.
“Yo seguí mi vocación, contra viento y marea, tuve que sortear miles de obstáculos para seguirla porque de acuerdo a lo que estaba marcado en mi vida familiar, en la comunidad de donde provengo, en mi entorno, era impensable que alguien se dedicara al teatro y ahora que veo cuántos paisanos míos se dedican al teatro me pregunto ¿por qué me la hicieron tan pesada a mí?”, expresó.
Desde 2013, Gilbert se mudó del Centro Cultural Telmex localizado en la alcaldía Cuauhtémoc a Polanco, al Teatro Telcel. Ahí ha montado “Wicked”, “Los miserables”, “Chicago”, “Anastasia” y otro de sus grandes logros: “El rey león”, protagonizado por Carlos Rivera.
SE HIZO FELIZ A SÍ MISMO
Él nunca soñó con ser papá ya que se dedicó mucho a su trabajo, el cual lo ve como un motor que le da energía para continuar por muchos años más.
“Yo nunca tuve ningún anhelo paternal, no quise tener hijos, una vez más, fuera de la caja, de la normalidad de las personas, yo admiro a mucha gente que tiene a sus hijos, yo veo a mis sobrinos que todos son papás criando a sus hijos, qué barbaridad, yo no puedo ni con mi perra, me vuelvo loco", enfatizó.
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El productor aseguró que su más grande sueño en la vida siempre fue trascender a través del teatro y considera que ese objetivo está concretado. Hoy disfruta de la vida, permanece feliz y satisfecho con todo lo que ha logrado.
“Me siento satisfecho de haber seguido mi vocación, porque de no haberlo hecho, habría sido infeliz. Me siento con el mismo entusiasmo que el primer día, con la misma emoción, cada que empiezo una obra estoy como niño con juguete nuevo y con el nervio, la emoción porque me dediqué a lo que yo quería.
“Seguro habría hecho felices a otros, pero no a mí y no habría cometido mi meta en la vida. Estoy feliz de que hice a lo que vine a este mundo”, concluyó.