El hechizo del clásico cambiado, ese del Barça replegado, duró apenas lo que duró el partido de ida de la Copa del Rey. Ya se decía, que no pasa siempre que el Barcelona se eche para atrás a ver qué pasa. Con la liga en juego, culés y merengues se citaron en el Camp Nou y protagonizaron la batalla esperada, a punta de repetición, las emociones acumuladas de la seguidilla de clásicos. Aún falta la vuelta de la Copa, pero la liga parece estar definida. El 2-1 de los blaugranas les permite ampliar la distancia en la clasificación a 12 puntos, a falta de 12 jornadas.
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El equipo azulgrana respetó la exigencia de su público, en ebullición en un Camp Nou repleto, con el orgullo herido por las dudas del caso Negreira y sin Florentino en el palco, a modo de desplante. A pesar de que en la lista de bajas aún están los nombres de Pedri y Dembélé, los de Xavi salieron a morder arriba, como en las mejores noches. Pero el futbol es caprichoso, y a decir del relato de los últimos dos clásicos, no siempre el que busca encuentra. O sí, pero a su manera.
Ya seguro de que el Barcelona había dejado las caretas en el vestuario y la propuesta era la de siempre, el Real Madrid no tardó en adaptarse a las circunstancias. No innovó Ancelotti probando con Vinicius en la derecha, al escape de la trampa de Araujo, por más que levantara la ceja lo suficiente para darle seriedad a sus palabras, al contrario, permitió el enésimo cruce, como si en cada encontronazo cada jugador fuera ajustando un detalle, ensayando nuevas formas para vencer al otro, a la espera de consagrarse en el duelo definitivo.
Antes de que el brasileño ganara su primera gran batalla, el Real Madrid apeló a su vieja fórmula, nada distinto a un Courtois superlativo. Cada atajada decisiva del arquero belga está en código morse para los suyos, como si supieran que cada milagro no sólo evita un gol en contra, sino que gesta lo que será un gol a favor.
Se supo el Real Madrid sobreviviente a los primeros minutos, escenificados en un tiro violento de Lewandowski y un cabezazo al segundo palo por parte de Raphinha que Courtois atajó con autoridad. Todo bien para los de Ancelotti, conscientes de que el dominio del Barça es algo parecido a un cristal, la cosa es encontrar el punto débil para romperlo en pedazos.
Vinicius, que suele llevar la pelota pegada a su pie derecho, en un alarde a sus costumbres, hizo daño con la zurda. El brasileño metió un centro por la izquierda y el balón pegó en la cabeza de Araujo, para luego tomar un efecto extraño que dejó sin opción a Ter Stegen, incapaz de cubrir el primer palo ante el inesperado desvío de su compañero.
El autogol cambió el rumbo del partido, porque obligó al Barcelona a irse al frente vertiginosamente no sólo en busca del empate, sino de mantener la distancia en la clasificación liguera. Al Real Madrid, mientras tanto, le dio espacio, ese concepto en el que Benzema suele convertirse en un portento de inteligencia y Vinicius en un problema indescifrable, hasta para Araujo.
El escenario pintó un duelo al límite, de dominio alterno. Ahí apareció una vez más Courtois para quitarle un gol cantado a Raphinha y luego Sergi Roberto, para poner la igualada a pocos minutos del final de la primera mitad.
Igualado todo, fue un partido esplendoroso, en lo suyo cada uno, al límite de la intensidad, con el Barcelona plantado arriba, en busca de un balón que lo cambiara todo. No estuvo fino Lewandowski en la más clara que tuvo. El polaco dibujó una tijera que se fue por encima, cuando Courtois había quedado demasiado lejos.
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La filosofía madridista, sin embargo, se basa en la confianza absoluta de sus posibilidades. Alentado por esa creencia, el equipo merengue logró remontar la cancha, y por un momento se sintió ganador, pero el VAR anuló el gol de Asencio por fuera de lugar. El Madrid siguió en lo suyo, y el riesgo asumido les jugó en contra, con el Barcelona marcando el gol de la victoria en los minutos finales, tras un gran pase de Balde a la llegada de Kessie. La liga parece estar definida.
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