Estamos a punto de comenzar la temporada de lluvias en México, momento en el que se hace presente una deidad prehispánica asociada con el agua y los truenos: Tláloc.
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Para los aztecas, este dios era responsable de que cayera agua del cielo, por lo que las ofrendas, sacrificios y rituales en su honor configuraron todo un culto del que han llegado ecos hasta nuestros días.
A lo largo de la historia, el ser humano ha tratado de controlar fenómenos climáticos a como dé lugar. Para ello danza, habla, canta, murmura, reza y hasta muere.
¿Cuáles son los rituales más populares en torno a esta búsqueda mágica de la lluvia y la abundancia? Esto es lo que se sabe al respecto.
LA HISTORIA
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Aunque se trata de un ser divino, Tláloc tiene una representación física que los antiguos pobladores de nuestro territorio utilizaron para crear cercanía y pertenencia con él.
Las gráficas que se han encontrado son variantes en diferentes regiones, pero en todos los casos coinciden con una máscara hecha de serpientes, enormes ojos y grandes colmillos.
Dentro de la cosmogonía de los aztecas, todo lo referente al agua tenía que ver con Tláloc, por lo que la vida misma era resultado de su poder. Él era el responsable de las inundaciones y sequías, confiriéndolo así como un dios bueno o malo.
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Para que Tláloc fuera compasivo con la humanidad, había que rogarle y rendirle culto cuanto fuera posible, de manera que la expresión “Tláloc, cálmate, por favor” no es vano.
RITUALES Y SACRIFICIOS
Si bien puede parecer sorprendente por el sesgo cultural que tenemos en el siglo XXI, los aztecas rendían una buena cantidad de tributos al dios de la lluvia, así como sacrificios de animales y humanos.
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Uno de los más escabrosos de los que se tiene registro es el de los niños, que se creía eran representantes del dios en la tierra. Los sacrificios tenían lugar durante ciertas épocas del año coincidentes con períodos específicos del calendario mesoamericano. El método más común incluía la extracción del corazón, práctica justificada desde la perspectiva religiosa, cosmológica, política y social.
Otros rituales menos sanguinarios son los asociados con las artes. La famosa danza de la lluvia no solo se practicó en Mesoamérica, sino que es una tradición de todas partes del mundo. La variante azteca consistió en el uso de cascabeles y otros elementos que hicieran ruido al momento de rezar, porque sí: la danza para ellos era una forma de oración.
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EN LA ACTUALIDAD TLAXCALTECA
Ciertamente a estas alturas de la civilización nadie hace este tipo de rituales de manera natural, sin embargo, algunas costumbres se quedaron en el inconsciente colectivo para pedir el favor divino, que ahora se mezclan con el culto católico.
Tan importante es el cultivo del maíz entre los yumhu de Ixtenco que su calendario se compone de ciclos dedicados a los elementos que conforman la vida. Lo más sobresaliente es la celebración de San Juan Bautista, el santo patrón, ya que ahí se deja entrever el culto antiguo de la deidad del agua de la lluvia.
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Desde los arcos de semillas que se emplean en la procesión nocturna, como el recorrido mismo y los altares que se colocan en cuatro esquinas refuerzan la idea de la identificación. La sorprendente vigencia del culto a una deidad étnica tan antigua como lo es la deidad acuática, muestra el proceso adaptativo de los pueblos originarios y la transformación de su culto en otro de matices católicos, explica el investigador Jorge Guevara en su artículo “Ciclos rituales mágicos-religiosos del maíz”.
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Por otro lado, 42 sones acompañados de violín, guitarrón y vihuela forman parte de la danza de la lluvia en honor a San Isidro. Dentro de la comunidad al pie de la Malinche, mujeres, niños y hombres bailan fervorosos para pedir a su santo patrono por las lluvias y buenas cosechas. Espectáculo que se conoce como Danza de los Basarios.
En Tenancingo, por su parte, las celebraciones religiosas están dedicadas a la Santa Cruz. Cada 3 de mayo, comunidades campesinas colocan cruces adornadas y bendecidas en los campos, cerros, pozos de agua, manantiales y árboles para asegurar una buena temporada de lluvias en beneficio de los terrenos de labor.