Antes de que se inventaran los impermeables de hule y los paraguas de colores, los pobladores del centro del país usaban una prenda confeccionada con palma seca para proteger su cuerpo de la lluvia; se trata del capisayo, pachón, capote, nahual o tzoyapetlatl.
Esta capucha consiste en una tira de largas hojas de palma unidas entre sí en la parte superior. El resultado de una serie de nudos se coloca sobre los hombros y su caída suelta permite que el agua se deslice por los lados sin mojar la piel. De esta forma, los campesinos podían trabajar o recorrer distancias aún bajo la lluvia.
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De acuerdo con el Dr. Miguel Ángel Rubio Jiménez, del Museo Nacional de Antropología, en México el capisayo fue utilizado desde antes de la llegada de los españoles a suelo americano. Durante la Colonia dicha prenda fue parte de la indumentaria habitual en casi todas las regiones indígenas, acompañada generalmente de un sombrero.
Los primeros indicios del uso del capisayo están en el códice Xolotl, un códice cartográfico azteca posterior a la conquista, que se cree que se originó antes de 1542. En ese documento, el capisayo es portado por el líder chichimekatl Xolotl.
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Más adelante, se registra que estas prendas eran comunes en varios estados del país que incluyen: Tlaxcala, Hidalgo y Puebla. De hecho, se sabe que hasta hace unos 40 años los capotes aún eran populares en zonas frías de los estados mencionados.
Del capisayo al impermeable
En nuestros días son pocos los lugares en donde aún lo confeccionan, pues ha sido sustituido por diversos estilos de ropa e impermeables constituidos de materiales industriales.
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La conservación de algunos ejemplares de capote en museos se debe más que nada al símbolo del vestir de nuestros ancestros y la raíz del vestido autóctono, el cual está a punto de desaparecer en nuestro país.
Sin embargo, en el oriente de Tlaxcala aún es posible ver la fabricación del capisayo en las manos del artesano José Antonio Herrera Ortega, quien confecciona diversos artículos de palma como los cestos y petates.