El agua está presente en Apizaco desde su toponimia. El nombre del municipio proviene de la lengua náhuatl y significa “lugar de agua delgada” o “riachuelo”. Esta imagen proviene del mayor afluente del lugar: el ojo de Tequixquiatl, mejor conocido como “El Ojito”.
El Ojito es un manantial ubicado en la comunidad de San Luis Apizaquito, aunque en realidad el nombre hace referencia al conjunto de tres zonas: el naciente de agua (que está cerrado al público para evitar que se contamine), el canal que conduce el agua (utilizado actualmente como balneario) y la represa construida para su almacenamiento.
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Antes de que en el naciente se colocara maquinaria para suministro, los habitantes de la zona nadaban y se surtían de agua ahí. “Era nuestra diversión. En El Ojito nos encontrábamos con los amigos, los compadres, con la familia”, recordó Serafín López, vecino del lugar. Incluso, agregó su esposa Martha Padilla, “si te sentabas en las orillas o en alguna piedra podías sentir cómo brotaba el agua del piso”.
Aunque ya no se puede nadar en la zona donde brota el agua, el lugar recibe visitantes que aprovechan el curso del líquido para refrescarse y convivir con los peces que ahí viven, pues el agua aún se conserva limpia hasta ese punto. No obstante, a medida que avanza por el canal, el líquido va perdiendo su transparencia.
Una vez que el agua llega a la represa ya no es apta para nadar, sin embargo, es el área más concurrida. Todos los días es visitada por campesinos, quienes llevan a su ganado para hidratarse. Además, los fines de semana llegan familias, parejas y grupos de amigos que se reúnen para hacer días de campo, para pescar o simplemente respirar un poco de aire fresco.
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Un dato curioso
Este paraíso natural también tiene un gran valor social, pues fue la que surtió de agua a la exfábrica de hilados y tejidos San Luis, edificio que hoy alberga al Centro de las Artes de Tlaxcala y que representó un gran crecimiento económico del municipio.
Esta importante empresa, ubicada en la comunidad de Apizaquito, data de 1899. De acuerdo con el investigador José Javier Arredondo Vega, la fábrica fue adquirida por el español Ángel Solana cuando era molino de trigo y pertenecía a un francés llamado Simón Steffani. El señor Solana lo convirtió en fábrica de hilados y tejidos iniciando con 10 telares e instalando posteriormente una planta de energía que también proporcionó servicio a la ciudad de Apizaco hasta mitad del siglo XX.