/ viernes 29 de enero de 2021

De las calles a profesor universitario: la inspiradora historia de Jesse Thistle

Como otros 20.000 niños indígenas canadienses, Jesse fue sacado de su hogar por agencias de bienestar infantil y colocado con familias no indígenas

Las calles de Ottawa fueron por más de una década el hogar de Jesse Thistle, un jóven de 32 años con problemas de drogadicción.

A los 19 años, Jesse fue echado de casa de sus abuelos luego de que descubrieran una bolsa de cocaína en su bolsillo. “Era como si mi mundo hubiera terminado”, platicó Jesse a la BBC. “Pude ver en sus rostros que les había roto el corazón”.

Foto: Cortesía BBC

La vida del canadiense fue dificil desde el incio, sus padre era bebedor, consumía heroína y a menudo era violento, lo que obligó a su mamá a llevarse lejos a sus tres hijos. Alegando un nuevo estilo de vida, su padre los veía por temporadas. En esos días les enseñanó a robar, a mendigar en la calle y a liar cigarros con colillas recogidas de la calle.

En cuanto Servicios Infantiles recibió el reportae, Jesse y sus dos hermanos fueron enviados a un orfanato. “Asumo que Child Services nunca llamó a mi madre porque en ese entonces se pensaba que las mujeres indígenas eran impuras, inadecuadas y abandonadas a sus posiciones como madres”, comenta Jesse.

Como otros 20.000 niños indígenas canadienses, Jesse fue sacado de su hogar por agencias de bienestar infantil y colocado con familias no indígenas. “Sabíamos que éramos 'indios' y mi hermano recuerda haber vivido en un tipi un verano en Saskatchewan”, dice Jesse, “pero dio la vuelta y les dijo a todos los niños que, y tengo que decirte, no hay manera más rápida de ser golpeado en la escuela primaria en Canadá que luciendo nativos y decirles a los niños blancos que vivías en un tipi”.

Pensando que su madre lo había abandonado, el pequeño Jesse creció rodeado de una pantilla de la secundaria cuando coemnzó a usar drogas y perder el contro, de su vida. Aun cuando tuvo la oportunidad de vivir un tiempo con sus abuelos, estos lo echaron.

Jesse durmió durante cuatro meses en un coche estacionado junto al río Fraser a las afueras de Vancouver, rodeado de otras personas sin hogar, la mayoría de ellas también indígenas.

Fue horrible. Me rompió el corazón ver a todos estos indígenas con problemas de adicción allí, y a nadie le importó, dice.

A los 23 años, uno de sus amigos trató de inculparlo de un asesinato; más tarde se le acusó de informante y Jesse vivió huyendo por años. En su desdesperación, robó analgésicos en una farmacia y terminó en el hospital.

“¿Por qué no cometo un delito y voy a la cárcel? Estaré a salvo allí, tendré un lugar para descansar, acceso a alimentos y medicamentos”, se preguntaba Jesse en ese momento. Y así lo hizo, asaltó una tienda, pero se escondió en cuanto llegó la policia. “Ni siquiera puedo robar una tienda correctamente”, se reprochaba mientras en un bote de basura esperaba que se disolviera la situación.

Finalmente se entregó, pero no había apoyo para salir de las drogas y el alcohol al que había sido adicto desde que era adolescente, y pasó por una abstinencia "horrible y horrible", que involucró convulsiones agonizantes en aislamiento.

Cuando salió de la carcel, Jesse entró a rehabilitación. Tiempo después murió su abuela y recibió el mensaje de condolecnia de Lucie, una vieja amiga con quien luego se casaría y le ayudaría a recuperar la traquilidad.

Lucie ayudó a Jesse a encontrar un trabajo en un restaurante, cortando papas fritas – “Me aseguré de que fuera el mejor maldito cortador de papas fritas de toda la ciudad”, dice - y en dos años y medio se habían casado.

A los 35 años, Jesse comenzó una licenciatura en Historia en la Universidad de York en Toronto. “Era el anciano entre todos estos niños pequeños que eran mucho, mucho más inteligentes que yo. Me senté en la parte delantera y nadie quería hablar conmigo”, recuerda.

Pronto Jesse se había convertido en uno de los mejores estudisantes de la facultad y obtuvo un empleo en los estudios de la Historia indigenista del país. Al mismo tiempo, tuvo la oportunidad de recuperar la comunicación con su madre.

  • Con un empleo estable, salud y la unión de su familia, Jesse solo espera reencontrarse alguna vez con su padre, de quien alguna vez le dijeron había muerto.

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A los 19 años, Jesse fue echado de casa de sus abuelos luego de que descubrieran una bolsa de cocaína en su bolsillo. “Era como si mi mundo hubiera terminado”, platicó Jesse a la BBC. “Pude ver en sus rostros que les había roto el corazón”.

Foto: Cortesía BBC

La vida del canadiense fue dificil desde el incio, sus padre era bebedor, consumía heroína y a menudo era violento, lo que obligó a su mamá a llevarse lejos a sus tres hijos. Alegando un nuevo estilo de vida, su padre los veía por temporadas. En esos días les enseñanó a robar, a mendigar en la calle y a liar cigarros con colillas recogidas de la calle.

En cuanto Servicios Infantiles recibió el reportae, Jesse y sus dos hermanos fueron enviados a un orfanato. “Asumo que Child Services nunca llamó a mi madre porque en ese entonces se pensaba que las mujeres indígenas eran impuras, inadecuadas y abandonadas a sus posiciones como madres”, comenta Jesse.

Como otros 20.000 niños indígenas canadienses, Jesse fue sacado de su hogar por agencias de bienestar infantil y colocado con familias no indígenas. “Sabíamos que éramos 'indios' y mi hermano recuerda haber vivido en un tipi un verano en Saskatchewan”, dice Jesse, “pero dio la vuelta y les dijo a todos los niños que, y tengo que decirte, no hay manera más rápida de ser golpeado en la escuela primaria en Canadá que luciendo nativos y decirles a los niños blancos que vivías en un tipi”.

Pensando que su madre lo había abandonado, el pequeño Jesse creció rodeado de una pantilla de la secundaria cuando coemnzó a usar drogas y perder el contro, de su vida. Aun cuando tuvo la oportunidad de vivir un tiempo con sus abuelos, estos lo echaron.

Jesse durmió durante cuatro meses en un coche estacionado junto al río Fraser a las afueras de Vancouver, rodeado de otras personas sin hogar, la mayoría de ellas también indígenas.

Fue horrible. Me rompió el corazón ver a todos estos indígenas con problemas de adicción allí, y a nadie le importó, dice.

A los 23 años, uno de sus amigos trató de inculparlo de un asesinato; más tarde se le acusó de informante y Jesse vivió huyendo por años. En su desdesperación, robó analgésicos en una farmacia y terminó en el hospital.

“¿Por qué no cometo un delito y voy a la cárcel? Estaré a salvo allí, tendré un lugar para descansar, acceso a alimentos y medicamentos”, se preguntaba Jesse en ese momento. Y así lo hizo, asaltó una tienda, pero se escondió en cuanto llegó la policia. “Ni siquiera puedo robar una tienda correctamente”, se reprochaba mientras en un bote de basura esperaba que se disolviera la situación.

Finalmente se entregó, pero no había apoyo para salir de las drogas y el alcohol al que había sido adicto desde que era adolescente, y pasó por una abstinencia "horrible y horrible", que involucró convulsiones agonizantes en aislamiento.

Cuando salió de la carcel, Jesse entró a rehabilitación. Tiempo después murió su abuela y recibió el mensaje de condolecnia de Lucie, una vieja amiga con quien luego se casaría y le ayudaría a recuperar la traquilidad.

Lucie ayudó a Jesse a encontrar un trabajo en un restaurante, cortando papas fritas – “Me aseguré de que fuera el mejor maldito cortador de papas fritas de toda la ciudad”, dice - y en dos años y medio se habían casado.

A los 35 años, Jesse comenzó una licenciatura en Historia en la Universidad de York en Toronto. “Era el anciano entre todos estos niños pequeños que eran mucho, mucho más inteligentes que yo. Me senté en la parte delantera y nadie quería hablar conmigo”, recuerda.

Pronto Jesse se había convertido en uno de los mejores estudisantes de la facultad y obtuvo un empleo en los estudios de la Historia indigenista del país. Al mismo tiempo, tuvo la oportunidad de recuperar la comunicación con su madre.

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