A dos pasos de su establo, un granjero de Dordoña, en el suroeste de Francia, llena el motor de su tractor con metano extraído de excrementos de sus vacas, una manera de reducir las emisiones nocivas de la agricultura sin renunciar a criar animales.
Desde su creación en 1926, la explotación de la familia Guérin vivió varios cambios respecto a lo que era la histórica granja con casa de piedra. El establo de las vacas está totalmente automatizado.
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Dos tanques convierten el estiércol en gas, y recientemente se instaló una estación de servicio con su bomba y su terminal de pago con tarjeta de crédito. Pero de la manguera no sale diésel, sino bioGNV (biogás natural para vehículos) que es más barato y menos contaminante.
Este combustible abastece a todos los coches de la explotación y a un nuevo tractor, que es el primero en funcionar con bioGNV, y que fue puesto a la venta en 2022 por el fabricante ítalo-estadounidense New Holland.
Bertrand Guérin, de 59 años, espera que, en un futuro próximo, el camión de la empresa que recoge su leche también llene su tanque en la estación de la granja, al igual que los holandeses y británicos que visitan la región, mejor equipados que los franceses en vehículos que funcionan a gas.
La estación lleva la marca Biogaz de Francia, creada por la Asociación de Agricultores Metanistas de Francia (AAMF), de la que Bertrand Guérin es vicepresidente.
Su temor es que empresas gigantes como Engie y TotalEnergies, en busca de alternativas a los combustibles fósiles, se apoderen del mercado, vinculado con el metano procedente de la actividad agrícola.
"Dejemos que los campesinos desarrollen este oficio", destaca el ganadero.
El metano que se pierde
En el vasto establo, una vaca de raza Montbéliarde se dirige por sí misma al robot de ordeño. Liberada de varios litros de leche, se frota la cabeza bajo un cepillo rotativo. Luego atraviesa, casi imperturbable, el raspador automático encargado de evacuar el purín de las cien vacas lecheras de la explotación.
El estiércol y la orina de las vacas caen en un pozo y luego son bombeados hasta el metanizador de la explotación.
La paja también es transportada regularmente a esta máquina para que, de acuerdo con el ganadero, "no haya tiempo de que libere metano". Este gas, cuyo efecto invernadero es muy superior al CO2, atenúa el balance de carbono de la ganadería bovina.
Casi la mitad de las emisiones de gases de efecto invernadero de la agricultura francesa se deben al metano, ya sea que las vacas lo eructen o bien que se desprenda de su estiércol.
"En todas las granjas hay metano que se pierde", detalla Bertrand Guérin.
Para mejorar su balance de carbono y gastar menos, el granjero transforma esta fuente de contaminación en fertilizantes y combustible.
La materia orgánica es absorbida por el metanizador para fermentar a 38 grados. "Se mezcla y se elabora. Las bacterias degradan los materiales y desgasifican CO2 y metano", comparte el agricultor.
La mayor parte de este biogás se quema para hacer funcionar un motor que genera calor y corriente. La electricidad se inyecta en la red para abastecer "al equivalente de mil familias".
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Una fracción del biogás se purifica para conservar solamente el metano y se lo comprime para producir bioGNV.
Al mismo tiempo, los vertidos de metano fertilizan huertos, cultivos y prados de la granja, sustituyendo, en parte, a los fertilizantes nitrogenados sintéticos, fabricados a partir de gases fósiles.
La explotación, que cuenta con cinco socios familiares y tres empleados, pretende liberarse lo antes posible del gasóleo que siguen consumiendo los demás tractores.