“Tlaxcaltecas traidores” es la bandera que hemos cargado sin necesidad desde hace más de 500 años. Como se atestigua en los libros de Historia, la unión de los tlaxcaltecas con los españoles para derrocar a los aztecas (que habían sometido cruelmente a todos los pueblos aledaños) fue clave en la conquista de México.
Desde entonces, el pueblo de Tlaxcala quedó etiquetado como traidor de manera, más que injusta, inculta. Según la Real Academia Española (RAE), la traición es una falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener; entre aztecas y tlaxcaltecas nunca existió un pacto de unión.
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En ese sentido, lo más propio cuando se recibe el molesto comentario sería alegar con una lección de historia; sin embargo, hay una respuesta infravalorada más eficaz en estos casos:
Hubo una alianza que dio origen al México de hoy, a la gran nación, al mestizaje. Los actuales pobladores de México, genéticamente, tienen un 45% europeo, un 45% indígena y apenas un 10% africanos, según un proyecto publicado en Science.
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Querer abogar por un grupo al que ya no pertenecemos de forma original nos obligaría a reconstruir la cultura, el lenguaje, los rituales y los sistemas de gobierno prehispánicos por los que nadie se encuentra dispuesto a pelear en el mundo globalizado en el que vivimos, expone la historiadora Mercedes Aguilar.
En la actualidad, la lucha por los derechos de los indígenas va más allá de la conservación como reliquia histórica. Busca el mejoramiento de sus condiciones económicas, educativas, laborales y sociales inmersas en la pluriculturalidad mexicana. Porque si algo tiene claro la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) es que la necesidad indígena va creciendo a la par del país, no por separado.
Una historia que se repite
En el cuento “La culpa es de los tlaxcaltecas”, Elena Garro escribió con la minuciosa intención estética de derrocar un mito. En el texto, la culpa del pueblo prehispánico se arroja metafóricamente a la mujer protagonista que, oprimida en una sociedad patriarcal y renuente al machismo de su época, fue asimilada como un ser de traición. Más que una historia de ficción, el cuento sirve de reflexión para renovar el prejuicio y privilegio en nuestra cotidianidad. “Ya sé que eres traidora y que me tienes buena voluntad. Lo bueno crece junto con lo malo”, se lee a mitad del texto a manera de conclusión.
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Si bien ir a contracorriente está considerado un acto negativo, sabemos también que la subversión es lo que nos permite evolucionar y mantenernos vivos como la “raza de bronce” de la que habló Vasconcelos.
Traidora o no, Tlaxcala fue y será la cuna de la nación.
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