“A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes retengáis los pecados, les serán retenidos”, fueron las palabras de Jesucristo hacia sus apóstoles cuando instituyó la confesión, un sacramento que hasta la fecha se respeta en la Iglesia católica.
La confesión, de acuerdo con la creencia, absuelve los pecados cometidos en la Tierra para restaurar la gracia con Dios, con el prójimo y, lo más importante, con uno mismo. En ese sentido, el sacramento también se conoce como la reconciliación que ayuda a vivir una vida más santa cada día.
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Si bien la intención de divulgar las peticiones de Dios a través del catecismo es que los fieles no comentan pecados, la Iglesia indica en sus preceptos confesarse por lo menos una vez al año o hacerlo con mayor frecuencia si así fuere necesario.
CLAVES DE LA CONFESIÓN
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1. Cuando un creyente se dirige a un templo para confesarse, se inicia con un examen personal de conciencia de los pecados cometidos desde la última confesión, el cual ayuda repasar los errores que han dejado una huella en la mente y el corazón.
2. La contrición consiste en la declaración de la culpa y el deseo de no volver a pecar. Por ese motivo, siempre se le debe indicar al confesor la detestación de lo cometido.
3. Como tal, la confesión de la persona se declara al sacerdote con una enumeración de los pecados, incluso si estos son secretos. Cabe destacar que está terminantemente prohibido al confesor descubrir al penitente, de palabra o de cualquier otro modo.
4. La satisfacción o penitencia es la última parte del sacramento. En este momento se habla de dos acciones. Si los pecados causan daño al prójimo, se debe hacer lo posible para repararlo (por ejemplo, restituir las cosas robadas, decir la verdad a alguien que vive en engaño). Además, el pecador debe todavía recobrar la plena salud espiritual, lo cual se logra con el método que indique el confesor. Rezar ciertas oraciones o cumplir con algunas actividades de caridad en beneficio de su entorno son las más comunes.
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INDULGENCIAS PLENARIAS EN SEMANA SANTA
Además de cumplir con la penitencia posterior a una confesión anual, la Iglesia católica concede perdón por un pecado de uno mismo o del alma de un ser querido difunto durante Semana Santa, lo que se conoce religiosamente como indulgencia plenaria.
Obtener la indulgencia se logra a través de méritos como adorar al Santísimo al menos 30 minutos el Jueves Santo, participar en el vía crucis el Viernes Santo o rezar el rosario con dos o más personas el Sábado Santo. Además, se deben cumplir las condiciones básicas: comunión y oración por las intenciones del Papa.