El 15 de abril de 1950, los asistentes de la Plaza de Toros de Orizaba presenciaron uno de los actos más sorprendentes en la historia de la fiesta brava: la mano extendida de una mujer acariciando a Sancho, el toro que se encontraba a media lidia en el ruedo.
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Justo antes de que el matador Arturo Álvarez “El Vizcaíno”, uno de los más admirados de la época, terminara su faena, este extraño y conmovedor acto logró el inusual indulto del animal.
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Para muchos fue la sorpresa, pero la conmoción fue mayor para quienes conocían el trasfondo de aquella escena.
La historia de la misteriosa mujer y su toro Sancho
Todo comenzó en 1890 en San José de Atlangatepec, Tlaxcala. El hacendado David Rodríguez, apodado El Cuistle, cruzó un semental español con un rebaño de vacas criollas de Atlamaxac. La estirpe creada a partir de entonces tuvo un gran éxito en el ámbito taurino convirtiendo a los Rodríguez en una familia de prestigiosos ganaderos tlaxcaltecas.
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A finales de la década de los 40, un becerro se encontraba bramando en el potrero de San José de Atlangatepec junto a su madre, la cual murió después de darlo a luz.
Ante la penosa escena, Josefina Rodríguez, una de las hijas mayores de El Cuistle, se apiadó del animal, lo llamó Sancho y lo adoptó como si de un cachorro se tratara. Sus visitas al potrero para alimentar al recién nacido pronto dejaron de ser suficientes, pues Sancho la seguía a todas partes. Pasó el tiempo y la amistad se volvió más fuerte, casi tanto como el cuerpo que esculpe un toro de lidia en sus primeros meses.
Siendo ya un ejemplar de tamaño considerable, Sancho subía las escaleras, entraba al comedor y jugaba con Josefina. Pero el destino de su especie no estaba dentro de la casa.
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David Rodríguez otorgó al animal para una corrida en Veracruz. Junto a otros cinco ejemplares, Sancho dio batalla ante los capotazos de “El Vizcaíno” hasta escuchar la voz de Josefina llamándolo desde el burladero para despedirse.
De acuerdo con México Desconocido, esa tarde miles de voces se escucharon en las gradas. La gente en la plaza se informaba sobre la relación madre e hijo entre la chica y el animal. Ante la presión del público, los jueces le perdonaron la vida a Sancho y, seguramente como lo había previsto de algún modo Josefina, su Sancho volvió a casa con vida.
Fueron muchos los toros de lidia que la hacienda de Atlangatepec arrojó a los carteles nacionales, pero este se registró con especial detalle en la memoria taurina de Tlaxcala y en la conciencia animalista de México donde siempre quedará el consuelo de que la bravura del toro está fuera del campo.