Desde su aparición en 1948, La familia Burrón se convirtió en la historieta mexicana por antonomasia, pues fue un espejo humorístico y entrañable de la vida cotidiana en un México en plena transformación hacia la modernidad, la cual hoy se lee como un nostálgico pasaje a la vida familiar del siglo pasado.
Creada por Gabriel Vargas, esta obra logró capturar, a través de sus viñetas y personajes, las vivencias, luchas y esperanzas de la clase trabajadora, convirtiéndose en una parte fundamental del imaginario colectivo.
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El mundo de Regino Burrón, propietario y único operario de la peluquería de barrio pobre “El Rizo de Oro”, así como su esposa Borola Tacuche, sus hijos y su perro Wilson trascendió las barreras de lo local para volverse un fenómeno de masas que atrajo a generaciones enteras.
A lo largo de más de 60 años, la historieta reflejó los cambios sociales, políticos y culturales del país con un toque de humor heredado de la literatura picaresca. Don Regino se convirtió en el arquetipo del mexicano moderno: honrado, sensato y trabajador. No obstante, también fue una aguda representación del conformismo y la falta de imaginación.
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En cambio, Borola representa a la mujer contestataria que vive una emancipación femenina real donde la anarquía comienza a aparecer como figura filosófica entre las calles. Sin embargo, este personaje también se convirtió en el incómodo reflejo del hedonismo que enamoró a más de un lector.
A pesar de su impacto cultural, en 2009 dejó de imprimirse La Familia Burrón con mil 600 números distribuidos por toda la República, con lo que se puso fin a una era dorada de la historieta mexicana. Desde entonces, sus volúmenes se han convertido en preciados objetos de colección que aluden a la nostalgia. Como dato curioso, las primeras ediciones alcanzan precios de hasta 700 pesos en el mercado virtual.
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De esta obra también quedó una herencia lingüística; el lenguaje académico y solemne se cambió por el coloquial con frases como “A mover el bigote”, “Está de rechupete”, “Es bien chipocludo”, “Mira nomás este cuchitril” o “Estuvo a todo mecate”, que se popularizaron con los diálogos de estos entrañables personajes.
LA HISTORIETA Y EL FOMENTO A LA LECTURA
En el contexto educativo del siglo XX las historietas desempeñaron un papel clave en el fomento de la lectura. Para muchos, La Familia Burrón fue la puerta de entrada a la lectura, en una época en la que el acceso a los libros era limitado para amplios sectores de la población.
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Las historietas, accesibles y económicas, ofrecían una alternativa entretenida y educativa, donde el humor, las aventuras y los personajes cercanos lograron atrapar la atención de chicos y grandes. Así, estas publicaciones ayudaron a desarrollar la imaginación y a mejorar la comprensión lectora de millones de personas.
La Familia Burrón, junto a otras historietas como Los Supermachos de Rius o Memín Pinguín, marcó un punto de inflexión en el panorama cultural mexicano. Su fin último era entretener, pero en el camino también introdujeron temas importantes de la realidad social, política y económica del país. Estas historietas se convirtieron en una herramienta educativa que, de forma amena y ligera, incentivaron la lectura.