Este 14 de agosto, durante la celebración eucarística del mediodía, el padre Raymundo Muñoz, párroco de la Basílica de la Caridad, dijo que sin fe “no estaríamos aquí”, pues la unión de las oraciones del pueblo es la que ha permitido “reencontrarnos en ese momento”. Estas palabras resuenan en los habitantes de Huamantla, en su pensamiento, en sus palabras diarias y en sus tejidos anuales.
Dentro y fuera de la iglesia, los artesanos fortalecen su fe cristiana mientras bordan blusas, insertan pedrería en listones y moldean sombreros de palma. Todo en el marco de la celebración de la Virgen.
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Para algunos productores, la feria del pueblo mágico es un importante punto de ingreso para su economía familiar; para otros, como el caso de Viridiana, es una oportunidad de retribución eclesiástica.
Viridiana y su esposo mandaron a imprimir en la Ciudad de México pequeñas cuentas de cristal con la imagen de la Virgen de la Caridad. Cada impresión les costó dos pesos. Sumaron a los gastos de producción algunos centavos por los sesenta centímetros de cordón “cola de rata” para insertar el dije que encierran con un nudo especial en los extremos para evitar su movimiento. Cada collar lo vendieron en diez pesos y fue un obsequio que quisieron otorgarle a la Virgen, pues sus ganancias fueron donadas directamente a la parroquia. Hace un año, cuando mi esposo se puso mal de Covid, le hicimos varias promesas a la Virgen para que lo salvara. Nuestra madre lo ayudó y ahora estamos aquí cumpliéndole, compartió Viridiana para este medio.
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Las promesas, derivadas de la petición, son mitad del arraigo religioso de este pueblo. Para Artemio, la confianza y disposición para aceptar el mandato de Dios, la Virgen y los Santos, es una verdadera muestra de devoción.
Artemio es un hombre de ochenta años originario del municipio de Lázaro Cárdenas. Vende sombreros de palma en los atrios de los templos religiosos, en los mercados, en las calles y en las plazas de Huamantla porque considera que hay más clientes potenciales y porque le gusta “ir a saludar a la Virgencita”. Su abuelito le enseñó a trenzar las hojas de palma y, luego de quedar desempleado por su edad, decidió vivir de esos tejidos. Cada sombrero lo vende en promedio en ochenta pesos, aunque prefiere que las personas le den “lo que sea su voluntad”. Artemio confía en la buena fe de las personas y en que “Dios da a todos y bendice por igual”. Aunque hay días en los que no vende ningún sombrero, el artesano considera que vale la pena viajar a Huamantla para, aunque sea, “darse una persignada”.
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Esta edición 2022 de La Noche que Nadie Duerme también se demuestra que hay empedernidos artesanos que vitalizan a la imagen de la Virgen de la Caridad y exponen la fuerza de la creencia. Bordadoras de los vestidos, tejedoras de su cabellera, carpinteros y pintores del carruaje que la transporta, entre tantos más. Historias como la de Artemio, la de Viridiana y su esposo y la de tantos artesanos más son muestras de que una oración no siempre está compuesta de palabras.
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