¿Recuerdas al vampiro de Apizaco o al chupacabras de Amaxac? Conoce este y otros mitos urbanos de Tlaxcala

Aunque inverosímil, la vida de estos personajes forma parte de la idiosincrasia de los pueblos tlaxcaltecas

Mónica Vargas / El Sol de Tlaxcala

  · lunes 29 de abril de 2024

En Apizaco una familia con hipertricosis lanuginosa, enfermedad que se caracteriza por el crecimiento de en todo el cuerpo. Cortesía / Fotogramas

Las creencias forman la columna vertebral de la idiosincrasia de los pueblos. De ellas se desprenden mitos, leyendas y fábulas que, desde su origen, intentan explicar y darle sentido a la vida. Al hablar de leyendas urbanas, Tlaxcala se convierte en un cofre lleno de relatos que van desde las criaturas extrañas que merodean por las calles hasta los sitios inhóspitos donde se esconden secretos.

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De acuerdo con el psicólogo Carl Jung, al juntarse una multitud de individuos se pierde gran parte de la conciencia. En masa, las personas somos capaces de realizar cualquier actividad por irracional que parezca y lo que sucedió en la entidad a finales del siglo XX es el claro ejemplo de cómo la histeria colectiva no conoce de fronteras.

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EL PASO DEL TORO DE HUAMANTLA

Siluetas estilizadas de un toro de lidia llegaron a México para promocionar el Brandy Magno. Cortesía /Grupo Osborne


Tlaxcala es tierra de toros y en Huamantla la ganadería de lidia está afianzada como su gran orgullo. Quizá de ese mismo placer por los astados surgió un mito que aterrorizó a los habitantes de la tierra de las alfombras a finales de los años 60.

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Esta historia, para contextualizar, tuvo su origen en un momento donde la electricidad no era una necesidad básica. Las personas se levantaban con la luz del sol y se acostaban cuando este se ocultaba. De ser necesario, prendían velas para alumbrarse en la oscuridad, pero sólo era en casos muy específicos.

Ante un cielo completamente oscuro, pero con el fiel brillo de la luna, algunos huamantlecos aseguran que un toro de la ganadería de Soltepec salía en las noches y se presentaba ante los viajeros con un extraño caminar y tamaño descomunal.


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El toro llevaba paso sereno, mucho más lento que el de los posibles vehículos que pudieran pasar por esa zona, sin embargo, a ese apaciguado ritmo siempre lograba rebasar a cualquier objeto o persona que estuviera junto a él. Por más que acelerara un auto, el toro siempre llevaba la delantera.

Aunque nunca se supo la verdad sobre ese animal de actuar sobrenatural, la explicación de este mito es que probablemente se trató de publicidad del grupo español Osborne, que después de colocar siluetas estilizada de un toro de lidia en España, llegaron a México en los años 50 para promocionar el Brandy Magno.


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Evidentemente, el paso por la carrera hacía parecer que el toro avanzaba, pero en realidad era una ilusión óptica a causa de la falta de luz que hizo entenderlo como un animal real, historia que bien pudo transmitirse entre generaciones.

EL VAMPIRO DE APIZACO

Los años setenta fueron clave para el desarrollo de Apizaco. Mientras el apogeo del ferrocarril configuraba un futuro próspero para quienes habían elegido la ciudad como su casa, las movilizaciones migrantes estaban muy marcadas.

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A Apizaco no solo llegaron a vivir familias enteras provenientes de distintos pueblos tlaxcaltecas, sino que también llegaron visitantes de otras entidades y de otros países para luego formar ahí su hogar como base de un comercio en desarrollo. Bajo ese contexto nació la leyenda urbana del vampiro.

Según recuerdan algunos pobladores de ese municipio, entre las familias se extendió el rumor de que un vampiro se ocultaba en la fábrica de hilados y tejidos de San Luis Apizaquito y en las noches salía a chupar la sangre.


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Este atacante de los cuentos clásicos provocó una oleada de temor para personas supersticiosas. En primer lugar, hizo que colocaran “trampas” en sus casas. Cruces, ajos y espejos eran los instrumentos de protección que podían verse tanto en las entradas principales como en las ventanas.

El terror no se quedó estancado en los hogares, pues se planteó la posibilidad de hacer comisiones de búsqueda para eliminarlo. Brigadas de taxistas se formaron en contra del vampiro de Apizaco, al que nadie tuvo suerte de ver en persona.


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Únicamente quienes asistían al cine pudieron ser partícipes de sus escenas. Pues sí, la historia dicta que este mito lo iniciaron los cineastas mexicanos en diferentes pueblos con una intención propagandística para película que, en ese entonces, estaban por salir a la luz. Cintas como “Drácula” (1979), “Vampire Circus” (1972) y “Nosferatu” (1979) fueron la gran apuesta del séptimo arte en ese entonces.

EL CHANGO VERDE DE APIZACO

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Luego de los colmillos y la sangre, un nuevo drama se apoderó de la conversación. La leyenda ochentera cuenta que un chango verde llegó en un tráiler al zócalo del municipio ferrocarrilero. Aunque nunca se supo de dónde provenía o cuál era la razón por la que estaba ahí, la gente vivía atemorizada de salir por miedo a encontrarse con el primate.

Dicen que el supuesto chango no solo era enorme, sino que su color verdoso lo hacía muy parecido a un ser extraterrestre. Estas características poco verosímiles lograron que el hecho fuera aminorado por las autoridades, de quienes se dice ocultaron la verdad hasta que fue insostenible.

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Luego, la historia llegó a oídos de otras entidades, que provocaron una auténtica revuelta en torno al simio, pero lo cierto es que no hubo testigos para abordar la historia desde la sensatez y no desde el miedo.

Lo que sí se supo es que durante esos años vivía en Apizaco una familia con hipertricosis lanuginosa, enfermedad que se caracteriza por el crecimiento de vello en todo el cuerpo, incluido el rostro. Los dos hijos de esa familia fueron vulgarmente señalados como “lobitos”, por lo que algunos piensan que pudieron ser objeto de burla y protagonistas de aquella espantosa leyenda.


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Tiempo después dejó de saberse de esta familia, dicen que se fueron a presentar como atracciones de un programa televisivo, pero no hay registros fehacientes de que fuera verdad; lo que sí se sabe es que dejó de hablarse del simio verde con su partida.

EL CHUPACABRAS DE AMAXAC

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Bautizado en honor a sus supuestas prácticas alimenticios y consagrado por la cultura popular como el gran enemigo de los productores locales, el chupacabras protagonizó la leyenda urbana más famosa de los noventa, pues incluso provocó levantamientos campesinos y movilización de las autoridades en estados del norte.

En Tlaxcala, la histeria comenzó una noche de mayo de 1996. La presunta criatura de tintes alienígenas y hábitos nocturnos atacó una granja en Amaxac. Ocho borregos, 10 guajolotes y 12 conejos amanecieron muertos y sin sangre en su cuerpo: señales que por ese entonces eran alusiones directas al chupacabras en varias regiones de Latinoamérica.

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A pesar de que las autoridades determinaron que lo más probable era que un perro hubiera asesinado a los animales de traspatio, el dueño de la granja asegura que se trató de un hecho antinatural.

Como ninguna autoridad ordenó operativos especiales de vigilancia para capturar al asesino de los animales, los propios vecinos tomaron las medidas necesarias para prevenir un nuevo ataque. Guardias y reuniones periódicas fueron organizadas para atrapar a la bestia que, cabe señalar, nunca fue vista directamente por algún miembro de la comunidad.

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Poco a poco la creencia del asesino de cabras se desnutrió y, por el contrario, comenzó a mirarse con ojos críticos en una suerte de distractor ante los problemas sociales que aquejaban al país como el asesinato de Luis Donaldo Colosio, las devaluaciones y el autoritarismo de la hegemonía priista. No obstante, los ecos de esta leyenda popular aún deambulan en los pueblos que velan por sus animales, por su fuente de vida.