Entre las deidades prehispánicas presentes en el panteón de la antigua república de Tlaxcallan destaca Tezcatlipoca a la que se honraba con una gran fiesta de 80 días cada cuatro años, de acuerdo con Arqueología Mexicana.
Su nombre náhuatl significa “espejo humeante” y alude a su capacidad para reflejar la verdad y lo oculto, una dualidad que define gran parte de su simbología. La deidad está vinculada al cielo nocturno, la guerra, el destino y el cambio, de manera que Tezcatlipoca representa tanto el poder creador como el destructor, en una constante tensión entre el orden y el caos.
DIOS DUAL
Tezcatlipoca es una entidad polifacética que encarna conceptos aparentemente opuestos. Mientras que una parte de su mitología lo asocia con el desorden y la oscuridad, también es responsable de la creación del cosmos.
Según la cosmogonía mexica, junto a Quetzalcóatl, participó en la creación del mundo. Sin embargo, ambos dioses entraron en conflicto y Tezcatlipoca, en un momento de ira, derribó al primer sol y condenó a la humanidad en un ciclo de destrucción y renacimiento.
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En Tlaxcala, aunque el culto principal se enfocaba en Camaxtli, es probable que Tezcatlipoca tuviera mucha relevancia, pues en el altiplano central de México, que incluye la Ciudad de México, Estado de México, Morelos, Puebla, Tlaxcala, Hidalgo, parte de Guerrero y Veracruz, la figura de Tezcatlipoca porta un espejo humeante, el cuál aparece en los códices como el pie amputado que ofrendo en su batalla.
Como el nombre de Tezcatlipoca proviene del uso de espejos de obsidiana, se creía que los sacerdotes podían invocar su poder para recibir visiones a través de estos espejos, una práctica que refuerza la idea de Tezcatlipoca como dios del destino, lo impredecible y lo inevitable.
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¿TEZCATLIPOCA EN LA VIDA COTIDIANA?
El culto a Tezcatlipoca no se limitó a los templos. En festividades como el Toxcatl, los mexicas elegían a un joven que representaba al dios durante un año. Este individuo vivía en medio de lujos, solo para ser sacrificado al finalizar su mandato como símbolo de la transitoriedad del poder y el ciclo inevitable de la vida y la muerte.
Aunque no hay evidencia directa de que este ritual específico se realizara en Tlaxcala, el simbolismo de la impermanencia del destino seguramente era compartido en su cosmovisión.
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En 1934, el etnólogo francés Jacques Soustelle, se encontraba en la comunidad de Ixtacamaxtitlan, en el estado de Puebla, cuándo conoció a una familia que le permitió acercarse a fotografiar una escultura de la época prehispánica hecha de piedra y que representa a la deidad o patrono Tezcatlipoca, lo que indica la presencia de esta figura incluso en tiempos modernos.